Florida, el jardín de lo freak

Internacional
/ 31 diciembre 2016

Con 20 millones de habitantes y unos 100 millones de turistas al año, Florida tiene reputación de tierra de freaks

Por poner un ejemplo: hablemos de Reza Baluchi.

Nacido en Irán y residente en Florida, el señor Baluchi hizo en 2016 su tercer intento frustrado de llegar desde su Estado a las Bahamas en una máquina de propulsión hidráulica construida por él, parecida a una rueda de hámster.

La Guardia Costera lo detuvo en medio del mar. Baluchi, que en los dos intentos anteriores se había dejado arrestar pacíficamente, esta vez amenazó con un cuchillo a los agentes. O le permitían continuar su gesta o se mataba.

Los policías, finalmente, lo detuvieron y lo mandaron a un centro de salud mental del que salió pronto. Afirmando que lo volvería a intentar.

Con 20 millones de habitantes y unos 100 millones de turistas al año, Florida tiene reputación de tierra de freaks –en inglés, gente rara– y dos eruditos en frikismo floridiano publicaron sendos libros en 2016 que lo respaldan.

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La historia de Baluchi no forma parte de sus antologías de disparates. Es más reciente. Sólo una muestra de que la máquina de surrealismo en Florida no se detiene. Sin ir más lejos, hace un par de semanas se conoció que la Comisión de Pesca y Vida Salvaje de Florida le dio permiso a una granjera para poder seguir conviviendo en su hogar con Rambo, un cocodrilo de dos metros.

Uno de los libros –ambos disponibles sólo en inglés– se titula Oh, Florida. How America’s Weirdest State Influences the Rest of the Country (St. Martin’s Press) –Cómo el Estado más raro de América influye en el resto del país–. Comienza contando que en 1845, cuando Florida se constituyó como Estado, su primera bandera llevaba el lema Let Us Alone, o llanamente Dejadnos en paz.

Un mensaje primigenio de singularidad que define a una tierra –una península descolgada del continente– que ha ido acumulando población venida de otros Estados del país o de tierras remotas. El autor, el periodista del Tampa Bay Times Craig Pittman, destaca en el arranque un pueblo llamado Sweetwater fundado “por una tropa de enanos de circo rusos cuyo autobús se averió” allí mismo –aunque luego fue un lugar de llegada de exiliados nicaragüenses.

Florida ya es el tercer Estado más poblado del país y es el que más gente atrae anualmente desde otros Estados. En Best State Ever. A Florida Man Defends His Homeland (Putnam) –El mejor Estado. Un hombre de Florida defiende su patria– el columnista del Miami Herald y premio Pulitzer Dave Barry desglosa sus encantos. Su clima cálido, sus bajos impuestos, la diversión y su carácter tolerante, que incluye a la administración pública: según Barry, brinda el carné de conducir “a cualquier organismo compuesto por más de una célula”.

El libro de Barry es una crónica amena de lugares exóticos. Desde un campo de tiro con armas pesadas hasta Gatorland, un parque de caimanes en el que comprueba la permanente inmovilidad de unos animales que en teoría deberían provocar tremendo temor a los asistentes: “Algunos de ellos tenían pinta de no haberse movido desde la Administración Reagan”, explica.

La fauna es protagonista en los dos libros. Pitmann, un recolector de noticias raras de Florida, menciona que en una misma semana de 2013 la policía informó de la detención de una llama andina y un canguro que andaban sueltos. O el caso de una mujer que en St. Pete Beach vio un manatí, un mamífero marino similar a una foca con cara de perrito triste, en peligro de extinción, y se montó sobre él como si fuera un potro salvaje. Se le imputó “una falta”.

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La obra de Pitmann es más abarcadora. Combina lo humorístico con un sinfín de detalles históricos, económicos y sociales. Expone el contraste, tan americano, de que en Florida sea usual abjurar del Gobierno federal sin tener en cuenta la importancia de los fondos de Washington. Florida recibió en 2011 unos 577.000 millones de dólares, más que ningún otro Estado; Texas, el segundo, se llevó 294.000, según los datos del autor. Critica la irresponsabilidad y/o trapacería en el manejo de fondos públicos. Véase que la Florida State University, por ejemplo, paga según Pittman cinco millones de dólares al entrenador de su equipo americano mientras, escribe el autor, “arranca los teléfonos de los despachos de profesores y desenrosca bombillas en edificios del campus para ahorrar”.

Las anécdotas chistosas también son abundantes en el libro de Pittman, que se recrea en los titulares de prensa más inverosímiles, como Un hombre escapa sobre un cortacésped de un drogadicto armado con un machete o Un hombre de Florida llega a atracar un banco borracho y a bordo de un taxi.

Los jubilados que se mudan a Florida para disfrutar su madurez bajo el sol de Florida son otro ingrediente esencial de este Estado. Barry dedica un capítulo de Best State Ever a la ciudad de retiro de The Villages, exclusiva para ellos. Un barrio residencial ciclópeo con más 100.000 jubilados y más de 60.000 carritos de golf en los que se desplazan, con una media de atención médica urgente de cuatro minutos (frente a los 10 de media nacionales, en datos de Barry) y un porcentaje de supervivencia a los infartos del 40%, frente al 10 nacional. Barry concibe The Villages como un producto esencialmente floridiano, donde los jubilados se entregan al baile cada noche sin importarle un pepino su falta de pericia en la danza o en donde un profesor de Biología retirado toma la soberana decisión de ponerle de apodo a su pene Señor Medianoche.

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