Libres otra vez
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Esta es la historia de una familia saltillense que entrena a una pareja de búhos para dejar el encierro de una jaula y emprender el vuelo...
Saltillo, Coahuila. Basta imaginarnos a nosotros mismos encerrados para siempre en una jaula. En una donde apenas cabemos de pie y no alcanzamos a abrir los brazos.
Una jaula fría y sucia donde estamos solos, alejados completamente de los nuestros. Como una especie de esclavos, o peor que eso, pues ni siquiera tenemos un trabajo que hacer, más que estar ahí para que otros puedan contemplarnos.
Basta imaginar tal aberración para luego sentir como nuestro pecho se inflama, un grueso nudo nos cierra la garganta y algunas lágrimas ruedan por nuestras mejillas, cuando un par de búhos que durante mucho tiempo permanecieron enjaulados finalmente elevan el vuelo y se pierden entre las copas de los árboles.
“Para mí es complicado, pero yo sé que es lo mejor que puedo hacer por ellos, porque ellos no me pertenecen a mí, ellos nacieron libres y es por lo que estamos aquí”, expresa la joven Karen con sus ojos llenos de lágrimas. El momento es indescriptible.
La familia Castro Ramírez se preparó durante más de diez meses para este instante y aun sí es imposible contener el llanto y sentir una mezcla de contento y tristeza.
Es una tarde de marzo en la Sierra de Arteaga, la lluvia es intermitente, el sol va y viene también, y entre tanto, Hedwig y Liby son libres otra vez.
Diez meses antes
Hedwig es un búho cornudo americano, una especie de ave que habita prácticamente en todo el continente, desde Tierra de Fuego hasta Norteamérica, incluyendo, por supuesto, nuestro país.
Suele encontrarse en áreas semiabiertas, tanto en zonas desérticas como en los bosques.
Fue justamente en la Sierra de Arteaga donde un desafortunado día para Hedwig, unas personas que estaban de paseo lo encontraron cuando era aun muy pequeño y, quizá sin mala intención, decidieron tomarlo y llevarlo a la ciudad.
El búho creció en una jaula de canarios, alimentándose de restos de comida en el mismo sitio donde hacía su excremento. Sin ningún tipo de cuidado más que el proporcionarle comida para que no muriera.
Pronto el búho perdió el encanto que tuviera cuando era una cría. Aquellas personas se aburrieron de tenerlo y no supieron qué hacer con él. Fue entonces que aparecieron en escena los personajes de esta maravillosa historia. Los mismos que hace un año liberaron un águila en la serranía de Arteaga.
Carolina Ramírez fue contactada por los poseedores del búho para donárselo y que éste pudiera ser liberado también. Una tarea nada fácil. Desde el primer momento fue necesario vencer diversos obstáculos. El primero fue casi ridículo.
“A este búho lo pusieron en una jaula cuando todavía era un pichoncito, fue creciendo y nunca lo sacaron de la jaula y ahí lo alimentaban y crecía”, relata Karen, la segunda de los tres hijos de la señora Carolina Ramírez.
El búho alcanzó un tamaño mucho mayor al de la entrada de la jaula y resultaba prácticamente imposible sacarlo de ahí.
“Lo primero que pensamos fue tener que destrozarla, pero los dueños de la jaula querían que se las regresáramos, entonces esperamos un día y no podía salirse y no podíamos sacarlo a la fuerza porque podía lastimarse, y si un ave se lastima un ala o se rompe un hueso es imposible que pueda volver a volar”, cuenta la chica de 16 años.
La solución fue agrandar un poco la puertita de la jaula hasta que Hedwig pudo salir de ella por sí mismo. Aun así tuvieron que reparar la entrada para regresar la jaula a los dueños originales.
En aquel momento el animal se encontraba flaco, desnutrido, no podía abrir su garras y tenía un ala lastimada.
“Pensamos que nunca iba a poder volar”, recuerda Carolina. Ella y sus hijos llevaron el búho a casa y le asignaron una recámara como si fuera otro miembro de la familia.
Entre todos lo enseñaron a comer y a defenderse. La rutina de la familia se transformó. Los búhos son animales nocturnos. Duermen todo el día y es durante las madrugadas cuando suelen tener su mayor actividad. Carolina y sus hijos Manuel, Karen y Gustavo, se fueron turnando para estar con Hedwig durante las noches para enseñarle, primero que nada, a cazar su alimento.
“Empezamos con grillos, chapulines grandes, el animalito empezó a adquirir peso y fuerza”, dice Carolina.
Como Hedwig fue alejado de su hogar en la montaña desde muy pequeño, desconocía completamente su propia capacidad de cazar y alimentarse por sí mismo.
Al principio le daban pequeños insectos vivos para que él los capturara. Las presas fueron aumentando de tamaño, luego fueron roedores como ratones y hámsters, hasta que el cornudo americano fue capaz de cazar un conejo.
“Francamente cuando empezamos pensábamos -no va a pasar de hoy- todos los días decíamos -este nomás va a estar hasta hoy-, teníamos esa idea de que vamos a luchar por salvarlo, pero pensando va a estar hasta hoy, a lo mejor mañana ya no amanece, pasaron fácil dos meses hasta que empezó a comer solito”, narra la señora Carolina.
En su hábitat natural esta especie puede llegar a cazar presas hasta dos o tres veces más grandes que él, como armadillos, perros, gatos, serpientes, tortugas, ranas, incluso otros búhos. Son hasta 253 especies diferentes de animales, incluídos insectos y peces, los que forman parte del menú del búho cornudo.
“Trataba de conseguir pollos, conejos”, comenta Manuel, el más grande de los hermanos. Él también colaboró día y noche para sacar adelante la misión de regresar al búho a su medio natural.
“Había días en que casi no dormía, que me acostaba a las doce, una de la mañana, y me levantaba a las cinco para irme a la escuela”, recuerda.
“Estuvo muy pesado”, agrega su hermana, “pero valió la pena, nos apoyamos entre todos, porque a veces yo tenía mucha tarea y no podía estar al pendiente y les encargaba a mis hermanos que nada más lo observaran que no estuviera rompiendo algo, cosas así, y pues cuando tenía proyectos me desvelaba más y se me hacía más fácil”.
Además de conseguir las presas, Manuel ayudaba en la limpieza del cuarto en el que permaneció Hedwig por más de diez meses.
“También ayudaba con las instalaciones, los percheros, a veces los cargaba, los guardaba, los percheros eran para que el búho se fuera adaptando a lo que son las ramas de los árboles”, explica.
Manuel y Karen pensaban cómo lograr que la habitación contara con elementos para que se pareciera un poco al campo, de donde provenía Hedwig.
“No es como tener una mascota, eso es más simple, en este caso tiene sus cuidados especiales, porque tienen una dieta especial y actividades físicas para que estén en forma y que puedan adaptarse a la naturaleza”, dice Manuel.
La tarea de reintroducir un animal en su hábitat es un reto muy grande y fue el momento en el que él y su hermana aplicaron todos los conocimientos que algunos años atrás aprendieron como guías en el Museo de las Aves de México.
“Fueron tres buenos años de aprendizaje, convivir con personas especializados en eso, biólogos, guías, te da una perspectiva diferente de lo que son las aves”, refiere el chico de 18 años de edad.
“Por ejemplo, antes pensaría que hay muchos búhos, muchas águilas, pero aprendes que no hay tantas, de hecho algunas están en peligro y la gente ni siquiera lo sabe”, explica.
Con la información que recibieron en el recinto de aves más importante del país, las habilidades que aprendieron ahí, además de su propia creatividad e ingenio, Manuel, Karen y el resto de la familia se las arreglaron para mantener con vida, saludable y en forma al búho Hedwig.
Aprender a defenderse
En un par de meses el ave aprendió a cazar y a comer prácticamente solo, pues aunque las presas llegaban hasta su habitación, estaban vivas y él tenía que utilizar la técnica de su especie para convertirlas en su platillo del día.
Este método consiste en observar a la presa desde las ramas de los árboles y desde ahí emprender el ataque velozmente para sorprender al animal sin darle oportunidad de escapar.
Los búhos atacan con las alas abiertas al mismo tiempo que con sus poderosas patas incrustan las uñas bien afiladas en el cuerpo de sus víctimas, matándolas casi de forma instantánea.
Una vez que Hedwig dominó esta técnica vino ahora el entrenamiento para defenderse de sus propios depredadores, como lo son, principalmente, los halcones.
Al estar tanto tiempo en convivencia con humanos y no con otros animales de su especie ni tampoco con el resto de la fauna que habita en el medio natural, Karen consideró que Hedwig se había convertido en un ave muy confiada.
“Lo veía y me daba miedo que le pudieran hacer algo, yo quería incitarlo a que me desconociera, que le tuviera miedo al hombre”, dice ella.
“Noté que de pequeño sí mostraba de alguna manera la forma en que él se podía defender, pero para mí no era suficiente, porque cuando yo lo atacaba, por así decirlo, resultaba que sí podía herirlo, entonces tuve que enseñarlo a estar siempre alerta de lo que pudieran hacer sus depredadores o las personas”.
A Karen se le ocurrió colocarse un guante en la mano y luchar con el búho. Lo hacía con fuerza para que el animal no pensara que se trataba de un juego.
“Él se acercaba y solo me picaba, pero empecé a tomarlo del pecho para que me atacara con las garritas, fue lo que empecé a hacer, y fue tomando más fuerza, y entonces lo que hacía él era tirarse de espaldas, tomar con las garritas al guante y si yo me acercaba con la otra mano me atacaba con el pico”, relata Karen.
“Se le estuvo entrenando un rato para que aprendiera a defenderse en la naturaleza, porque así como él es un animal que va a cazar otros animalitos, hay otros animales que son territoriales que lo van a ver a él y lo van a atacar”, complementa su mamá.
La técnica comenzó a funcionar y pronto notaron cómo sus patas y sus garras adquirieron fortaleza. El ejercicio se repitió una y otra vez durante los últimos cinco meses.
Sin embargo, Hedwig pudo haber tardado mucho más tiempo en estar listo para volver a su hábitat, o quizá nunca lo hubiera logrado, de no haber llegado otro integrante a la familia.
Llegó su compañera
Liby es también un búho cornudo americano. Es una hembra y por lo tanto su tamaño y su peso es alrededor del 15 por ciento mayor que el del macho. Liby llegó a completar esta aventura, literalmente, por accidente.
“Una amiga me había explicado que su abuelito había chocado contra un búho y que lo tenía en su casa, que lo estuvo cuidando, pero en realidad no sabía qué podía hacer con él, y ella sabía que nosotros estábamos rehabilitando a uno, fuimos a verlo y su abuelito nos hizo el favor de donarlo”, cuenta Karen.
Esto sucedió a finales de noviembre de 2014, a seis meses de la llegada de Hedwig a la casa de la familia Castro Ramírez, pero Liby no era un búho tan joven y sabía ya cómo cazar y defenderse.
"Cuando llegó no podíamos juntarlos inmediatamente, porque ella como es más salvaje podía desconocerlo a él y podía atacarlo, entonces los fuimos acercando poco a poco como para que se fueran conociendo”, explica Karen.
El proceso fue lento, pero tuvo también resultados positivos.
“Poco a poco dejaba que se acercaran para ver cómo era la interacción, ella se molestaba mucho al inicio y fue poco a poco que fue aceptándolo”, continúa.
Quizá contribuyó el canto que Hedwig comenzó a emitir por su instinto natural. Ese canto sirve a los búhos cornudos, como a muchas otras especies de aves, para establecer su territorio, para advertir a los depredadores que se mantengan alejados y también para atraer a las hembras con las cuales aparearse.
El canto, la convivencia o quizá el compartir aquel extraño destino juntos, logró que pronto Hedwig y Liby se relacionaran exitosamente.
“Había días que estaban muy pegados, muy juntos, uno cuidaba del otro siempre, te acercabas a un búho y el otro entraba en la defensa”, recuerda Manuel.
Los búhos son una especie considerada monógama y territorial. Esto quiere decir que forman parejas para toda la vida, aunque el cornudo americano alcanza la madurez sexual generalmente durante el segundo año de vida.
Aparentemente son animales aislados, pero se cree que la misma pareja va a encontrarse una y otra vez cada año a través de su canto.
Durante el cortejo ambos miembros de la pareja vocalizan a dúo. Esta vocalización consiste en una serie de notas como una especie de 'hu-huhoooo', un característico sonido de esta clase de aves que seguramente todos hemos escuchado alguna vez.
“También tienen sentimientos como nosotros, tienen temperamento, y sí, las aves sufren mucho cuando están encerradas, y más si están solas, por ejemplo Hedwig, sí se le veía medio triste porque estaba solo, pero llegó la hembra y se le notaba que tenía el ánimo más levantado”, asegura Manuel.
Carolina y los chicos llegaron a conocer tanto a los búhos que podían distinguir cuando estaban hambrientos, tristes, juguetones. Y por supuesto, llegaron a encariñarse profundamente con ambos.
“Tenía mucho miedo”, dice Karen al recordar la noche del 15 de Septiembre cuando en la ciudad resonaban por todos lados fuegos artificiales con motivo de la fiesta del grito de independencia.
“Es un ruido muy intenso, el ave se asustaba y se escondía, yo voy en contra de los fuegos artificiales porque afecta a muchas clases de animales. El búho no conocía lo que era y se ocultaba y le daba miedo. Lo noté asustado y lo que intenté hacer fue acercarme para que tuviera con quién, no sé cómo decirlo, sentirse acompañado”.
Ese fue uno de tantos momentos en los que Karen prácticamente se convirtió en una madre para Hedwig y para Liby, compartiendo con ellos situaciones que ambos tendrían que estar viviendo en medio de la naturaleza.
Libertad
Liby fue bautizada con ese nombre por el padre de Karen, como una especie de diminutivo de la palabra libertad.
Todos en la familia tuvieron claro desde un principio que el momento de la liberación llegaría tarde o temprano y que cada esfuerzo, cada día, cada aprendizaje, tenía como objetivo final el de regresarlos a su verdadero hogar.
“Todos tenemos derecho a la libertad”, expresa Manuel y enseguida explica que las aves cumplen, como todos los seres vivos de este planeta, una función esencial en la naturaleza.
En el caso de los búhos, y a diferencia de las creencias populares que los han estigmatizado como aves de mal agüero durante miles de años, estos animales juegan un papel fundamental en el entorno.
Este consiste, principalmente, en controlar o regular el número de especies de mamíferos pequeños o medianos, como conejos, ratones, zorrillos, tlacuaches, además de ciertos reptiles o insectos, y que en determinado momento pueden llegar a convertirse en una plaga.
“De alguna manera las aves benefician el ambiente, y eso de alguna manera nos beneficia a nosotros mismos”, reflexiona Manuel.
Su hermana considera a su vez que es la falta de información y de cultura sobre el medio ambiente lo que lleva a muchas personas a actuar en contra de la flora y la fauna.
“No saben lo complicado que puede ser tener un animal, lo peligroso que puede ser a veces también, y lo difícil que es poder reintegrar un animal a su hábitat”, expresa.
“Y cuando se trata de animales en peligro de extinción no consideran el mal que pueden hacer al llevarse un animal o cazarlo, cómo puede afectar eso a la población de la especie”, agrega.
Karen ha sentido siempre respeto y admiración por los animales. Pero fue también el tiempo que pasó en el Museo de las Aves lo que despertó en ella el deseo de protegerlos.
“Y fue cuando empecé a buscar qué hacer por los animales y me surgió esa duda de qué es lo que quiero hacer de mi vida, y lo que más me interesa es la veterinaria”, confiesa.
Karen estudia el cuarto semestre de la preparatoria y en los próximos días presentará su examen de admisión a la carrera de Medicina Veterinaria y Zootecnia en la Universidad Nacional Autónoma de México.
“La verdad no sé como imaginármelo, pero sí, es estar siempre disponible cuando los animales me vayan a necesitar”, responde cuando se le cuestiona sobre cómo se vislumbra en el futuro.
Libres otra vezLa historia de una familia saltillense que entrena a una pareja de búhos para volver a su hábitat natural
Posted by VANGUARDIA on Lunes, 27 de abril de 2015
Coincide, sin haberlo planeado así, con el inicio de la primavera. El vehículo de la familia Castro Ramírez se desplaza sobre la Carretera 57 rumbo a la Sierra de Arteaga.
Es imposible no sentir nervios, ansiedad. Pero cada integrante de la familia hizo su mayor esfuerzo para que los búhos puedan sobrevivir en el medio natural y al mismo tiempo se encuentran tranquilos.
La camioneta toma el camino rural rumbo a Los Lirios y se desvía en un paraje previo, aparentemente deshabitado.
Hedwig y Liby viajan en la cajuela, juntos en la misma jaula, posiblemente la última que verán.
El vehículo toma un angosto camino de terracería que escala poco a poco la sierra. Hay una especie de tensión en el ambiente, pero con su buen humor y el alegre ánimo que la caracteriza, Carolina intenta relajar la situación.
Algunos minutos antes Karen no puede contener las lágrimas mientras admite los sentimientos encontrados que le provoca este momento.
“Siento que se va una parte de mí, pero es lo mejor para ellos. Fueron, por así decirlo, mis hijos (…) no me siento preparada para que se vayan, pero sé que ellos deben irse”.
Manuel, conmovido también, pero más tranquilo, confiesa sentirse raro al imaginar que volverá a su casa y ya no encontrará a los búhos a los cuales les dedicaba gran parte de su tiempo.
“Pero si te pones en su lugar tampoco te gustaría estar encerrado todo el día y que nada más te den de comer y en un pequeño espacio. Sí estoy contento porque ya están en su entorno natural y tienen una mejor calidad de vida, porque ningún ave merece estar en cautiverio”, dice él.
“Lo que yo creo que va a pasar es que se liberan, van a volar poquito, pero ya más tarde que empiecen a hacer su canto van a ubicarse con su misma especie”, confía Carolina.
Entre todos bajan la jaula de la camioneta y se internan algunos pasos más en la montaña. Carolina les da un par de instrucciones a sus hijos. Los corazones de los presentes laten fuerte, los búhos mantienen sus grandes ojos amarillos muy atentos.
Karen es la indicada para darle a los búhos el gran regalo de la libertad. Toma entre sus manos, primero a Hedwig, le da un beso en sus cuernos de plumas, estira los brazos hacia el cielo y lo suelta.
El búho aletea, pero no llega muy lejos, apenas unos árboles más adelante. Karen repite la misma acción con Liby, un beso de despedida y la hembra vuela mucho más alto llegando aun más lejos.
El acontecimiento no pasa desapercibido para los animales del bosque. En algunos minutos los abundantes pájaros azules comienzan un alboroto. Ese inamistoso recibimiento inquieta a Carolina y a los chicos, pero es hora de que los búhos se enfrenten a su nueva realidad.
Hedwig y Liby se buscan en las alturas y poco a poco se van internando en la espesura de la sierra, mientras la alharaca de los azules continúa.
Los rostros de aflicción de Karen y sus hermanos son evidentes, pero al mismo tiempo están conscientes de haber hecho lo correcto.
“Si resulta todo bien y viven, se reproducen, cazan y todo eso, para mí será una gran satisfacción, pero si llegan a morir, porque también hay que pensar que eso puede pasar, prefiero que eso suceda en la naturaleza”, concluye Karen.
“Lo que tenemos aquí en Saltillo, en Arrteaga, en todo Coahuila, es patrimonio que nos pertenece a todos, pero dentro de ese patrimonio hay obligaciones y esos animalitos se deben de respetar”, dice Carolina, “como familia creemos que valoramos nuestro patrimonio y que no es el primero ni será el último animalito en querer rescatar, vamos a seguir con esto”.
OTROS DATOS
- Actualmente la familia Castro Ramírez rehabilita un aguililla aura para su próxima liberación.
- La familia Castro Ramírez liberó un águila caracara rompehuesos en abril de 2014 en la Sierra de Arteaga.
- La familia Castro Ramírez procura registrar todo el proceso de rehabilitación de las aves en video para dejar testimonio de su labor, así como para contribuir a la concientización de la población sobre las especies silvestres que por alguna razón permanecen en cautiverio.
- El búho cornudo americano debe su nombre a las plumas que presenta en la cabeza y que aparentan ser cuernos.
- La población de búho cornudo americano en México está clasificada como 'estable'.
- Si usted tiene conocimiento de un ave, o cualquier otro animal silvestre, que se encuentre en cautiverio, es importante que notifique a la Secretaría de Medio Ambiente de Coahuila al teléfono 01 800 260 6162, o bien, llame a la Dirección de Protección Civil Municipal al teléfono 438-06-68. El caso será canalizado a la Unidad de Manejo para la conservación de la vida silvestre (UMA) que corresponda.