Manuel Acuña, el saltillense que murió de amor a los 24 años

Hombre de letras, mujeres, amigos y la muerte. Acuña nació hace 174 años y murió hace 150. En Saltillo está vivo con una plaza, una escultura, una calle, un concurso y su obra literaria

Coahuila
/ 25 agosto 2023
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Manuel Acuña Narro, el último gran poeta del romanticismo en México, murió tras ingerir cianuro por voluntad propia.

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¡Qué hermoso hubiera sido
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vivir bajo aquel techo,
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los dos unidos siempre
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y amándonos los dos;
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tú siempre enamorada,
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yo siempre satisfecho,
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los dos una sola alma,
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los dos un solo pecho,
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y en medio de nosotros
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mi madre como un Dios!

Esta séptima estrofa del poema “Nocturno a Rosario”, plasma el “hubiera” quizá más doloroso para Acuña.

En lo estricto, lo que mató al poeta saltillense fue ese mineral usado para la extracción de oro y plata, endurecer el acero y para fumigar. La causa: el desamor de Rosario de la Peña.

La joven de familia culta y acomodada nunca le dio importancia a las ofertas amorosas de Manuel.

A diferencia de Rosario, Manuel venía de una familia de modestos recursos. Sus padres, Francisco Acuña y Refugio Narro, lo vieron nacer el 27 de agosto de 1849, en la casa ubicada en Allende sur #394, casi esquina con Pípila.

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Actualmente, este sitio en la Zona Centro de la capital coahuilense, es una vivienda en cuya fachada se encuentra una placa que refiere al nacimiento del artista.

EL VIAJE HACIA LA MUERTE

Acuña recibió guía de sus padres para sus primeros años de estudio, hasta que ingresó al Colegio Josefino para cursar la secundaria.

A los 16 años dejó Saltillo para mudarse a la capital del país. Su objetivo fue el Colegio de San Ildefonso, donde cursó matemáticas, francés y filosofía. En enero de 1868 cambió de entorno y entró a la Escuela de Medicina.

Era catalogado como un estudiante distinguido, aunque inconstante. Primero vivió en un pequeño cuarto del Ex Convento de Santa Brígida.

Luego se movió a la habitación número 13 del corredor bajo del segundo patio de la Escuela de Medicina, lugar donde se suicidó.

Casi a la par que entró a Medicina, fue cuando inició su breve carrera literaria que duraría apenas cinco años.

Un día antes de su muerte, Acuña salió a caminar con su amigo Juan de Dios Peza. Sentados ambos, el poeta le dictó y dedicó a quien consideraba su hermano, su última creación: “A un arroyo”.

Al finalizar el paseo, quedaron de verse al día siguiente, el 6 de diciembre de 1873, a las 13:00 horas.

Pero el autor de 96 obras: 80 poemas, 12 cartas, tres artículos y una obra de teatro, tenía otros planes.

Ese día, sábado, Acuña se despertó, tomó un baño, salió al pasillo y regresó a su cuarto. A las 12:30 ingirió el cianuro.

Juan de Dios llegó a la hora acordada. Lo encontró tendido, con el cianuro y una nota: “Lo de menos será entrar en detalles sobre la causa de mi muerte, pero no creo que le importe a ninguno; basta con saber que nadie más que yo mismo es el culpable”.

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¿Por qué si Acuña dijo que el único culpable de su muerte era él, se señala a Rosario?

La respuesta es que a ella le dedicó la mayor parte de sus últimos poemas, además de la temporalidad de la creación del Nocturno y el desamor y dolor en esos versos.

Aunque Rosario no fue la única mujer en la vida del poeta. En sus obras se encuentran cuatro mujeres. La primera, en 1868, no identificada más que como “Ch”. Luego Soledad o Ceci, una lavandera de pueblo.

Le siguió Laura Méndez, con quien incluso tuvo un hijo que la pareja perdió de manera prematura. Y finalmente, Rosario.

Regresando a la habitación número 13, cuando Juan de Dios vio la escena, él y algunos estudiantes de medicina intentaron reanimarlo, sin éxito.

El hombre de complexión delgada, cabello oscuro y ondulado, cejas pobladas, ojos grandes, nariz afilada, boca pequeña y de bigote, había cedido ante el fenómeno que varias veces refirió en sus poemas, el suicidio.

La muerte también era un tema inquietante para Acuña, tal como lo muestra en su poema “Ante un cadáver”.

Distinto a la reflexión de la muerte como un hecho de la vida, Acuña lo veía como un sentido material. Como alumno de medicina, analizaba y filosofaba sobre los cuerpos que veía en la plancha, logrando mezclar la ciencia, la medicina y la poesía.

Acuña decidió partir cuando su carrera iniciaba, cuando era colaborador de revistas y periódicos como El Renacimiento (1869), El Libre Pensador (1870), El Federalista (1871), El Domingo (1871-1873), El Búcaro (1872) y El Eco de Ambos Mundos (1872-1873).

Pero no por eso su obra se perdió. Sus colegas contemporáneos, además de sus amigos, extendieron el legado, como Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio y Manuel Ocaranza.

A Acuña lo cargaron sus amigos para llevarlo al cementerio del Campo Florido en la Ciudad de México. Detrás de ellos, decenas de personas.

El 10 de diciembre de 1873, a las 12 del mediodía, su cuerpo quedó bajo tierra.

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Pasaron 44 años hasta que sus restos fueron trasladados a la Rotonda de las Personas Ilustres en Saltillo, Coahuila, ciudad que le rinde homenaje llevando su nombre en una céntrica plaza, una escultura creada en su honor, una calle y un concurso literario.

Todos esos símbolos de homenaje tendrán su propia edición en Historias de Saltillo, pues no solo están ligados al poeta sino que tienen su propia esencia. Como la escultura dedicada a Acuña y creada por Jesús Fructuoso Contreras, que fue exhibida en París, Francia.

*Con información de Carlos Recio, Arturo Berrueto, Secretaría de Cultura, UNAM, Gobierno de México.

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