Hablemos de los antiguos oficios de Saltillo y del ‘ventarrón de la destrucción creativa’
Si usted llama a una compañía de servicios para quejarse o recibir información, escuchará del otro lado una voz que no es humana dándole soluciones; si lo que quiere es el duplicado de una llave, verá que el tardado proceso de hace décadas, en el que se sostenía el modelo con muelas de torno, para esmerilarlo y darle el acabado, cambió a uno automatizado que replica la llave en minutos.
Si va a un centro comercial se encontrará con una línea de cajas, en donde armado con un lector óptico podrá ir agregando productos a su cuenta y luego pagarlos, casi siempre con tarjeta; y salir sin problema. La misma posibilidad recientemente está en algunas gasolineras de la ciudad, y desde hace años se usa para pagar servicios de luz, agua, gas y un enorme etcétera.
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Todas estas modernidades apuntan a trámites tersos, lo que está bien; y a escasa interacción humana, lo que no lo es tanto.
NUESTROS TIEMPOS NO SON LOS MISMOS
Pero esto es ahora, antes había alguien con nombre y apellido atendiéndonos al teléfono o incluso conectando las llamadas; hace años el cerrajero se esforzaba en el limado y el ajuste y todavía hoy, aunque menos, nos cobran cajeras o nos cargan combustible despachadores.
Solo basta hablar con nuestros abuelos, o repasar algún libro de historia, para irnos enterando de lo que hemos perdido y ganado con los avances tecnológicos.
Había en el Saltillo antiguo, en las primeras décadas del siglo pasado y las últimas del XIX, oficios que hoy desaparecieron, o mutaron o sobreviven apenas, más por nostalgia que por rentabilidad.
Si bien aún hay sastres, en lugar de hacer trajes a la medida se dedican a levantar bastillas o ajustar ropa; si todavía hay algún lechero por ahí, es en alguna colonia de la periferia, ofreciendo unos cuantos litros, para sacarle provecho al excedente de sus vacas.
También hay zapateros, pocos porque es más fácil sacar a crédito un par en las cientos de zapaterías de Saltillo, que llevarlos a poner una doble suela, y si somos atentos y tenemos suerte, vamos a escuchar el chiflido del camotero o la flauta de pan del afilador.
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El siglo pasado fue testigo de la desaparición de muchos otros oficios que, aunque hoy nos parecen lejanos, desempeñaban un papel crucial en la vida cotidiana.
Los serenos, encargados de patrullar las calles durante la noche y mantener la iluminación en los callejones, fueron reemplazados por la llegada de la luz eléctrica, y la vida de los tranvías en Saltillo, que dio lugar a oficios como el de los revisores de tranvías, quienes se aseguraban de que los pasajeros llevaran su billete y que el transporte estuviera en buen estado, son parte de la historia.
Incluso quehaceres modestos, como los vendedores de velas o los tostadores de café, fueron relegados por el avance de la tecnología y los cambios en los hábitos de consumo.
Y SÍ, ESTAMOS MEJOR
Joseph Schumpeter, uno de los economistas más importantes e influyentes del siglo XX, postuló la teoría de la “destrucción creativa”.
Señaló que el ciclo económico era un proceso de destrucción continua, en el que la empresa con mejores productos desplaza a sus rivales hasta alcanzar una posición predominante, que alcanza su punto máximo cuando la imitan y luego llega otra empresa que innovando la hace a un lado.
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Eso fue lo que pasó con los puestos que se enlistan a continuación, algunos totalmente olvidados ya y otros que languidecen.
CONECTANDO LÍNEAS Y VIDAS
Antes de que los smartphones y la telefonía fija se adueñaran del mundo, las llamadas dependían de las hábiles manos de jóvenes telefonistas. Ellas eran las encargadas de conectar manualmente a quienes querían charlar. Hoy, ese laborioso proceso acabó, ya que la tecnología moderna redujo todo a un simple “marcar y hablar”. ¡Adiós a las conexiones manuales y hola a la inmediatez!
TODO LO QUE SUBE...
Hace décadas, subir o bajar en ascensor era un lujo que requería la ayuda de los elegantes elevadoristas. Ellos eran los maestros del botón, controlaban el número de pasajeros, anunciaban los pisos con estilo y hasta abrían y cerraban las puertas con destreza; era en las clínicas donde más se veían. Hoy los ascensores son automáticos, y nosotros mismos apretamos los botones.
QUE SE HAGA LA LUZ
Antes de que la electricidad iluminara las calles, los faroleros eran los héroes nocturnos del alumbrado público. Armados con aceite, mechas, escaleras y pañuelos, encendían faroles al anochecer, les daban mantenimiento y solucionaban cualquier desperfecto. Fue con la llegada del alumbrado eléctrico a finales del siglo XIX, que este oficio pasó a la historia, dejando las noches más brillantes pero con menos encanto artesanal.
DE AFILADO INGENIO
En las tardes saltillenses, un silbido característico anunciaba a ese artesano sobre ruedas que convertía su bicicleta en taller ambulante. Con su flauta atraía a quienes necesitaban cuchillos, tijeras y herramientas más afiladas que su ingenio. Aunque este oficio aún existe, su presencia se va desdibujando, sumido en la moda de los utensilios desechables; hasta los cuchillos tienen fecha de caducidad.
PONIENDO TODO EN PALABRAS
Fueron los magos del teclado, creando documentos con el inconfundible “tac-tac” de la máquina de escribir. Hoy su oficio ha evolucionado al mundo digital y con teclados modernos, escáneres y grabadores de datos, transforman cualquier tipo de contenido en información digital accesible desde cualquier lugar. Todavía en nuestro Mercado Juárez hay quien amable escribe por nosotros.
DEL CAMPO A LA MESA
El lechero, ese personaje entrañable que repartía leche fresca a domicilio y al que incluso le confiaban la llave de la casa para dejar sus pedidos, ha quedado en el pasado. Su labor desapareció con la llegada del tetra-brick y las estrictas normas sanitarias, transformando la producción de leche en un negocio de gran escala. En los años 70 y 80 era un pilar económico para muchas familias, pero hoy es un oficio que vive solo en el recuerdo... y en la nostalgia de aquellos desayunos con leche recién ordeñada.
FOTÓGRAFOS AMBULANTES
Uno de los trabajos que se ha ido desvaneciendo en México es este. Aunque todavía se puede ver alguno en ciertos puntos turísticos, cada vez son menos frecuentes. Solían estar en plazas, parques y lugares de gran afluencia, siempre con una cámara en mano, ofreciendo “un lindo recuerdo” a las familias que paseaban por ahí. Sin embargo, por la llegada de los smartphones, con su cámara al alcance de todos y la opción de tomar miles de fotos, se fue esfumando esta figura entrañable.
GUARDIANES DEL TIEMPO
Aunque los relojes digitales y los de recarga solar dominan el mercado, el oficio del relojero sigue vigente. Todavía hay en el centro de Saltillo quien trabaja reparando relojes de cuerda y pilas, porque aún hay quien se resiste a desechar su reloj mecánico. Tristemente su tic tac marca el camino a la desaparición de este oficio.
TRAYENDO NUEVA VIDA
En la región, las parteras eran mujeres sabias y experimentadas que además de asistir partos, usaban remedios herbolarios y rezos para curar desde males ginecológicos hasta el empacho o los sustos. Eran figuras cercanas y esenciales para la salud comunitaria. Sin embargo, con la llegada de la medicina moderna y los avances educativos, su papel fue quedando atrás. Hay ahora una inclinación a tener partos naturales y en casa, que parece revivirá este oficio.
LOS PROBLEMAS DEL AGUA
Otro oficio que desapareció casi por completo fue el de aguador. En tiempos pasados, este personaje tenía la responsabilidad de mantener las alcantarillas en buen estado y repartir este líquido entre los vecinos. Incluso cuidaba el Ojo de Agua principal y proporcionaba servicio a las viudas y huérfanas para que pudieran regar sus huertas. Con la modernización de los sistemas de agua potable y el cambio en las infraestructuras urbanas, el trabajo de los aguadores fue desapareciendo.
¿HAY QUE TEMER A LA TECNOLOGÍA?
La afirmación de que la tecnología destruye empleos suele basarse en ejemplos superficiales, pero un análisis más profundo muestra una realidad diferente.
En países altamente industrializados como Estados Unidos, Reino Unido y Japón, donde la tecnología está más desarrollada, las oportunidades de empleo no solo se han mantenido, sino que han crecido desde 1950.
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Aunque las tasas de desempleo fluctúan según los ciclos económicos, el número absoluto de empleados ha aumentado de forma constante, pasando en Estados Unidos de 60 millones a más de 160 millones en 2019, mientras que en Gran Bretaña y Japón también se ha registrado un crecimiento sostenido.
No hay que temer la pérdida de empleos, porque habrá, pero no los mismos y si algunos van a desaparecer, son los de los trabajadores que realizan labores rutinarias o transaccionales en oficinas.
Los que aportan ideas y estrategias y los que mejor sean capaces de gestionar y atender a los clientes, serán los que marquen el día a día, como en su tiempo lo hicieron los herreros, carpinteros o lecheros.
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