Joe Biden, así es la difícil realidad de ser el presidente más longevo de Estados Unidos
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Actualmente, Joe Biden, presidente de Estados Unidos, con sus 80 años, es el mandatario más longevo que está en la Casa Blanca
Washington- En algún momento del invierno pasado, durante un viaje a Asia, despertaron al presidente Joe Biden a las tres de la madrugada para decirle que un misil había impactado en Polonia, lo que desató el temor de que Rusia hubiera extendido la guerra de Ucrania a un aliado de la OTAN. En cuestión de horas, en medio de la noche, Biden consultó a sus altos asesores, llamó al presidente de Polonia y al secretario general de la OTAN y reunió a otros líderes mundiales para hacer frente a la crisis.
Y luego, hace unas cuantas semanas, cuando Biden era el anfitrión de algunos niños en el Día de Llevar a Tu Hijo al Trabajo, se confundió cuando intentó enumerar a sus nietos. “Pues déjenme ver. Tengo uno en Nueva York, dos en Filadelfia, ¿o tres? No, tres porque tengo una nieta que es... ya no sé. Me están confundiendo”. También se quedó en blanco cuando le preguntaron cuál era el último país que había visitado y el nombre de su película favorita.
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Estos dos Joe Biden coexisten en el mismo presidente octogenario: sagaz e inteligente en momentos cruciales, como resultado de décadas de experiencia, capaz de estar a la altura de las circunstancias, hasta en la quietud de la noche, para hacer frente a un mundo peligroso. Pero un poco más lento, más blando, con más dificultades auditivas, más vacilante en su andar, un poco más proclive a fallas ocasionales de memoria, de maneras que pueden ser habituales para alguien que ha llegado a la novena década de su vida o que tiene algún progenitor que haya alcanzado esa edad.
La difícil realidad del presidente más viejo de Estados Unidos fue resumida el jueves cuando el Congreso aprobó un acuerdo bipartidista que él negoció para evitar un incumplimiento del pago de la deuda nacional. Incluso el presidente de la Cámara Baja, el representante republicano de California, Kevin McCarthy, declaró que Biden había sido “muy profesional, inteligente y fuerte” durante las conversaciones. Pero justo antes de que se pusieran en marcha las votaciones, Biden se tropezó con un saco de arena en la graduación de la Academia de la Fuerza Aérea y fue a dar al suelo. El video se hizo viral, sus partidarios se abochornaron y sus detractores arremetieron.
Cualquiera puede tropezarse a cualquier edad, pero es inevitable que si le ocurre a un presidente de 80 años haya preguntas incómodas. Si fuera cualquier otra persona, tal vez no serían notorios los signos de la edad, pero Biden es el jefe del país más poderoso del mundo y se acaba de lanzar a una campaña para que los electores lo mantengan en la Casa Blanca hasta que cumpla 86 años, lo cual atrae una mayor atención a un problema que, según las encuestas, preocupa a la mayoría de los estadounidenses y es motivo de gran zozobra entre los líderes del partido.
La imagen que emerge de las entrevistas de varios meses con decenas de funcionarios actuales y anteriores, y con otras personas que han pasado algún tiempo con el presidente, es una mezcla entre la caricatura de un vejestorio aturullado y fácilmente manipulable promovida por los republicanos y la imagen que difunde su personal de un presidente con gafas de aviador que dirige la escena mundial y gobierna con brío.
Es la de un hombre disminuido por la edad de maneras más marcadas que solo el encanecimiento del cabello que ha sido común entre los presidentes más recientes durante sus mandatos. Hay veces que Biden confunde las palabras y parece más viejo que antes por su modo de andar torpe y su voz débil.
No obstante, las personas que habitualmente tratan con él, incluso algunos de sus adversarios, afirman que sigue siendo sagaz y autoritario en las reuniones privadas. Los diplomáticos comparten anécdotas de viajes a sitios como Ucrania, Japón, Egipto, Camboya e Indonesia, en donde casi siempre tiene más resistencia que sus colegas más jóvenes. Los legisladores demócratas destacan una larga lista de logros como prueba de que sigue haciendo bien su trabajo.
Sus amigos señalan que sus desaciertos verbales no son nada nuevo; toda su vida ha tenido problemas de tartamudez y, en sus propias palabras, era una “máquina de desatinos”, mucho antes de tener acceso a las prestaciones de jubilación. Sus asesores afirman que su criterio sigue siendo tan bueno como siempre. Así que muchos de ellos usan la frase “afilado como una hacha” para describirlo, lo que se ha convertido en una especie de mantra.
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Biden dice que la edad es un problema válido, pero sostiene que su longevidad es una ventaja y no una desventaja. “¿Ustedes dicen que soy viejo?”, dijo en una cena de la Asociación de Corresponsales de la Casa Blanca en abril. “Yo digo que soy sabio”.
Las encuestas indican que a los estadounidenses, incluso a los demócratas, les preocupa muchísimo la edad de Biden. En medio de un grupo de debate reciente de The New York Times, varios electores que apoyaron a Biden en 2020 manifestaron su preocupación y uno de ellos afirmó: “En ocasiones he visto esa mirada ausente cuando está pronunciando algún discurso o dirigiéndose a la multitud. Parece como si perdiera la línea de pensamiento”.
En privado, los funcionarios reconocen que ellos hacen lo que consideran ajustes razonables para no exigirle mucho físicamente a un presidente anciano. Su personal programa la mayor parte de sus presentaciones en público entre el mediodía y las 4 de la tarde y lo deja descansar los fines de semana tanto como es posible.
Un análisis de los horarios de Biden con base en la información recabada por Axios y ampliada por el Times reveló que Biden tiene un ritmo de trabajo matutino parecido al del presidente para el que trabajó, Barack Obama, quien tampoco tenía muchos eventos públicos antes de las 10 de la mañana: solo el cuatro por ciento durante su último año en el cargo en comparación con el cinco por ciento en los primeros dos años y medio de Biden en la presidencia. Pero la verdadera diferencia se ve en la noche. Obama tenía dos veces más probabilidades que Biden de acudir a eventos públicos después de las 6 de la tarde, el diecisiete contra el nueve por ciento.
Los asesores evitan exponer a Biden a entrevistas con los medios cuando es posible que cometa algún error que lo perjudique políticamente. Biden solo ha dado una cuarta parte de las entrevistas que dio Donald Trump en el mismo periodo y una quinta parte de las entrevistas que concedió Obama, pero ninguna a los reporteros de algún diario importante. Biden no ha concedido entrevistas al departamento de noticias del Times, a diferencia de todos los presidentes desde por lo menos Franklin D. Roosevelt además de Dwight D. Eisenhower. Y en los últimos 100 años, solo Ronald Reagan y Richard Nixon dieron tan pocas conferencias de prensa.
Al igual que muchas personas de su edad, Biden repite las frases y vuelve a contar una y otra vez las mismas historias viejas que a menudo son de veracidad cuestionable. También puede ser estrafalario; cuando lo visitan los niños, es posible que saque al azar un libro de William Butler Yeats de su escritorio y comience a leerles poesía irlandesa.
Al mismo tiempo, es elegante y está en forma, hace ejercicio cinco veces a la semana y no bebe. En ocasiones, ha mostrado una resistencia asombrosa, como cuando fue a Polonia y luego hizo un viaje de nueve horas en tren para hacer una visita secreta a Kiev, la capital de Ucrania, estuvo varias horas en tierra, luego soportó otras nueve horas en tren y tomó un vuelo a Varsovia, Polonia. Un análisis de su horario proporcionado por sus colaboradores muestra que en los primeros meses de su tercer año en la presidencia ha viajado un poco más que Obama en ese mismo periodo.
“¿Qué divaga? Sí, lo hace”, señaló el gobernador de Nueva Jersey, Phil Murphy, un demócrata que rechaza categóricamente la idea de que Biden sea demasiado viejo para ser presidente. “¿Siempre ha divagado? Sí, así es. En público y en privado. Siempre es el mismo. Literalmente —y no lo digo a la ligera— no he conocido a nadie más en mi vida que sea tanto la misma persona en público y en privado”.
Desde luego que el tema de la edad de Biden no viene aislado. Trump, su contrincante republicano más probable, solo es cuatro años menor y era el presidente más viejo de la historia antes de que Biden lo sucediera. Si Trump gana el próximo año, tendría 82 años al finalizar su presidencia, más viejo de lo que será Biden al final de este mandato.
Mientras estuvo en el cargo, Trump generó preocupación acerca de su agudeza mental y su condición física. No hacía ejercicio, su dieta consistía principalmente en hamburguesas con queso y carne, y oficialmente pesaba 110 kilos, un peso que, para su estatura, ya se considera obesidad.
Después de quejarse que tenía demasiadas reuniones en las mañanas, Trump dejó de llegar al Despacho Oval antes de las 11 u 11:30 de la mañana todos los días para quedarse en su residencia viendo la televisión, haciendo llamadas telefónicas o enviando tuits iracundos. Durante una presentación en la Academia Militar de Estados Unidos en West Point, tuvo problemas para levantar un vaso de agua y parece que le costó trabajo bajar por una sencilla rampa.
Últimamente, Biden ha recurrido al humor autocrítico para atenuar el asunto, al igual que lo hizo Reagan en su reelección de 1984, la cual ganó a los 73 años gracias, en parte, a una oportuna broma durante el debate acerca de no aprovecharse de “la juventud e inexperiencia del oponente”.
En la cena de los corresponsales, Biden aseguró al público que respaldaba la primera enmienda y “no solo porque la redactó mi buen amigo Jimmy Madison”. Durante el evento del Día de Llevar a Tu Hijo al Trabajo, reflexionó acerca de “cuando yo era más joven, hace como unos 120 años”.
Asimismo, hace algunos días, en la Academia de la Fuerza Aérea, Biden bromeó con que “cuando iba a graduarme del bachillerato hace 300 años, hice mi solicitud para entrar a la Academia Naval”. Después de tropezar con el saco de arena, también trató de tomárselo a broma. “Me metieron el pie”, explicó. c.2023 The New York Times Company.
Por Peter Baker, Michael D. Shear, Katie Rogers y Zolan Kanno-Youngs The New York Times.