¿Tiene dueño ese emblema de la identidad de Saltillo, ciudad que recién cumplió 445 años? Un ciudadano dice que es el propietario. Según la memoria y la nostalgia, el cerro es... del espíritu del pueblo
- 01 agosto 2022
Una noticia que sorprendió a los saltillenses apareció en la prensa el 21 de abril de 2016, pero más atrapó desprevenidos a los que habitan al poniente de la ciudad.
Lo que se ofrecía en venta era nada más y nada menos que el Cerro del Pueblo.
“A 50 pesos el metro, se vende el Cerro del Pueblo en Saltillo”, destacaba el titular.
Lo que motivó la noticia periodística fue un insólito aviso publicado entonces en un sitio de ventas por internet llamado Vivanuncios.
Lo más insólito aún, era que el paquete incluía la cruz monumental que adorna la cresta del famoso montículo.
“(Incluye la cruz de la parte de arriba)”, decía la oferta, así, entre paréntesis.
Se trataba, decía la publicidad, de un terreno rústico de 6.5 hectáreas en lo más alto de la colina, justo en la cara frontal de la loma, o sea, donde topa la Calzada Madero, al poniente.
Sí, era la montaña aquella que todos los de Saltillo, desde que tienen uso de razón, han contemplado como un erguido centinela, nomás caminar por el centro histórico.
A 50 pesos metro cuadrado, “todo en regla, negociable”, llévele, llévele...
De tal modo que el o los interesados en hacerse del Cerro, tomando en cuenta el precio del metro cuadrado, pagarían 3 millones 250 mil pesos, remataba la noticia.
¿Una ganga?
La verdad es que a muchos les cayó en gracia y a otros les sonó como una broma pesada, de mal gusto, una vacilada.
Más a los vecinos de las 10 colonias que rodean este Cerro, anclado en el sector 12 de la ciudad, algunas de las cuales cumplen ya casi siete décadas de existencia.
Semanario investigó en el Periódico Oficial del Estado y en el Poder Judicial de Coahuila en busca de edicto alguno sobre la venta de algún terreno situado en el frontispicio, las faldas o el pie del Cerro del Pueblo, al menos en los meses próximas posteriores a la publicación del anuncio, (abril de 2016), y en los últimos cinco años. No hay tal.
Tampoco fue posible rastrear en el sitio de ventas por internet llamado Vivanuncios al presunto vendedor o vendedora del Cerro y al que la nota periodística se refiere únicamente como “un particular”.
A una consulta hecha en Vivanuncios por Semanario, a la que se le asignó el número de caso 0001814362, una administradora de la página, quien sólo se “identificó” como Claudia, respondió que:
“Al no ser intermediarios entre los usuarios, no contamos con información de los anuncios ni es guardada en nuestra plataforma. Por lo que no podemos proporcionarte información al respecto”.
Los vecinos del poniente platican que es tan habitual que en el sector se presenten individuos asegurando, sin papel alguno, ser los dueños legítimos del Cerro del Pueblo, completito, que ya nadie se creyó esa noticia.
“La gente de este barrio, de la Mirador, decíamos, ‘no, mi papá es dueño del Cerro’, y todos queríamos ser dueños del Cerro porque estábamos orgullosos de ser del Cerro del Pueblo”, cuenta don José Asunción García Loera, mejor conocido entre sus coterráneos como “La Borrega”, porque tiene el cabello ensortijado; o como “El Mariachi”, porque toca la vihuela en el Nuevo México.
Don José recuerda a carcajadas que siendo niños un muchacho más chico que él se ufanaba de que su padre había construido el Cerro, con una carretilla, acarreando piedras.
Una invención, un cuento, una fábula que al nene se le ocurrió.
Lo increíble era que a alguien se le hubiera ocurrido ofrecer en venta el Cerro del Pueblo, ese ícono, emblema, distintivo, insignia, símbolo de la ciudad, junto con el sarape, el pan de pulque, el ladrillo de barro y la cajeta de membrillo.
Ah, y los carros de la General Motors, como decía el periodista, historiador y catedrático don Javier Villarreal Lozano.
¡Cómo que el Cerro del Pueblo estaba en venta!
Fue el escándalo.
Hasta los tlaxcaltecas fueron sus ‘dueños’
Aquel Cerro que, formado en el cretácico, es decir, hace 75 millones de años, había visto nacer y crecer a la modesta ciudad, hasta convertirse en una bestia, como decía Jesús Ricardo Dávila Rodríguez, arquitecto e historiador, rememora Carlos Gaytán Dávila, decano del periodismo saltillense:
“Era una ciudad pequeñita. En la década de los 50 había tres cines, dos semáforos, dos periódicos, era una ciudad de menos de 40 mil habitantes y desde el Cerro se veía la antigua mancha urbana. Había algunas colonias como La Pedrera, barrios como el Ojo de Agua, Landín...”.
El Cerro que, en tiempos de la Conquista, había sido patrimonio de las 100 familias tlaxcaltecas que el soldado de la corona española Francisco de Urdiñola había traído de Tlaxcala para fundar un nuevo pueblo.
Era 1591.
Allá, cuando la ciudad estaba dividida en dos tajadas: la Villa de Santiago del Saltillo y San Esteban de la Nueva Tlaxcala, a partir de la calle de Allende, y entonces el Cerro adoptó el largo nombre de Cerro del Pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala.
De San Esteban, que era el patrono de Tizatlán, el barrio tlaxcalteca del que habían partido aquellas 100 familias.
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Que se vendía el Cerro del Pueblo, decía el periódico, el Cerro a cuyo pie tuvieron sus tierras de cultivos y en cuyos lomos pastorearon sus ganados los tlaxcaltecas, allá, cuando en el poniente brotaban manantiales y corrían acequias de agua cristalina.
Hoy ya no.
“El Cerro del Pueblo era emblemático, era de los tlaxcaltecas, lo último que existía. Fue el ícono de los tlaxcaltecas, de la parte tlaxcalteca”, comenta Lucas Martínez Sánchez, director del Archivo General de Coahuila.
Con todo y la cruz del apostolado
El Cerro del que algunos pícaros, narra Armando Fuentes Aguirre, cronista de Saltillo, dijeron que se llamaba así, del Pueblo, porque más de la mitad del pueblo había sido engendrada ahí, “después de la tentadora invitación de ‘ven mi vida, vamos a ver las lucecitas de Saltillo desde el Cerro del Pueblo’”.
“(Incluye la cruz de la parte de arriba)”, decía así, entre paréntesis, aquel seductor anuncio.
Que se vendía el Cerro del Pueblo con todo y su cruz, la Cruz del Apostolado.
Una cruz de concreto con su base de concreto, una paloma blanca en la punta y el Sagrado Corazón al centro.
La cruz, que a principios de los años 50 levantaron en la cima del Cerro los Misioneros del Espíritu Santo, que llegaron al Santuario de Nuestra Señora Guadalupe de Saltillo en 1938, cuenta el padre Alejandro Burciaga, uno de los evangelizadores.
Entonces, contaban los primeros pobladores de las cercanías del Cerro, el cemento, el agua y la arena para la construcción de la cruz, fueron transportados 400 metros de pura pendiente hasta arriba del Cerro en burros por un vecino albañil que se encargó de edificar la cruz y que ya no es de este mundo.
La cruz, que desde abajo se mira diminuta, pero tiene una altura aproximada de siete metros.
Y entonces cundió en las alturas del Cerro la tradición de celebrar misas y danzas en honor a la Cruz del Apostolado, cada 3 de Mayo, el día en que los fieles católicos festejan a la Santa Cruz.
Iba gente: doñas, niños, personas de la tercera edad, que reptaban hasta las crestas del Cerro para tomar parte en la fiesta.
Y cundió la tradición de representar en las faldas del Cerro, cada Viernes Santo, el viacrucis de Cristo.
¿Cómo que vendían el Cerro del Pueblo?
“Aquí abajo empezaban con las Estaciones llegaban hasta la falda del Cerro y ahí ponían las tres cruces. El viacrucis lo organizaba el Santuario, pero hace muchos años que dejaron de realizarlo”, cuenta Rosario Guerra, una de las vecinas más antiguas del Cerro del Pueblo.
A la sazón no existían ninguna de las 10 colonias que hoy acorralan al Cerro ni la Óscar Flores Tapia ni la Cerro del Pueblo ni la Alfredo V. Bonfil ni la Francisco Villa ni Los Fresnos ni Valle Escondido Norte ni, ni, ni...
“No había nada, íbamos de cacería ‘ai’ pa’ atrás, a correr, a matar conejos”, relata Agustín el más chico de los siete hijos del matrimonio conformada por José Morales de la Cruz y Juvencia Ibarra Ayala, que llegó a vivir a la mera puerta del cerro en 1956, cuando en el poniente había apenas unas cuantas casas y puro cerro.
No había agua, no había luz, no había pavimento, no había drenaje, no había nada.
–¿Sube usted al Cerro?
–Antes sí subía, ya tengo como 115 kilos que no, ¿tú crees que voy a subir? No ya no subo, dice Agustín.
El sitio ideal para anuncios y propaganda
En su libro Espacios Geográficos, Urbanos, Públicos y de Tránsito de Saltillo Siglos XVl y XX, el doctor en historia Carlos Recio Dávila, refiere que en aquella época se estilaba usar el Cerro del Pueblo como un escaparate, como un espectacular, un letrero natural, donde, con piedras encaladas, se escribían en su frontispicio lemas de campañas políticas y nombres de políticos.
También las marcas de productos como los cigarros El Buen Tono.
Y la publicidad del negocio del renombrado comerciante saltillense Pedro G. González, propietario de la denominada mercería de los 10 mil artículos que iban desde un alfiler... hasta un rifle de postas.
“Don Pedro hizo lo que nadie había hecho en Saltillo hasta entonces: colocar un enorme anuncio con letras de 10 por 10 metros con piedras del mismo cerro encaladas, que eran visibles desde cualquier punto de la antigua mancha urbana. Se leía desde cualquier punto de la ciudad ‘Pedro G. González’, con unas letrotas. Imagínate de 10 metros, si estabas en el barrio del Ojo de Agua las veías perfectamente bien, 10 metros y encaladas las letras”, platica el decano del periodismo saltillense, Carlos Gaytán Dávila.
También Óscar Flores Tapia, Gobernador de Coahuila, entre 1975 y 1981, durante su campaña como aspirante utilizó el Cerro del Pueblo para poner su nombre en alusión a que era el único e idóneo candidato del PRI a la gubernatura de la entidad, recuerda Gaytán Dávila.
La cara del cerro era muy similar a la de hoy: era el típico cerro pelón, desértico. No así en su espalda, la que da al poniente, donde la vegetación desértica es más abundante.
El cerro, al que doña Petra Morales Bárcenas, 83 años, solía ir de día de campo con sus nietos, sobrinos y otros chicos vecinos de la colonia El Mirador... se estaba vendiendo: “se vende el Cerro del Pueblo en Saltillo”.
“Era como día de campo, pero íbamos a rezar y a cantarle a la cruz, subíamos con unos ramotes de flores de esas grandotas, con veladoras, con cirios, agua, porque nos va a dar sed en el camino.
“Allá comíamos, nos llevábamos lonche. Nos encantaba ver, recibir el aire tan bonito, subíamos encantados de la vida. Yo no me sentía mal subir y bajar el Cerro. Entre piedras tenías que subir, era un sacrificio, pero nos veníamos muy contentos, mucho gusto, mucho orgullo, alegría”.
Todavía Don José Asunción García Loera, evoca, como si hubiera sido ayer, los días en que, con sus compañeros de aventuras, subía al Cerro a cortar pitayas y a matar lagartijas.
José fue uno de los fundadores de la Alfredo V. Bonfil, una colonia trepada en las faldas del Cerro, en su parte surponiente, con largos y sinuosos andadores de escaleras disparejas y casas enfrentadas.
Cuando llegó a vivir aquí estando recién casado no había agua y les mandaban pipas del Ejército. Los mismos vecinos anduvieron escarbando para meter el drenaje, dice.
Entonces la V. Bonfil eran exuberantes sembradíos de maíz, tierras de labranza.
“Cuando estábamos chavitos subíamos al cerro con nuestras huleras y pos... inocentes... a matar animalitos que, a lo mejor, deberían de estar todavía por aquí”.
Don Rey David Morales Ibarra, otro vecino que llegó a vivir al pie del Cerro del Pueblo hace 64 años, presume de haber realizado la hazaña de bajar corriendo la colina desde la cruz, por sus laderas y pendientes, en un tiempo récord de 4 minutos 20 segundos.
Todo un reto.
“Estábamos chavos, el cerro lo subíamos a diario”.
Y algunos de sus amigos subían hasta en moto.
El Cerro del Pueblo había sido por años el lugar donde se realizaban las carreras que organizaba el Club Anáhuac, de la colonia El Mirador, cuya salida era la alameda y la meta la cima del cerro.
Con los años, al cerro lo alcanzó la mancha urbana.
Quién iba a pensar que décadas después alguien se atrevería a poner en venta el glorioso Cerro del Pueblo.
El lugar en donde hasta hace seis años un grupo de empresarios y trabajadores de la construcción, entre ellos don Marcelino Limón y Manolo Jiménez, padre, acostumbraban celebrar con una misa en lo alto de la montaña, y en torno a la cruz, el 3 de Mayo, Día de los Albañiles.
“Subían una mesa como altar, un garrafón de agua, arreglos florales. Hasta gente grande, gente mayor iba. Yo confesaba a las gentes allá arriba, les decía, ‘aprovéchense porque con la subida ya han hecho la penitencia’. Al final había paella muy rica”, platica Robert Coogan, el sacerdote que por más de 15 años ofició en esta celebración.
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José Asunción García Loera, “El Mariachi”, y su hermano subían a cantar la misa con sus guitarras.
Benjamín Velázquez García, quien llegó a la V. Bonfil hace más de 40 años, se encargaba de pintar la cruz.
“Yo subía a hacer ejercicio y me encontré con esos señores y ahí empezó todo”.
Era dar gracias por el trabajo, por la prosperidad recibida, dice Adriana Limón, la hija de Marcelino.
Con la muerte de su padre, don Marcelino Limón, el organizador principal de la fiesta, aquella tradición también se murió.
“Nos quedamos con el recuerdo nada más. Ya no hubo quien le diera seguimiento”.
Y el cerro se quedó muy solo.
¿De veras el Cerro se estaba vendiendo?
El cerro que fue la cuna del ignorado compositor saltillense Felipe Valdés Leal quien dedicara una canción, “Mi Ranchito”, al Cerro del Pueblo, bautizado por el jurista y periodista de Saltillo Miguel Alessio Robles como el “eterno vigilante de la ciudad”.
El Cerro que, se cuenta, fue escenario de un simulacro de bombardeo efectuado por el Escuadrón 201 que comandaba el general coahuilense Antonio Cárdenas, soldado en la Segunda Guerra Mundial.
“En esa ocasión se lanzaron desde los aviones unos costales con cal y arena, simulando bombas. Fue todo un espectáculo para los saltillenses de los años cuarenta”, narra el periodista Carlos Gaytán Dávila.
¿Quién era el osado que había cometido la irreverencia de ofrecer en venta aquel laboratorio al aire libre donde el hoy historiador Arturo Berrueto González tomó clases de geografía con sus compañeros de primaria?
“Un maestro de primaria, el maestro Saulo Martínez, muy apreciado por nosotros, nos llevaba al Cerro del Pueblo, a la parte alta, y ahí nos enseñaba geografía, decía, ‘miren, ahí está Ramos Arizpe, allá está Arteaga’ y luego nos explicaba qué era un municipio, y ‘acá está el oriente y acá el poniente’”. La anécdota es del profesor Berrueto.
El Cerro del Pueblo tiene dueño
Más inverosímil aún resultaba para la gente de Saltillo que el Cerro del Pueblo ese ícono, emblema, distintivo, insignia y símbolo de la ciudad, tuviera dueño, que fuera propiedad privada, que fuera de alguien.
Tras una búsqueda de casi un mes, Semanario consiguió ubicar a José Luis Pérez Narro quien, escritura en mano, asegura ser el propietario único y legítimo de una parte del Cerro.
Los antecedentes de dicho documento, según la información proporcionada por el Catastro del Estado a ese medio, obra en el Registro Público de la Propiedad bajo la partida 4017, libro 13, letra B, sección primera.
De la cual se desprende la escritura número 46 a nombre de José Pérez Narro y tramitada ante el licenciado Eduardo Garza, notario número 16 de Saltillo, el 26 de febrero de 1981.
En dicho título se lee, de manera general, que el polígono del terreno comprende desde la cruz, en la parte alta, 200 metros hacia el sur por los crestones, trazando una línea que baja hasta donde termina la Calzada Madero; y de la cruz trazando una línea rumbo a la calle Fray Juan Larios hasta las faldas del cerro, formando estas líneas los cuatro lados del polígono.
El terreno, que es completamente cerril, mide 5 mil 800 metros cuadrados.
“Esa es la parte que me corresponde como dueño”, afirma Pérez Narro y muestra, además, el documento de libertad de gravamen del terreno.
“Pago mi impuesto predial, muy puntual”, suelta.
Explica que ese terreno lo adquirió su abuelo en 1950, el profesor José Trinidad Pérez, quien fuera Alcalde de Saltillo tan solo del 1 de enero de 1935 al 17 de abril de 1936, así como otros predios aledaños a esta colina donde ahora se asienta la colonia Cerro del Pueblo.
“Él compró esos terrenos y posteriormente los puso a mi nombre. Después, mi padre empezó a lotear y vender la parte de abajo, en donde se fundó la colonia Cerro del Pueblo”, detalla José Luis Pérez.
Y advierte que la parte restante del frente del Cerro tiene también dueños.
“Sí, tiene dueños, pero no sé quiénes sean”, dice.
Cuestionado sobre si tiene algún proyecto para su predio, Pérez responde:
“No, es que en realidad no se puede hacer nada. Si quiere uno arreglar ahí para construir o alguna cosa te cuesta más el arreglo que lo que vale el terreno ¿Ahí quién te va a comprar?”.
–¿En cuánto está valuado el terreno?
–No sé no se ha hecho un avalúo.
“Ah, sí lo vi”, dice Luis Pérez sobre el aviso de venta del Cerro aparecido en Vivanuncios.
Trató de comunicarse con el vendedor, pero no pudo.
“Dije, ‘no vaya a andar tratando de engañar a alguien de que es el dueño de todo el cerro y yo le voy a aclarar que esta parte es mía”.
Ya todos quieren ser dueños
José Asunción García Loera, vecino de la V. Bonfil, dice que no hace mucho la gente del sector miró a unos desconocidos que andaban echando medidas en el frente del Cerro del Pueblo.
Como que andaban loteando, dice
“Querían juntar, creo, 20 compradores para vender 20 terrenos, pero les pusieron el alto”.
Doña Rosario Guerra, quien vive casi al final de la Calzada Madero, relata que recién se presentaron en el barrio unas personas a ofrecer en venta lotes de terreno en las faldas del cerro, argumentando ser los propietarios.
“Pero no quise, dije, ‘no vaya a ser un fraude’, más no sé si alguien de por aquí se enganchó”.
Un ícono olvidado
En un recorrido realizado por Semanario, desde las faldas, por las laderas bordeadas de espinos, hasta la cima del Cerro del Pueblo, se pudo observar la gran cantidad de basura y grafiti, que dan al paisaje un aspecto descuidado.
En la base de la cruz, que para los festejos del 3 de Mayo se coloreaba de blanco con ribetes rojos, se ven los garabatos de las pintas hechas por los chavos banda del rumbo.
El padre Alejandro Burciaga, misionero del Espíritu Santo, cuenta que a principios de los 90, la cruz fue casi destruida por los pandilleros y sus insignias, robadas.
“La tuvimos que reparar, yo fui y subí hasta la cruz”, comenta.
Cada que va a haber elecciones los candidatos que vienen a la colonia V. Bonfil le juran y perjuran a Juana Guadalupe Rojas, otra vecina, que van a arreglar el problema de la basura, de los animales muertos, del fecalismo al aire libre y la música a todo volumen, que prevalece en el cerro, pero ya no vuelven.
“Por eso le digo que ya no confío en nadie”.
Puras promesas
Rey David Morales Ibarra, otro vecino, lamenta que con cada nuevo gobierno lleguen nuevas promesas de mejorar el cerro, promesas que no se cumplen.
Y los proyectos de hacer un mirador con caminos y toda la cosa, queda en eso: en puros proyectos.
“Aquí hay mucha gente que sube, desgraciadamente nuestros gobiernos no hacen por el cerro. Nomás se sientan y se olvidan, te mandan a la porra”.
El periodista Carlos Gaytán Dávila recuerda que, durante el gobierno de Óscar Flores Tapia (1975 – 1981), se intentó construir un camino hasta la cúspide del cerro, como una especie de recorrido turístico y un mirador, pero todo quedó en intento.
Y ningún gobierno se ha ocupado siquiera de reforestar el cerro.
La última vez, dice Benjamín Velázquez García, fue hace más de 40 años.
“Subieron unos soldados de la Sedena a plantar palmas y lechuguillas. Nosotros pusimos arbolitos, pero no se logran, no se agarran. Plantamos unos pirulitos con la intención de que crecieran y sirvieran de sombra, de descanso, pero no”.
Juan Hernández, un albañil de la colonia Cerro del Pueblo que por muchos años se dedicó a pintar la cruz para la fiesta del 3 de Mayo, dice que ya se cansa de ir a la municipalidad a exigir que mejoren las condiciones del cerro, pero lo tiran de a loco.
“La otra vez hasta les llevé un escrito y me dijeron que fuera con la jefa de la colonia. Hagan algo ustedes pa’ que las autoridades pongan chulo el cerro”, solicita.
El favorito de los senderistas
Atardeciendo en el Cerro del Pueblo un grupo de 20 senderistas, hombres, mujeres, niños y sus mascotas, reptan por las laderas empinadas y los caminos abruptos de la colina.
Vienen, dicen, a relajarse, con la caminata y la contemplación del ocaso, a esta montaña que se ha convertido en su ruta favorita.
Algunos son principiantes otros acumulan ya experiencia en eso de andar entre rocas y arbustos espinosos.
El grupo se llama “Senderismo Maravillas”, y suele subir al cerro una vez a la semana.
“Porque queremos ver el atardecer, convivir, desestresarnos un rato”, dice Alejandra Bernal González.
David, Irving y Lily Aguilar vinieron para hacer ejercicio, despejarse un poco acompañados de su perro Blacky.
No pertenecen a ningún equipo de senderistas, pero les gusta caminar el cerro.
Stephanie Lavín Hernández visita el cerro en busca de paz y tranquilidad.
“Te desconectas del día a día del trabajo, de los problemas, vienes a pensar, a reflexionar”.
Ella ha hecho del senderismo un estilo de vida saludable, que le ayuda emocional y mentalmente a equilibrarse.
Diana Patricia Rodríguez es colombiana y lo que más le agrada de hacer senderismo en el Cerro del Pueblo son las vistas que ofrece Saltillo desde las alturas.
“Aprovecho en esta temporada de verano los atardeceres tan bonitos que se ven en Saltillo. Lo que más disfruto son las vistas. Saltillo tiene unas vistas muy bonitas, tiene muchos cerros y en Colombia eso no se ve”.
–Falta desarrollo turístico, ¿no?
–Importante es la divulgación, que la gente conozca que el lugar se puede visitar y falta señalización porque muchas personas quieren venir a visitar el cerro, pero les da miedo porque no se saben la ruta...