Identidad Cultural
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Según Adam Kuper, el concepto de cultura se remonta al siglo 18 en Europa, el cual se relacionaba a civilización, teniendo como opuesto el salvajismo. Por ello, el concepto se engranaba a la idea de superioridad de las civilizaciones y se asociaba al progreso material.
Se considera que el término proviene de Cicerón, quien menciona cultura animi —cultivo del alma—. Antropológicamente, cultura se vinculaba a las artes, religión y costumbres; posteriormente, en el siglo 20 el concepto se amplía al humanismo, para comprender el desarrollo intelectual y espiritual, y relacionar la palabra con el interior de la persona y no solamente con el desarrollo político de las naciones.
En ese sentido, expertos de la Organización de los Estados Americanos —OEA— en 1951 comentan que “Hay un sentido en que el progreso económico es imposible con ajustes dolorosos. Las filosofías ancestrales deben ser erradicadas; las viejas instituciones sociales tienen que desintegrarse; los lazos de castas, credo y raza deben romperse y grandes masas de personas incapaces de seguir el ritmo del progreso deberán ver frustradas sus expectativas de una vida cómoda”.
Igualmente, la Unesco apoya la indivisibilidad de la cultura y el desarrollo, comprendiendo no sólo el término de crecimiento económico, sino de manera integral, acceder a una existencia intelectual, afectiva y espiritual.
La cultura compuesta por elementos del pasado, del presente e influencias del exterior, otorga a los miembros de esa comunidad en particular compartir costumbres, tradiciones, aspiraciones, valores, religión, costumbres y creencias, lo que genera condiciones de cohesión y comportamiento personal y colectivo.
Así, la cultura aunada a la identidad logra un sentido de pertenencia a una colectividad, empero, la identidad cultural no es estática, sino que se construye o reconstruye, ya que, dentro de ella, coexisten identidades culturales variadas que expresan particularidades, como: educación, rituales, regiones, profesiones, aspiraciones, historias biográficas y familiares, sueños, géneros y edades, todo ello produce movimiento.
Sobre esa base, en las empresas al igual que en cualquier otra organización integrada por personas, su identidad cultural es viva, se actualiza. Es una identidad influida por factores internos como los manifestados por cada una de sus miembros, sus intereses, sus creencias, sus compromisos y sus acciones. Asimismo, por elementos externos como inversiones, tecnología, estructuras corporativas y mercado.
La identidad cultural suma el pensamiento y acción tanto del grupo, como de cada uno de los integrantes del mismo, que define su filosofía, estilo de vida y comportamiento. Por ello, revisar, analizar, adecuar y actualizar, en su caso, la identidad cultural periódicamente, es vital. De ella, proviene la posibilidad de subsistencia, desarrollo y crecimiento.
No obstante, resalta mencionar que habituarse a conductas nocivas empresariales, como estados de complacencia de los integrantes de la organización, en que actitudes directivas soslayan comportamientos pasivos, irresponsables e incompetentes de sus miembros, puede ser una tentación templada, que ocasione la disolución y extinción organizativa.
La identidad cultural, juega un rol positivo o negativo.
roberto.adame@cemefi.org
*Coordinador de Atención y Servicios de RSE en el Centro Mexicano para la Filantropía roberto.adame@cemefi.org Este texto es parte del proyecto de Cemefi en coordinación con VANGUARDIA, para la difusión de la Responsabilidad Social Empresarial.