La madam de Saltillo
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En las entrañas del famoso prostíbulo de la colonia Oceanía convivió una familia saltillense, entre cumpleaños, levantadas de Niño Dios y sexo
Saltillo, Coahuila. El prostíbulo más famoso de Saltillo, al que acudieron artistas, políticos y deportistas, en busca de placer, también fue un hogar, hasta que su dueña se fue de este mundo.
La casa ruinosa color verde olivo desteñido, que se halla plantada a mitad de cuadra, por la calle de Amsterdam, en los intestinos de la colonia Oceanía, está más muda y solitaria que nunca.
Ya no se oye más la música, los gritos ni las risotadas de las muchachas, sentadas, esperando cliente en la sala de la casa que, hace unos años, estuvo pletórica de ambiente y cuerpos voluptuosos, y que ahora luce amplia y vacía.
La historia de esta casa, situada en el famosos 868 de la calle de Amsterdam, y a cuyo pie se levanta un árbol de hojas frondosas que dan sombra la mayor parte del día a la entrada protegida con una puerta de zinc y cristales sin persianas, no es como la de las demás.
La gente del barrio cuenta la historia de una señora chaparrita, morena y media llenita, que vivióÂ -porque ya murió el 28 de junio de 2007 de cirrosis hepática-Â en esta casa silenciosa con "sus muchachas".
Le llamaban doña Panchita y su casa, ésta, era la más alegre, conocida y visitada de toda la ciudad.
Lo que no se sabe con certeza es cómo la fama de esta casa, estilo Infonavit y con el frente despostillado, creció como la espuma de la cerveza, primero por la colonia Oceanía y después hacia los cuatro puntos cardinales de la urbe.
"Yo estaba muy chiquita para acordarme de cómo empezó todo, la cosa es que de repente ya había muchas muchachas en la casa", me cuenta Nubia Suárez Cortez, la mayor de los dos hijos que procrearon doña Panchita y su esposo Hugo, ingeniero agrónomo de profesión, la tarde que charlamos en el recibidor de su casa de Privada Las Palmas, un suburbio laberíntico localizado en el suroriente de Saltillo.
A la sazón los vecinos de la calle de Amsterdam veían pasearse por la sala de aquella casa sensual a las muchachas y a doña Panchita, con su tarro gigante de hielos rebosando de cerveza, Corona clara, su favorita, mezclada con clamato y limón.
Ah, pero eso sí. las chicas que entraban en casa de doña Panchita, la señora que le gustaba darse baños en las aguas termales de la Azufrosa, quemar incienso y regar agüitas de la buena suerte a la entrada de su casa para atraer clientes, no eran cualquier tipo de chicas.
"No, no era cualquier muchacha, esa clásica muchacha que. No, eran muchachas que se veían bonitas, muy bonitas todas. Y no se vestían vulgares ni nada de eso, siempre andaban muy bien vestidas", relata Nubia.
Entonces la casa verde olivo, con una ventana espaciosa que da hacia la calle, se vio colmada de gente: empresarios, políticos, narcos, niños popis y hasta artistas de televisión, porque que a lo largo y ancho de la metrópoli, y más allá, todos sabían quién era doña Panchita, hasta el día en que murió, y el glamour de aquella casa se apagó para siempre.
"No crea que cualquiera iba a sentarse a la sala de mi mamá, no, mamá era muy especial", narra Nubia, de tez aperlada, estatura media, gruesa de cuerpo, con pelo castaño recogido en un chongo y 37 años a cuestas.
MARTHA: LA PRIMERA
Todo comenzó cuando Martha, la primera de las muchachas, entró en casa de Panchita.
Era de Ciudad Acuña, dijo, y traía cargando a una niña recién nacida y unos aretes de oro que pretendía cambiar por dinero para comprar un bote de leche y conseguir alojamiento para ella y su hija. Al menos es lo que dice Nubia.
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Condolida, Panchita, que entonces trabajaba como doméstica en casa de un tendero -nuevo rico del barrio- para ayudar a su esposo en el sostenimiento de sus hijos pequeños: Nubia y Hugo, alojó a aquella muchacha, le dio de comer y en los días subsecuentes cuidó de la niña mientras Martha salía a trabajar - juró -Â en una lonchería.
"No tenía dónde quedarse, mi mamá le dio alojo, porque hasta eso, era muy buena gente, fuerte de carácter, pero era muy. se ablandaba con la gente que lo necesitaba. ayudaba a la gente necesitada".
"Martha no nos decía en qué trabajaba, yo creo que no quería asustar a mamá. Después le dijo que andaba en `la profesión', y trabajaba un bar que en ese tiempo se llamaba Océano, me acuerdo mucho, yo estaba muy chiquita, pero me acuerdo".
Nubia, que en ese tiempo tenía nueve años, no atina a explicar lo que ocurrió después y sólo recuerda que la casa de su madre empezó a llenarse de mujeres bonitas, amigas de Martha, que entraban y salían, y asistían a reuniones organizadas por Panchita y Hugo, su esposo, en la sala del 868, de la calle de Amsterdam.
"Martha empezó a invitar a amigas a la casa a tomar. De repente papá y mamá se echaban sus traguitos con sus amigos, vecinos, en reuniones de matrimonios.".
Panchita comenzó a contactarse con amigos y conocidos, y en menos de lo que creyó, había aprendido a manejar el negocio y a tratar con las `chicas del ambiente'.
La tónica del negocio se basaba en que las muchachas asistieran, en distintos horarios, generalmente en la tarde - noche, a la casa de Panchita y aguardaran sentadas en la sala el telefonazo o la visita de los clientes, para trasladarse con ellos a hoteles y viviendas particulares. Panchita les pagaría a las chicas al final del servicio.
"Mi mamá era firme en sus decisiones, mucha gente, más que miedo, le tenía respeto. Ella era la autoridad, mi papá también, pero yo creo que le tenían un poco más de respeto a mi mamá, porque siempre la trataban de `la señora Panchita'".
Cómo Martha, ¿llegaron más muchachas?
"Carolina, la que era esposa del español Emilio Cortés, que en paz descanse, el dueño del Conejo Loco y del Corona. Ella llegó también con una niña, casi la misma historia que Martha, pero 10 años después, mamá la trató muy bien.. Ella era la sensación, porque tenía una belleza, ¡bonita que estaba!, por su belleza conquistó al español, al dueño del Corona, se casó con él".
A esta muchacha, me confirmaron después algunos vecinos del barrio, le decían `La Thalía', por su gran parecido con la cantante de las telenovelas.
Y LAS DEMAS
Esta historia de las `chicas de ambiente', que llegaban a casa de doña Panchita en busca de ayuda, la confirmé después por boca de otra muchacha que trabajó en 898 de Amsterdam y que ofreció sus servicios en los avisos de ocasión de varios periódicos.
"La conocí porque yo en ese tiempo no tenía trabajo, era madre soltera y andaba rodando con mi hijo, y ella me ayudó. Yo iba a bailar al Fiesta y, este. a veces había gente ahí, a veces no, y yo tenía que llevarle dinero a mi mamá para que le diera al niño. Un taxista me llevó ahí con ella. La señora me dio de comer, y por esa señora yo me levanté, entonces no tendría nada malo que hablar de ella".
- ¿Dónde están las otras muchachas?
- Me imagino que han de estar enfermas o ya se morirían, no sé, pero ya andaban muy mal, casi todas, a escondidas de la señora se metían al baño para drogarse con soda.
Eran los albores de la década de los ochenta. Nubia relata cómo doña Panchita, su madre, dominó el negocio,
"Me imagino que Martha le platicaba más o menos cómo estaba esto, mamá empezó a contactarse con varios amigos, conocidos, pura gente conocida, nunca con cualquiera, ella cuidaba mucho a sus muchachas.tanto", dice Nubia, que les tenía televisión con cableen la sala, para que no se aburrieran y vieran sus novelas.
-¿Cuántas muchachas llegó a haber en la casa?
-iban y venían, fueron muchísimas, había de Torreón, Monclova, Piedras Negras, Monterrey; madres solteras, casi todas. No lo hacían por gusto, era por necesidad, porque tenían hijos, otras porque venían de fuera, porque la familia las trataba mal y veían que nosotros, a pesar de lo que fue la casa, éramos muy unidos.
Una chica que taloneó en la casa de Amsterdam, y que durante un tiempo anunció sus servicios -anónimamente- en los clasificados de los diarios, me dio una versión distinta.
"Las que yo conocí, casi todas eran casadas, separadas, que lo hacían por gusto y por sacar para la droga, hasta se burlaban de mí, decían que porqué yo no me drogaba, y no me hablaban porque yo era de las fresas que no compraban soda".
Cierto día que entrevisté personalmente a una joven sexoservidora, que también se publicitó en las páginas de los periódicos, me contó que doña Panchita les daba consejos y las persuadía para que se alejaran de `la profesión.
"Nos decía que si podíamos salirnos de esta vida nos saliéramos, porque no era vida.", confesó.
AMADA Y ODIADA
En cuestión de unos meses la casa de Infonavit de Pachita, Hugo y sus dos hijos, se convirtió en la casa alegre del barrio, de la música y el relajo hasta la madrugada, de las mujeres con minifalda entrando y saliendo, y de hombres adinerados que llegaban en carrazos del año y aparcaban en la calle de Amsterdam para llevarse a las muchachas.
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"Se hacia un tráfico de la fregada, parecía el Centro", recuerda una vecina de la cuadra, una mañana que conversamos a las afueras de la casa de Panchita.
Con todo y las protestas airadas de los vecinos del barrio, que habían luchado hasta el hartazgo por que doña Panchita y `sus chicas' se mudaran de lugar.
"No es por nada, pero mi mamá siempre sacó de apuros a varios vecinos de ahí, sobre todo a los que le echaban, era a los que más ayudaba. Que 'Panchita, ayúdeme porque a mi hijo me lo detuvieron', y que 'la luz' y ái va mi mamá a echarles la mano, nunca se negó a ayudar a nadie".
Una abarrotera de una tienda de este barrio, de vecinas espiando por la ventana, jóvenes en short y cocheras con asadores de carne empotrados, me confió cómo a lo largo de la historia de esta casa, que funcionó 23 años, la gente del lugar emprendió algunas campañas para echar a Pancha y sus mujeres de ahí. "¡Que se vayan, que se vayan!", decían.
-¿Cómo era ella con ustedes?
-Era muy amable, venía con sus nietos chiquitos y les compraba todo lo que querían, a mi me decía: 'que buenos son sus hijos'.
La gente comenzó a maliciar sobre una supuesta red de proteccionismo y complicidades que se tejía entre las autoridades y los dueños de la casa de Amsterdam. Lo cierto, aseguran algunos vecinos, es que a esta casa nunca entró la policía.
"Las vecinas tenían problemas de inferioridad, se sentían menos que las prostitutas, se enojaban porque sus esposos miraban a las muchachas que entraban y salían de la casa", me contó una de las chicas que trabajaron con doña Panchita y a que visité una tarde en una casa de citas de la colonia Morelos.
Otra habitante del sector cuenta de cierta ocasión en que un piquete de militares irrumpió con su camión en casa de Panchita, como en actitud de reventar el lugar. Al poco rato los soldados se fueron  llevándose a cinco o seis chicas.
"Era un camionsote, todos dijimos 'ay cabrón', porque eran un chingo de soldados, pero tampoco hicieron nada".
Otra de las quejas de los vecinos es que era común que de madrugada los parroquianos alcoholizados, confundiendo las señas de la casa de Panchita, iban y se metieran a las viviendas de otros vecinos preguntando por madama y sus muchachas.
"Hasta que una fui con la señora y le reclamé, dice 'sí, ya les dije que es donde está el árbol'", revela una lugareña del barrio.
ALLA EN LA `TOPO'
Tiempo atrás doña Panchita, María Francisca Cortez, como en realidad se llamaba, era sólo la hija adolescente de una rentera, oriunda del barrio del Topochico, que había logrado graduarse en enfermería y que a los 16 años se había casado con su novio Hugo Suárez, un joven ingeniero agrónomo defeño, del que había quedado embarazada.
Después del casamiento, y nacidos Nubia y su hermano Hugo, se vino para la familia una racha de mala suerte. Panchita y su esposo habían tenido que desalojar la casa paterna de la primera, y donde hasta entonces habían vivido, debido a un supuesto pleito legal.
Hugo que durante esa época trabajaba como empleado en Avante, una extinta tienda de novedades situada por el rumbo del Centro, consiguió un crédito Infonavit y así fue como llegaron a la casa de Amsterdam 868, siendo unos de los primeros pobladores de la cuadra.
La pobreza no menguó, Hugo, a quien los vecinos describieron en vida como un hombre afable, alto, gordito y de cabello chino, ganaba poco, fue entonces que Panchita se metió a `famulla' en una casa de aquel tendero que la explotaba y la humillaba.
"La verdad, mamá sufrió mucho, no podían los dos tenernos bien, porque siempre nos faltaban cosas, comida. Yo estaba chiquita, pero me acuerdo que ella sufría humillaciones, y hasta nosotros, por parte del señor que la contrataba para que le limpiara la casa y le planchara. Hasta en la madrugada estaba mi mamá planchando y mi hermano y yo acompañándola", suelta Nubia.
Años después Hugo consiguió un mejor trabajo en la Agencia Ford, mientras Panchita, aprovechando su habilidad para la cocina - su especialidad fue el asado de pulque - , intentaba establecer un pequeño negocio de comida casera en Los González que, a la postre, fracasó.
Luego vino lo de Martha y la casa de la calle Amsterdam, que pronto cobró fama, en muchos kilómetros a la redonda, por la juventud y belleza de sus meretrices.
-¿Y con tantas tentaciones en casa, no estaba en peligro la relación de sus papás?
-No eran celosos ninguno de los dos, sabían a lo que se dedicaban, era mucha la confianza y pasara lo que pasara no se iban a dejar. Nunca se dejaron, nunca de que 'me voy a divorciar y me voy a vivir con ella', no, a pesar de sus problemas y de todo estaban juntos.
CLIENTES DE LUJO
Cualquiera que se diera una vuela por la casa en ruinas, verde descolorido, de doña Panchita, la mujer que iba y venía con su tarro de hielo hasta el borde de cerveza con clamato y limón, se resistiría a creer que aquí mismo, desfilaron, hace años, figuras de la talla de Marco Antonio Solís `El Buky', Adolfo Angel, `El Temerario Mayor', los integrantes del grupo `Los Traileros del Norte', el luchador `Pirata Morgan', jugadores del equipo Saraperos y del Club Monterrey.
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"Iba a veces a dejar muchachas hasta México, Guadalajara, porque las muchachas que mamá manejaba tenían tipo de ejecutivas, no se veía que fueran otra cosa", dice. No había un solo ruletero en todo Saltillo que no supiera dónde estaba la casa de doña Panchita.
El nombre de doña Panchita sonaba ya por todos lados y era pronunciado, casi en susurro, en los círculos políticos y sociales más selectos de la ciudad. Nubia recuerda cómo su madre recibía, incluso, invitaciones de gobernadores para asistir a fiestas privadas.
Otra vecina abona un rasgo distintivo al perfil de la casa de doña Panchita y sus muchachas:
"A veces salía y gritaba '¡un mandado!', todos los niños nos peleábamos para ir a la tienda, porque te pagaba muy bien por ir aquí a la esquina a traer un kilo de huevo o un litro de leche, unos cigarros. Todos los niños nos peleábamos, salíamos hechos madre, 'yo, yo, yo'".
Las tertulias en casa de doña Panchita se alargaban hasta la madrugada conversado con los clientes, tomando cerveza, escuchando baladas de José José y jugando partidas de dominó.
"Había muy buen ambiente, a todo mundo le gustaba estar aquí tomando. Mis cuates me dicen 'nombre, cómo no vivía yo ahí'", platica un vecino y asiduo cliente de esta casa.
Nubia y su hermano Hugo se habían mantenido apartados de aquel submundo, hasta que crecieron y se enteraron de lo que en realidad pasaba en casa de sus padres.
"Mi hermano y yo estuvimos apartados de todo eso, la casa no estaba muy grande, pero a nosotros nos decían 'ustedes al estudio, a la escuela y nada más, y no se asomen para acá. Nos compraban comida y ahí nos la pasábamos, nos sacaban a pasear, las mismas muchachas nos sacaban a pasear, ellas nos llevaban al cine, a los parques, a las ferias, por ese lado no crecimos tan. no nos afectó", cuenta Nubia.
De súbito las cosas empezaron a ir cada vez mejor para la familia, al mismo tiempo que los periódicos hacían leña de aquella casa en la que se rumoreaba, había mujeres menores de edad - 15 años, decían-Â ejerciendo `la profesión'.
Nubia era entonces una puberta y comenzaba a padecer el acoso de los vecinos del rumbo, que osaban hacerla pasar por una más de las muchachas de aquella casa. "Ya grande me faltaban al respeto, por lo mismo de que decían 'bueno, pos si vives ahí. eres igual.'".
SU MANO DERECHA
Varias tardes calientes acudí a casa de doña Panchita, donde todavía vive su hijo Hugo, con la intención de entrevistarlo, pero el plan se abortó.
"Necesito hablar con mi hermana, a ver si está de acuerdo", me dijo en más de una ocasión aquel muchacho trigueño, rollizo, de lunar en la cara y que parece tener más de 30 años.
Pude averiguar por su hermana Nubia que Hugo había sido la mano derecha de doña Panchita en el negocio, y durante las noches en que salían a trabajar con sus muchachas a los bares de la ciudad; que ahora trabaja de operario en una fábrica y que tiene un hijo con una de las chicas que antes iban a trabajar en casa de su madre.
La salida a los bares me lo confirma un taxista que frecuentemente prestaba servicios a la casa de doña Panchita, quien dice de esas noches, "Tenía su reservado en el bar, hacían una mesa laaaarga y ahí estaba ella con todas sus muchachas".
Nubia por su parte revela de Hugo: "siempre traía a mi hermano con ella para todos lados y le decía 'mijo no trabaje, porque mientras yo viva, los mantengo a todos', era el lema de mi mamá, `mientras yo esté viva, a nadie le va a faltar nada".
- ¿Vivían con ostentación?
-Nunca vivimos con lujos, porque a mis papás no les gustaba andar que con anillos, cadenas, no. Eso sí, siempre tenían el refrigerador lleno de comida, era en lo que se gastaban el dinero; comida nunca faltó.
Con el tiempo Nubia, que se había recibido de programador analista, se casó, tuvo tres hijos y se fue a vivir lejos del barrio.
MUY CATOLICA
De la casa verde olivo con la fachada descarapelada, quedó solo el recuerdo de las fiestas babilónicas organizadas por doña Panchita con motivo de las levantadas del Niño Dios -era muy católica, devota de San Judas Tadeo, aunque nunca iba a misa -, o los cumpleaños de ella y su esposo Hugo, - con fritada, cerveza, tequila y wisky -, cuando el negocio estaba en pleno auge.
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"En los cumpleaños de ellos dos, echaban la casa por la ventana, compraban cabritos, borregos, hacían fiestas en grande, contrataban mariachi, eran unas fiestas muy buenas. Las levantadas oiga, mi mamá tenía nueve Niños Dios, las muchachas eran las madrinas. Se llenaba la casa, iban todos los niños de la cuadra, mamá hacía cazuelotas de comida, pozole, menudo o el asado de pulque tan famoso"
"La gente no cabía en la casa, todos los vecinos estaban ahí, mi mamá tenía que poner tres mesas afuera, rentaba mantelería, tapaba la calle para que a la gente no le faltara de cenar y las muchachas daban muy buenos bolos. Era de madrugada y no se iba la gente. A la hora de rezar todo muy serio, todo mundo rezando. Ponía mamá el pino grandísimo, lleno de Niños Dios, de muñequitos, de todo, muchas series.", refiere Nubia.
Otra de las vecinas, de las más antiguas de Amsterdam, añade un detalle ácido al relato: "Los vecinos no podían ver a doña Panchita, pero bien que iban a las levantadas, sobre todo los señores, porque sabían que las muchachas eran las madrinas".
SE APAGO
Al cabo del tiempo Hugo y Panchita, que no dejaba por nada su tarro con cerveza, se habían hecho adictos al alcohol. Nubia me enseña ahora el pequeño álbum fotográfico familiar en donde aparecen sus tres hijos con sus abuelos Panchita y Hugo, durante las piñatas que éstos solían hacer a sus nietos, en sus cumpleaños, con bolos, payasos y todo.
Hasta que un atardecer de verano de 2007 el resplandor de la casa se apagó.
Hacía tiempo que el médico había diagnosticado cirrosis hepática avanzada en el cuerpo de Panchita, que soportó 10 años mas enferma y al frente del negocio.
Hugo, su esposo, al que la gente del barrio veía bebiendo cerveza la mayor parte del día, al que le gustaba vestir de traje en sus cumpleaños y leer el periódico todas las mañanas, había sido el primero en irse.
A mediados de 2006, lo mató un síncope diabético, dice Nubia, como resultado de los sustos que pasaba cuando Panchita sufría convulsiones y dolores que la hacían gritar por horas, fustigada por la cirrosis.
"Papá se fue para bajo de ver a mi mamá enferma, ella estaba más enferma que él y se agüitó mucho. El día que falleció mi papá, ella se derrumbó, se acabó, ya no quiso saber nada de nada, ni del negocio, ni de nada, se dejó".
"Fue muy triste, porque los últimos meses la veíamos cómo le lloraba a mi papá. Tenía una fotografía de él y le lloraba, le pedía que se la llevara".
Los vecinos recuerdan esos últimos días a Panchita tirada en su sofá a la entrada de la casa y quejándose largamente por el dolor en el hígado.
"Muchos vecinos del barrio la iban a verla, las muchachas estaban ahí sentadas y unas señoras le llevaban a la virgen y le rezaban, pero Panchita ya estaba muy mala y se quejaba", cuenta una vecina del rumbo.
Un año después, y sin que la familia, ni las muchachas que se hallaban en la sala esperando a sus clientes, se diera cuenta, Panchita expiró.
La encontraron recostada en su cama, pálida y delgada y, dicen los que la vieron, que tenía en su mesa de noche una botella de cerveza Corona a medio consumir,
"Mi hermano Hugo me decía que la soñaba, que lo regañaba y lo regañaba mucho, porque se agarró a la bebida a partir de que mi mamá murió, él no ha dejado de tomar".
Su funeral se vio concurrido, principalmente por sus muchachas, algunos clientes, amigos de la familia e incluso por sus malquerientes.
Desde entonces la casa se ensombreció y de su alegría sensual no quedó ni un brillo.
"Se acabó todo por arte de magia, nada quedó, nada. Se fue mamá y se llevó todo", dice Nubia mientras los recuerdos se le fugan por los ojos.