Anuncia su retiro el peluquero más longevo de Saltillo
Aún antes de cruzar la puerta, uno puede percibir los característicos aromas que facilitan la identificación del sitio.
Una vez dentro, los espejos, los revisteros, el mobiliario y ciertos utensilios denuncian también lo que tiempo atrás constituyó el santuario por excelencia del buen porte y vanidad masculinos en Saltillo.

Pero es el ruido de los tijeretazos, de las máquinas de corte y del restregamiento de la navaja contra la tira de cuero que generalmente pende de la silla giratoria, lo que termina por confirmar la identidad del lugar.
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En efecto, se trata de la peluquería, antecesora de las estéticas unisex y de los modernos “barber shop”, un concepto con nuevas variantes sobre el cuidado personal del hombre.

Fue precisamente en una de esas tradicionales barberías donde, además de haberse podido obtener el servicio deseado, se halló la grata presencia y amena conversación de un singular saltillense, de origen regiomontano, ni más ni menos que el fígaro más longevo de Saltillo.
Por sus diestras manos pasaron, literalmente, destacadas figuras de la política, como el exgobernador Braulio Fernández Aguirre.
Algunos de sus sucesores Eulalio Gutiérrez Treviño, Óscar Flores Tapia y hasta Humberto Moreira también estuvieron a merced de sus prodigiosas herramientas de trabajo.

Igualmente, desde 1957, en que se inició en el oficio, luego de haber sido bolero y zapatero, han recurrido a él, lo mismo alcaldes, que legisladores, empresarios y gente de la farándula, como Antonio Aguilar.
Desde luego, en mayor número, atiende a ciudadanos comunes, de casi cualquier edad, a cada uno de los cuales les dedica un promedio de 30 minutos de trabajo. De ese tamaño es su minuciosidad.
Todos los días se le ve llegar a media mañana, acompañado de sus hijos, quienes, ya entrada la tarde, regresan por él para llevarlo de vuelta a casa.

En vista de los riesgos y limitaciones propias de su avanzada edad, lo cuidan “como las niñas de sus ojos”.
Hasta hace poco había rechazado la reiterada petición de su familia de que deje el oficio.
En la plática, don Fidel Luna, de 91 años de edad, no tarda en confesar: “Me siento cansado”. Luego, hace un silencio, pero sin dejar de recorrer con sus tijeras el cuero cabelludo del visitante en turno.
Es por eso, y no por otra cosa, dice, que está a punto de abandonar una tradicional actividad, tal como la conocemos, y que está en vías de extinción.
Ninguno de sus tres hijos, ni sus nietos, están interesado en continuar con el oficio, expresa, por lo que considera que, una vez que deje de trabajar o parta al “ejido de las cruces” (el panteón), irremediablemente terminará esta importante tradición.
En su silla ya no habrá más clientes que lean el periódico, platiquen o escuchen la radio mientras les arregla los cabellos y pelos faciales.
Uno de los clientes más frecuentes que echará de menos, según lo deja entrever, es Manuel Jiménez Flores, padre del gobernador Manolo Jiménez Salinas.
Cuenta que, en la última vez que estuvo en la peluquería, el amante del rodeo tomó la siesta, como es su costumbre cada vez que somete su rostro al profesionalismo de don Fidel.
A la sazón, él le comentó: “Me gusta venir aquí porque sé que a usted no le tiembla la mano”.

No por mucho tiempo, don Fidel Luna Bustos estará atendiendo diligentemente su negocio, ubicado en calle Manuel Acuña, casi esquina con Mariano Jiménez, en pleno Centro Histórico de Saltillo.
Saltillo está a punto de perder, no solo a un peluquero profesional, sino también a un excelente amigo y confidente, lo que es lo mismo: un “cura con tijeras”, como él mismo dice, por aquello de que su silla es también una especie de confesionario.
En tal virtud, se le avisa a su fiel clientela que la difícil decisión está tomada y que no hay marcha atrás.
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