El detectorismo es una actividad que, aunque ha crecido después de la pandemia, todavía está vestida con un aura mística. Joyería, balas, monedas antiguas... esto no se trata de buscar para volverse rico, se trata de buscar para encontrarse cara a cara con la historia.
- 04 julio 2022
Bajo el sermón de un cielo sin nubes, a mitad de una bochornosa mañana de primavera, 254 personas caminan sobre la tierra seca de una finca privada entre los límites de Saltillo y Ramos Arizpe. Son detectoristas, cazadores de tesoros, detectives de las cicatrices que han quedado sepultadas bajo el suelo.
Aquí se llega por una brecha de terracería de tres kilómetros que conecta con los inicios de la carretera antigua Saltillo-Monclova, donde la calle Vito Alessio Robles pierde su nombre. Los límites del camino son difusos: alambres de púas, montones de chatarra, marcas de llanta. Y aunque de manera habitual no habría nadie por estos lares (apenas algunas ruinas y torres de alta tensión) es 12 de junio y se celebra el encuentro nacional “Detectoristas en Coahuila 2022”.
Son las 10:30 horas y el verano se anuncia con las altas temperaturas. Pero nada de esto es atípico. De 2010 a 2021 el volumen de lluvia registrada en Coahuila bajó en 58% de 592 a 246.5 milímetros. Hace tiempo que hay sequía. Por eso aquí, como en gran parte del país, todo es sofocado por la luz, el calor, el sol.
Las gentes caminan con la mirada atada al suelo. Sus pisadas no alcanzan a hundirse sobre la tierra dura, pero los botines dejan huella. La mirada seria y concentrada no cuadra con las sonrisas contagiosas. Se hincan sobre el polvo y las rocas. Dan pasos lentos. Firmes. Avanzan. Retroceden. Otra vez hacia adelante. Giran. Están amurallados por matorrales estériles y acechados por alimañas rastreras.
Los sonidos de los detectores los ponen alerta. Excavan. Recogen objetos. Los miran de cerca. Los bañan en serio risas transparentes. Se los guardan. Y continúan. Caminan. Empiezan desde cero. Repiten.
Van casi uniformados. Gorras o sombreros. Mangas largas. Cubrecuellos. Botines. Mochilas. Guantes. Rodilleras. Gafas contra el sol. Camuflajeados de tonos verdes o cafés o apenas grises, como van, cualquier persona que los viera pensaría que son un ejército.
–Parece que van a invadir algún país –acierta Otto Fernández González, gerente comercial de Minelab México, empresa que se dedica a la comercialización de detectores de metales.
Y sí, ahí está el parecido militar. Pero también parecen adultos que se creen niños y niñas jugando a ser exploradores como Marco Polo o Salima Ikram o piratas ficticios como Sandokán (El Tigre de Malasia) o arqueólogos como Indiana Jones o Lara Croft.
Los detectores apuntan al piso y dan marcas visuales en las pantallas digitales. Les indican qué tipo de metal puede ser. A cuánta profundidad está. Y emiten sonidos como si fueran lenguajes alienígenas. Pip pip. Piri pip piri piri. Pip...
Por eso no hay certeza al cien por cien del objeto que se encuentra enterrado hasta que toma el talache y se abre un agujero. Puede ser algo valioso. O quizá no. La multitud se dispersa. Y mientras caminan sobre los terrenos rocosos o se detienen de súbito, algo en este aire cálido da la sensación de que todo es posible.
Una mordedura de serpiente. Todo es posible. Una moneda de oro. Todo es posible. Una fractura por pisar mal. Todo es posible. Un crucifijo de tiempos de la conquista. Todo es posible. Un golpe de calor. Todo es posible. Un cartucho de escopeta. Todo es posible. Un pedazo de tepalcate. Todo es posible. Desesperarse por no encontrar nada. Todo es posible. Una medalla de plata. Todo es posible. Encontrarse a uno mismo, a una misma. Todo es posible. Un anillo. Todo es posible. La paciencia. Todo es posible. Una ficha de hacienda. Todo es posible. La esperanza. Todo es posible. Y la serenidad y la locura y la calma y lo demás...
La prospección apenas arranca. No se dice el lugar exacto donde esto ocurre a alguien que no esté invitado para evitar que gente con otras intenciones venga sin permiso a saquear. Mientras tanto, algunos cuentan sus experiencias, sus historias, sus obsesiones. Cómo empezaron aquí. Por qué siguen. Qué lleva a una persona a salir a mitad del desierto, bajo el sermón del sol, a buscar cosas sin saber de verdad si están ahí.
El lugar es el protagonista
La primera persona en hablar es Antonio Caldera. Un detectorista y creador de contenido para el canal de YouTube “Zacatecas Detector” quien dice que esta actividad se ejerce con curiosidad y se complementa con la imaginación. Su voz grave es también una voz que afirma que todo tiene qué ver con caminar, con la historia y con llenar los huecos pensando.
Con los ojos empequeñecidos por el sol impío, repasa el lugar a lo ancho y dice:
–Encuentras una moneda y dices: esto lo tuvo en sus manos alguien hace 500 años, quién sería, a qué se habrá dedicado, cómo era su día a día.
Se ajusta la gorra y pasa la mano derecha sobre su barba de candado. Como si confirmara algo que ha pensando por mucho tiempo, señala que el detectorista ayuda a recuperar la historia. Y que aunque sean cosas que no están en los libros de historia son en absoluto importantes de conocer.
–El lugar es el protagonista. Tienes que hacer una investigación de documentos. Después una investigación en campo y de reconocimiento. Explorar. Buscar ruinas, rastros de civilización. Por ejemplo, mira esto.
Antonio se inclina hacia el suelo y recoge un pedazo de cerámica que sostiene entre el pulgar y el índice.
–Puedes guiarte por el tepalcate. Como este. Lo usaban para los trastes, platos, ollas, vasos. Con esto sabemos más o menos la poca de la región.
Afirma que detalles como este pueden ser la diferencia entre encontrar un tesoro o no, ya que muchas veces no se encuentran construcciones ni otras señales particulares. Insiste en que la historia de México es tan basta, tan bonita, que es seductora y atrapante.
Está seguro que las más de dos centenas de asistentes piensan igual y que por eso han viajado desde Texas (Estados Unidos), Nuevo León, Durango, Aguascalientes, Estado de México, Zacatecas, San Luis Potosí, Hidalgo, Chihuahua, Sonora, Torreón, Sabinas, Piedras negras, Nueva Rosita, Monclova y Matamoros.
Si a las personas que participan en la búsqueda se les suman los acompañantes y otros que van llegando sin aviso previo, estima Antonio, la cifra crece a unos 400.
A unos cien metros de las carpas de entrada donde está Caldera, se encuentra Gerardo Alvarado Rodríguez (lo apodan Jerryz), quien junto a Jesús Cerda, Rubén Carranza, Daniel Martínez, Óscar Aguirre, Raúl Ramos, Ignacio García y Ervey Martínez, son los organizadores de este encuentro.
Encorvado por el dolor del nervio ciático, explica la dinámica en el evento. El perímetro de búsqueda es de un kilómetro. Aquí se han sembrado mil 400 objetos de diferentes épocas, entre los cuales destacan 85 monedas de plata, 35 piezas de joyería, así como 50 piezas especiales marcadas para ser intercambiadas por monedas de colección.
Además está el objeto más preciado, el One Piece, el santo grial: una moneda de oro. Fue donada y enterrada por un invitado especial (sin participación en la búsqueda y sin dar aviso al staff de su localización). Su valor en el mercado es de entre mil 500 y 4 mil pesos.
El hombre de sombrero marrón y pelo plata precisa: lo primero que hay que hacer es colocarse bien el detector. La mayoría tiene un descansabrazo por donde se asegura al cuerpo de la persona. Después, en la pantalla que él llama cerebro, se calibran y configura algunos datos como el tipo de material que se quiere detectar, características de la superficie y la sensibilidad. Ahora sí, haciendo contrapeso, se busca que el plato o disco estén casi a ras de suelo, máximo, dice Jerryz, a unos cinco centímetros de altura.
La cosa va así: la parte ancha y ovalada dispara una señal magnética que en la mayoría de los casos alcanza unos 70 centímetros de profundidad. La señal viaja a través del piso y regresa al aparato. Cuando un objeto metálico se atraviesa en el camino de ese impulso, entonces la computadora lo interpreta como una interrupción y es cuando avienta una alarma en forma de Pip. Según el objeto detectado, la alerta sonora puede ser más aguda o grave.
En el transcurso de esta clase exprés, Sandra Nereida Esquivel Vázquez, originaria de Saltillo, pasa por enfrente con el detector elevado casi a la altura de las rodillas (aproximadamente unos veinte centímetros).
–Ne, yo ya me voy, ni encuentro nada –masculla entre risas intranquilas.
–No, señora, es que ahí nunca va a agarrar nada. Mire, le tiene que hacer así –la aborda el Jerryz, repasando amable cada movimiento.
Apenas corrige la posición, el detector de Sandra arroja varios pitidos. Al excavar encuentra un anillo y explota en alborozo. Es la primera vez que busca tesoros. Su esposo, integrante del grupo “Gambuseando Saltillo” ya le había insistido no una, ni dos, ni tres veces. Pero a ella le aburría. Hoy, empero, para no quedarse sin quehacer, tomo prestado un detector y voila...
A unos metros, Leopoldo Villalvazo, se gira la gorra hacia atrás y se seca el sudor de la frente con la manga de mezclilla. Deja el detector de lado. Se hinca y coloca su pinpointer contra la tierra, cerca del nacimiento de un arbusto.
El pinpointer es una herramienta que usan los detectoristas para identificar el lugar preciso en que se encuentra el objeto de metal. Pero cuando usa el talache para remover la dermis del planeta, sale nomás la lengüeta de una lata.
Lleva diez años buscando tesoros. Casi todo el tiempo en su natal Monterrey. Pero ahora, por vez primera, acude a un encuentro con su hijo quien por ahora anda fuera de su vista.
–Vamos bien. Llevamos como cuatro josefas, que son cinco centavos de los ochentas, tres casquillos de bala calibre 22 y varios fierros.
Unos 30 pasos hacia el sur están Carolina Zamudio y Alberto Esponiza, una pareja risueña que comparte, pese a desesperarse, el hallazgo de dos monedas de un centavo.
Lo que más llama la atención en ellos es que Beto lleva consigo un detector antiguo con la inscripción “Bounty Hunter II Pacific Northwest Instruments Klamath Falls, Oregon”.
La máquina, confiesa, le pertenecía a su papá quien la obtuvo en la década de los setenta. El modelo es analógico, pues se calibra con perillas y mide la frecuencia con aguja. Su bobina o plato mide seis pulgadas de acuerdo con las especificaciones de fábrica. Además, en vez de tener una pila de litio recargable, usa baterías AA.
Y así, cada una de las 254 personas tiene sus motivos, sus peculiaridades, sus ganas, sus secretos y sus tesoros.
A propósito de la cifra, organizadores y participantes se regocijan al decir que este es ya el evento de detectorismo más grande organizado en México. Los más grandes apenas llegaban a los 200. Y si bien esto no se trata de imponer récords, dicen, da gusto que cada vez más gente se sume.
La prospección continua. Y de vez en vez, cuando los caminos se cruzan, los participantes recuerdan el campamento de la noche anterior. No estaban todos, desde luego. Más o menos un centenar.
Pero ahí, después de una carne asada, sentados en torno a una fogata, compartieron consejos, aventuras e historias de terror... porque esto de la búsqueda de tesoros también tiene su lado mágico. Ahondaremos en eso en otra ocasión.
Lo que todos los testimonios destacan es que lo más importante es la convivencia. Y es que sin conocerse, sienten que son una comunidad que puede compartir triunfos y fracasos.
El sol se mueve hacia el oeste y empieza a bajar, pero no se apiada con sus 34 grados. Las tres horas de búsqueda concluyen. Llegan camionetas cargadas con hielo y agua para los participantes que se esconden del bochorno debajo de las decenas de toldos dispuestos en el terreno. Se sirve la discada de comer. Se entregan algunos premios. Y como nadie encontró la moneda de oro, termina rifándose entre la gente.
Ah, y otra aclaración que repiten una y otra y otra vez. Esto es un pasatiempo y una forma de vida. Pero no se trata de hacerse rico de la noche a la mañana, dicen. Esa no es la esencia, afirman. Los grandes botines son, si acaso, escasos, recalcan. Aquí hay que dejar que sea el instinto y no la ambición quien guíe esta actividad. Se trata de buscar para encontrarse cara a cara con la historia. Una historia que tal vez no sabías que existía.
¿UNA COMUNIDAD ENTRE LAS SOMBRAS?
Varios testimonios de buscadores de tesoros coinciden en que el detectorismo no es tan conocido. La voz parsimoniosa de Otto Fernández lo confirma al decir que en México “se vive en la sombra” en comparación con lugares como Estados Unidos, Brasil o Australia. Ahí, dice, las tiendas departamentales tienen áreas dedicadas a esto y se pueden ver personas en parques o playas públicas buscando tesoros.
Los datos que comparte, sin embargo, indican que más que desconocido, el detectorismo es silencioso y discreto. Minelab México realizó un censo digital en enero de 2022. En él contabilizaron 50 grupos activos. El colectivo más pequeño que registraron fue de 10 personas; el más grande de 200.
–Los detectoristas que sabemos pasionales, los que practican esto de manera regular, rondan las cinco mil personas –explica Otto–. Pero si nos vamos hacia quienes lo hacen de manera casual estamos hablando de otras 6 mil. Es decir, en total unas 11 mil personas.
En el caso de Coahuila, según los datos de ventas de la empresa reportados en 2021, hay aproximadamente 300 personas que se dedican la caza de tesoros. Y aunque no se trata de algo oficial, es lo más cercano.
La información que comparte Minelab indica que el bajío y la parte centro-norte del país son las regiones en donde hay una mayor actividad de detectorismo. Visto por estados, la lista la encabezan Jalisco, Michoacán, Querétaro, Guanajuato, San Luis Potosí, Aguascalientes y Zacatecas. ¿Por qué?
Otto responde que es donde hubo mayores asentamientos regionales con haciendas o rutas de españoles durante la conquista y la colonia. Ahí las monedas antiguas abundan.
Por otro lado, añade que para estados como Coahuila o Chihuahua lo que más se puede encontrar son balas y cartuchos de mosquete porque son tierras marcadas por las guerras de independencia y la revolución.
El grupo Gambuseando Saltillo lo sabe bien. El sábado 18 de junio, una semana después del encuentro nacional, algunos integrantes y otros aficionados se reúnen en un paraje donde Ramos Arizpe coquetea con Arteaga. Para llegar hay que dejar el libramiento Óscar Flores Tapia y conducir por 10 minutos de terracería. El GPS indica que no hay un camino claro, así que hay que guiarse, de nuevo, por el instinto o la experiencia.
Ahora las nubes grises se extienden sobre el cielo como una plancha de hospital y el sol es apenas una chispa que da tintes cobrizos en la distancia.
Son las 7:00 horas y Jesús Armando Cerda explica que lo primero que hay que hacer es realizar un balanceo de suelo para reducir interferencias de otros materiales. Para eso se enciende el equipo, se selecciona el tipo de detección que se quiere lograr y se hacen barridos de prueba (mover el detector de un lado a otro sobre el suelo). Si el equipo lo permite, se hace una cancelación de ruido para que las frecuencias y señales de otros detectores no causen interferencia. Ahora sí, todo listo.
–Tonos altos es probable que sea cobre, latón o plata. Si son bajos, te puede dar aluminio u oro. Lo identificas por el tono o la lectura de la pantalla.
Después de esas palabras, Chuy avanza por el terreno mullido por la lluvia del día anterior. Dice que por el clima es poco probable que haya víboras, aunque no es imposible. Lo que sí es muy normal son cosas como esta. Y levanta un bicho que llama tijerilla de tierra: un gusano, acorazado, patón, enroscado en sí mismo.
Pasa al lado de una edificación de adobe. Otras personas comentan que por la forma que tiene es probable que haya funcionado como establo. Afuera, en el piso hay calzado deshecho: una bota de hule negro de tamaño adulto; un zapato de niña, pequeño, con la talla carcomida por el terreno.
A estos parajes hay que venir protegido. Además de botines adecuados, polainas. Rodilleras si las considera necesarias. Algo que te cuide la piel del sol, porque aunque ahora esté nublado, un poco de viento te puede dejar sobre un comal natural.
Eso sí, dice, Chuy, la mejor manera de protegerse es siempre pedir permiso. No falta que te quieras meter a un lugar y no sepas ni qué y te corran o te persigan o te echen bronca. Por eso aquí hablaron antes con el dueño...
Quizá no se dice tal cual, pero esa precaución es una cicatriz de la violencia.
Hace 10 años, uno de los buscadores de tesoros que prefiere quedar anónimo cuenta en que una ocasión llegó a un predio, también en Ramos Arizpe, Ni siquiera empezar, se encontraron con un tambo metálico con moscas alrededor. Al acercarse, se dieron cuenta que había huesos, cuerpos humanos, cadáveres. No hubo tiempo para preguntas, solo para correr.
A esa anécdota sin autor, Chuy dice que hay otras cosas raras. Por ejemplo, en un recorrido promedio de 5 horas en el que camina entre unos 10 y 12 kilómetros, suele encontrar amarres de brujería, muñecos con alfileres, fotografías con mechones de cabello.
Pero esta actividad tiene que ver más con la historia comprobable que con lo paranormal. Eso dice Chuy. Por eso anuncia que se va a ir del otro lado del monte. A unos cuatro kilómetros de donde está ahora. La vez pasada que alguien vino, dijo encontrarse macuquinas por ese rumbo.
Explica que son monedas apodadas macucas, acuñadas de forma manual a punta de martillazos, que datan del siglo XVI y XVII. Son las piezas monetarias más antiguas que se pueden conseguir. Así que después de contemplar un rato el paisaje y fumar un cigarro, se despide, camina rumbo al noreste hasta que la imagen de cuerpo es devorada por la distancia.
Otro perfil atípico que anda por aquí como si nada es Moisés Espinoza Ledezma, quien lleva dos años en la detección. El gusto, la curiosidad, la terquedad de andar con la mirada el suelo excavándolo todo las heredó su abuelo Eusebio Espinoza Hernández.
–Él era de Rincón Colorado y le gustaban los fósiles de dinosaurio. Él los buscaba y los coleccionaba. Yo lo acompañaba. Mientras él se enfocaba en los dinosaurios yo me encontraba josefitas a simple vista. Eran de los setentas, ochentas. De ahí me llamó la atención los objetos antiguos y la historia.
En los albores de su juventud, recuerda el hombre, encontraron un colmillo muy bien formado. Medía unos 60 centímetros, aunque no dieron con el tipo de animal al que pertenecía. Un día llegó un grupo de antropólogos a General Cepeda. Les dijeron que estaban haciendo un estudio. El abuelo les regaló el colmillo para que lo estudiaran... No volvieron a ver a aquellos hombres.
Si aquella pieza prehistórica estuviera hoy con él, suelta entre risas, sería su favorita. Pero a ver, dice mientras se rasca la barbilla y echa la mirada hacia el cielo, el tesoro más preciado que Moi tiene ahora es una macuquina de plata de mil 600. Todavía no sabe todavía si es de uno o dos reales, porque no se alcanza a ver a simple vista.
Termina de contar la historia y sigue buscando. A veces el detector choca con piedras, con ramas, con algún obstáculo. Pero aguantan. Están diseñados para eso. Así lo dice Otto Fernández, quien confía a plenitud en que por uso rudo o por fallas es muy raro que la gente tenga que cambiar de aparato. Aun así, el tiempo promedio en que los compradores de Minelab cambian de aparato es de entre un año y un año y medio.
–La gente se apasiona. Inician con uno básico, pero al año quieren uno de gama intermedia. Y después buscan otro de gama alta. Y así van experimentando.
La tecnología, sin embargo, no lo es todo. Eso lo tiene claro Ignacio García Lara, quien descansa un momento bajo la sombra del único árbol alto en la zona. Recuerda que como muchos de los tesoros fueron ocultados en tiempos previos a los inventos digitales, era otra la forma de pensar. Y eso, dice con voz apacible, es clave, clave, clave.
–Los conocedores de las señales usan los símbolos de la carta española que se encuentran grabados en rocas o en edificaciones. También se fijan en aspectos que hablen de pueblos nómadas antes de la llegada de los europeos. Esto tiene que ver con personas que vivieron antes que nosotros. Intentar pensar como ellos, además de que es una cosa solo puedes hacer investigando, te puede ayudar a encontrar tesoros a los cuales no puedes llegar solo por tener un detector.
Por supuesto que este método de búsqueda requiere de máxima atención a los detalles, precisa. También se pueden guiar, explica, por el acomodo de ciertas figuras que se dejaban en el camino. Por ejemplo, un montículo de tierra con un triángulo de piedras encima. Por ejemplo, una anomalía en los muros de una iglesia. Por ejemplo un tallado sobre la corteza de un árbol.
–No es fácil porque fueron métodos inventados en el pasado. Nosotros podemos interpretarlos y descifrarlos. Por eso es importante documentarse, leer, involucrarte en la historia.
Existen también las señales falsas hechas con el fin de confundir y llevar a la persona en sentido contrario. Y eso está presente en lugares donde predomina la naturaleza o en edificaciones.
En la región, al menos en Saltillo, Ramos Arizpe y Arteaga, Nacho detalla que las marcas más comunes proceden de la época precolombina, y no de la conquista o la colonia como pudiera creerse. Por eso dice que los petroglifos de Rincón Colorado no son los únicos, pero sí donde más abundan de forma conjunta.
¿El detectorismo es entonces una actividad en la sombra? Quizá sí, pero poco a poco está dejando de serlo. De nuevo es Otto Fernández quien provee un dato que permite sostener esta hipótesis.
Durante la pandemia, dice, muchas personas buscaron salir del aislamiento con prácticas al aire libre para evitar contagios o ejercicio en casa.
Una búsqueda en Google Trends confirma que a partir de marzo de 2020 (fecha en que declaró la cuarentena en México) las personas se interesaron por términos como “ejercicios en casa”, “caminadoras”, “senderismo”.
UNA COLECCIÓN PERSONAL
Ervey Martínez Ramos es otro de esos hombres que llegó a la caza de tesoros más por casualidad que por decisión. Pero ahora es un apasionado del detectorismo mejor conocido como “MARC DETECTA” en su canal de YouTube.
Es en 2019 cuando su hermana Ángela y su cuñado Gustavo lo invitaron a buscar monedas. Le pareció un poco extraño, pero recordó que en 2002 cuando llegó a Saltillo e ingresó a la universidad, uno de sus compañeros le decía que cada fin de semana iba con su papá a buscar tesoros.
–Mi cuñado me explicó que era importante salir en grupo porque te podían salir animales venenosos o sufrir un accidente. ‘Si algo le pasa a tu hermana o se lastima, la puedo ayudar yo. Pero si algo me pasa a mí nada más la voy a asustar’. Eso me dijo mi cuñado. Por eso fui, pero luego ya no pude dejarlo.
El primer año, sin embargo, no obtuvieron más resultados que pedazos de fierro oxidado y fichas. Era por la falta de experiencia, confiesa Ervey, íbamos a lugares bonitos y cercanos. No estábamos buscando donde debíamos.
Tiempo después, buscando en terreno cerca de las vías del tren en Ramos Arizpe, la suerte cambió. Primero encontraron clavos ferroviarios a unos veinte centímetros de profundidad. Y para un grupo que por más de 12 meses no había encontrado sino basura, esto fue reconfortante. También encontraron josefas, esas monedas que se distribuyeron entre los cincuentas y los ochentas, pero que nadie las quiere por ser muy modernas.
Dejaron las vías detrás, cruzaron la carretera, y entraron a un terreno descampado. De pronto, el detector dio una marca alta. Un 96 en la pantalla y el pitadero aquel. Gustavo, llevaba el detector. Ervey y Ángela eran los encargados de escarbar. Así que él se agacha, talacha contra el suelo, y después de varios golpes ve que un trozo metálico sale volando.
Era una moneda de plata de 1872 de un peso de la balanza. En medio del paroxismo de gozo, una camioneta se acerca. De ella baja una mujer quien se presenta como la dueña del lugar y les dice que no tienen permiso de estar ahí, que a la próxima le avisen para evitar problemas. Insiste en que siempre deja pasar a los cazadores de tesoros, pero que antes de entrar a su propiedad la notifiquen para no creer que son algunos malandros que andan haciendo destrozos.
Si aquello ocurrió a mediados de enero de 2020, para la segunda semana de febrero, Ervey se compró en Monterrey, por 5 mil 200 pesos, su propio detector. Ese mismo día le habló por teléfono a su cuñado.
–Ya tengo detector. Vamos a probarlo ahorita. Llévate el tuyo.
Y de nuevo, el grupo de tres se lanzó a un punto desértico entre la frontera de Coahuila y Nuevo León. A media hora de empezar, el detector dio una marca brincona entre 78 y 81. Al quitar la tierra salió una moneda redonda. Al limpiarla vio la fecha. 1777. Y del otro lado un busto difuminado de quien parecía ser el Rey de España en aquel momento, Carlos Tercero. El resto de los detalles no se veía por la mineralización.
–Me encantó la sensación. Te llenas de adrenalina y se vuelve adictivo al instante. Y ni siquiera es por el valor que puede tener en el mercado, es por lo antiguo.
Desde entonces las jornadas de prospección no serían de un rato, no serían una escapada casual, sino una sesiones de unas diez horas en las que su familia ya no pudo seguirle el paso.
Pero aquella moneda fue un chispazo de suerte. Los siguientes ochos meses salieron algunas josefas y una moneda de 100 pesos donde salía Venustiano Carranza. Le emocionaba, sí, era el dinero que estaba en circulación cuando era niño, pero también me desesperaba porque no salía nada más.
En el último trimestre del 2021, Ervey viajó a Torreón para visitar a los abuelos de su esposa. Y por coincidencia, el abuelo conocía un punto para buscar tesoros, así que lo llevó.
En el lugar, a un lado de la carretera, había dunas de arena fina, tepalcate y pedazos de vidrio en tonos entre verde y morado que no piensas que sean naturales. Tras una búsqueda bajo la tiranía del sol, el detector dio una marca y al remover la arena, apareció:
Una moneda de un cuarto de real de 1872 acuñada en Durango. Del otro lado tiene la leyenda “Sufragio Libre”. Al principio creyó que era un error. Asoció la frase con el movimiento revolucionario de Francisco I. Madero, para el cual faltarían casi cuarenta años.
Al investigar descubrió que se trataba de un episodio del periodo de la Reforma, en la época de Benito Juárez ,, quien estaba por reelegirse por tercera vez. Los generales del ejército se opusieron y mandaron hacer esas monedas.
Ervey añade que en el mismo lugar que la moneda anterior, salió otra muy parecida, pero esta vez con el resello de una letra “R” y lo que parece ser un impacto de bala. Aquí la historia continua.
Los opositores a Juárez tomaron Durango. Entonces el Presidente mandó a su general Sostenes Rocha para que se hiciera con el pueblo otra vez.
Una vez sometidas las fuerzas antijuaristas, el gobierno dejó las monedas en circulación a pesar de ir en contra de la reelección. Lo que hizo para darles validez y respaldo oficial fue agregar la marca “R” que todo indica que es por el general Rocha.
–Las monedas están bonitas, pero es más interesante todo lo que hay detrás. Y yo hago eso en cada prospección. Voy por el pedazo de historia que no conozco, por la información que no tengo para ir descubriendo más y más.
Ese día, en ese lugar, tras aquel hallazgo, nació MARC DETECTA. Fue también a partir de ahí que comenzó su colección que actualmente tiene más de 200 piezas (al menos 120 en buen estado).
parte de la colección incluye monedas como la que se observa arriba, que data del Primer Imperio ParteMexicano, que duró de 1821 a 1823, posterior a la guerra de independencia. En el metal se observa el busto de Agustín de Iturbide.
Otra de las monedas que posee tiene su originen en el Segundo Imperio Mexicano, que abarca de 1863 a 1867, época de la intervención francesa en el país.
La moneda que se aprecia arriba tenía un valor de cinco centavos y fue acuñada durante la guerra de Revolución por Ejército Constitucionalista, fundado por Venustiano Carranza en 1913. Esta pieza en particular es de 1915 y, según Ervey, fue utilizada por Francisco Villa para pagarle a los hombres que tenía a su mando.
Por detrás se percibe el escudo el estado de Chihuahua y un gorro frigio que con significa la libertad y el resplandor de una nueva nación.
En julio de 2021, Ervey viajó nuevamente a la Laguna para visitar a los abuelos de su esposa. En una oportunidad, se escapó a la carretera, cerca de la desviación hacia el municipio de San Pedro.
–Fue un viernes. Estaba el sol a madres. Duré tres horas buscando entre las dunas, pero no salió casi anda, nomás una manita, de los milagritos que llevan a las iglesias.
Inconforme con su desempeño, volvió el sábado. Sin embargo, la premura y la pasión hicieron que tomara un camino equivocado y la camioneta en la que viajaba quedó atascada. Pidió ayuda para que fueran a auxiliarlo. Y para matar el tiempo en lo que eso ocurría, tomó el detector y bajó del vehículo.
–Me dio una marca baja y brincona. Entre 19 y 22. Los casquillos de bala me dan el mismo registro, entonces no sabía si esforzarme –se ríe–. Por eso nunca encuentro oro.
Ese material, comenta, es muy llamativo para los cazadores de tesoros, aunque también tiene mala fama porque hay gente que hace videos que va y lo siembra nada más para tener vistas. O sea, lo compran y fingen el hallazgo. Pero yo ando en esto por la historia y para encontrar cosas que no tengo, no para gastar y hacerme loco.
Luego de fijar el punto exacto con el pinpointer, movió un poco la tierra y la moneda apareció.
LAS MONEDAS MUNICIPALES
Cuando Juan Carlos Martínez Hinojosa era niño metía las manos por los sumideros de casas viejas o abandonadas en busca de tesoros. Se ponía unos guantes de látex que lo cubrían más arriba del codo y escudriñaba. No eran como los sumideros de ahora, pequeños y angostos. Aquellos eran de barro, anchos, casi siempre pegados a los corrales. Y de ahí salían lodo, cabellos, monedas con cieno, aretes, cadenas.
Lo mejor que sacó, recuerda, fue una medalla que después de limpiarla se la dio a su madre.
No había detectores, ni colecciones grandiosas, ni buscaba hacer rico. Para Juan Carlos esto era lo más cercano a ser un pirata, dice, a ser como los forajidos o bandidos de los relatos que los adultos de su familia contaban. A sus siete años, él ya era un cazador de tesoros.
Esa curiosidad, esa hambre por descubrirlo todo, le vino de su abuelo, Carlos Hinojos Porto. Toda la familia vivía al norte de Ramos Arizpe, previo a que hubiera la cantidad de naves industriales que hay ahora y donde la realidad se encarna en los dichos: antes todo eso era monte... y algunas casas.
El abuelo, suelta Juan Carlos, era bueno para encontrar tesoros. Desde monedas sueltas hasta cofres. En 1987, en la pared de un barranco, don Carlos vio algo raro y empezó a hacer un pozo. Removió la tierra con un pedazo de metal y mientras el hoyo se hizo más y más grande, salieron como escupidos cinco cadáveres y atrás una caja de fierro y madera. Pero antes de ir a por el tesoro, el viejo la policía a denunciar lo había pasado, no fuera a ser que le echaran la culpa. Pero sí le echaron la culpa y hasta lo encarcelaron.
Cuando las autoridades hicieron la investigación comprobaron que los esqueletos tenían más años de muerto de lo que parecían. Además los muertos vestían atuendo militar, lo cual hizo más raro el caso aquel. Para no meterse en problemas, Carlos se alejó de aquella quebrada y le pidió a su familia no involucrarse. Ya después los rumores dijeron que otras familias se habían hecho con mucho dinero, que si la de mengano que se mudo a Estados Unidos o la de perengano que puso un negocio de la nada.
De todo aquello, a Juan Carlos le quedó la fascinación por buscar. Aunque la cosa no sería tan fácil como pensaba. Pasaron los años y se hizo con un detector pequeño que dio pocos resultados en mucho tiempo. Pero así es esto.
Un día de 1998 que caminaba por el cerro, una piedra le llamó la atención. La movió y encontró una malla metálica con 30 monedas de plata de ley 0720. Venían llenas de moho y tierra. Después de lavarlas, fue a venderlas a una tienda del centro de Saltillo. En ese lugar se encontró con Raymundo Rodríguez. El hombre estaba vendiendo un detector más grande que el que tenía y tras intercambiar algunas palabras Juan Carlos cerró el trató.
Pero no fue solamente un detector lo que consiguió. Raymundo lo invitó a participar en prospecciones más seguido y le presentó a más personas que se dedicaban a lo mismo: caminar bajo el sol, buscar monedas, investigar la historia oculta de la cual solo puede hablar los objetos.
Y aunque los siguientes seis años tampoco encontré cosas tan valiosas, en 2004 se topó con una rareza. Tres tipos de moneda diferentes: una de 1812, otra de 1813, finalmente una de 1814.
–Las descubrí en 2004, pero fueron Héctor Chapa y Víctor Saucedo, del Club Numismático, quienes más ahondaron en esas piezas. Se llaman monedas municipales porque son las más antiguas de las que tenemos documentación formal. Son fichas que tienen un respaldo monetario por parte del gobierno de entonces.
Juan Carlos resalta que no es común hallar piezas antiguas con documentos que avalen su historia.
Los registros encontrados en el Archivo Municipal de Saltillo precisan lo siguiente.
Juan Nepomuceno Sánchez
A nombre del comerciante Juan Nepomuceno Sánchez, el jueves 14 de mayo de 1812, se autorizó a fabricación de 500 pesos de cuartilla en cobre con el apellido del solicitante además de una contraseña representada por una letra “ese” minúscula atravesada por una “zeta” mayúscula.
La interpretación de ese mismo oficio señala que la piezas fueron entregadas el viernes 19 de junio de 1812. Además, se le notifica que será responsable por cualquier perjuicio que pueda resultar contra el comercio y el público.
Tales afirmaciones se hicieron en presencia del presidente del ayuntamiento de la Villa del Saltillo, José Miguel Lobo Guerrero.
José Torivio de Alcalá
El seis de junio de 2012, José Torivio de Alcalá, también comerciante, solicitó el permiso para fabricar 500 pesos de cuartilla en cobre. La documentación del AMS no precisa exactamente cuándo fueron entregadas tales piezas. Pero se sabe que fue en 1813 ya que las piezas tienen inscrita esa fecha. Además, el 14 de septiembre aquel año, un decreto expresa que esas monedas:
“Han resultado en gran beneficio para el tráfico del comercio público, en especialidad en la gente pobre”.
Tales palabras le están atribuidas, otra vez, a José Miguel Lobo Guerrero, quien señala en Torivio cualquier responsabilidad por mal uso del dinero.
En un principio, complementa Juan Carlos, llegamos a pensar que esas monedas de Torivio eran un regimiento militar en Monclova. Y a falta de información las llamamos las fichas de Torres Calvo, por los símbolos que tiene.
José Antonio Pereyra
Finalmente, con validez para 1814 y 1815, José Antonio Pereyra, pide un auxilio frente la complicada economía del momento, para fabricar igual 500 pesos en cuartillas de cobre. La respuesta positiva fue otorgada por el representante del ayuntamiento Juan González.
En los tres casos, los decretos informan que debido al movimiento de independencia, la escasez de plata complicaba la vida diaria. Por eso se pedía esta intervención urgente, que permitiera que el dinero circulara entre la gente y los comercios.
Los datos más recientes, añade Juan Carlos, dicen que a los tres comerciantes los estafaron, piratearon sus monedas. Al menos en el caso de Torivio se sabe que le hicieron 5 mil fichas falsas.
–Todavía no encontramos algún documento en el archivo municipal que nos confirme qué pasó realmente después de esto. No sabemos con exactitud cuánto tiempo estuvieron en circulación ni si se llegaron a tener juicios legales para ver el tema de la falsificación. Podemos especular con que llegaron a un acuerdo para no pagar tanto. Y por otro lado podemos especular que los mandaron fusilar por el crimen.
Durante el año 2020, el Archivo Municipal de Saltillo organizó una charla con Sergio Villanueva, José de las Fuentes y Héctor Chapa abordan estas monedas a las que califican de particulares.
Detectoristas los hay de todos tipos, avienta Juan Carlos al final. Los que se centran en la historia. Los que lo hacen para librarse del estrés. Los que quieren volverse ricos. Los que se hacen coleccionistas. También los hay que quieren engañar a la gente, aunque son los menos, aclara.
Son, como se dijo al inicio, detectives de las cicatrices que han quedado sepultadas bajo el suelo, exploradores de la curiosidad, la ciencia y la imaginación.
¿Le da curiosidad más allá de las letras de este reportaje? Inténtelo. Solo necesita armarse con un detector, algo que le permita excavar, ganar de caminar y mucha paciencia. En serio, mucha paciencia.