La pandemia no acaba, pero hay países que creen necesario aprender a vivir con el virus
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Singapur, Israel y Nueva Zelanda eligieron la reapertura económica pero con algunas restricciones y confinamientos escalonados
*Sui-Lee Wee
SINGAPUR — Inglaterra ha eliminado casi todas las restricciones impuestas por el coronavirus. Alemania permite que las personas vacunadas viajen sin necesidad de hacer cuarentena. Italia ya casi no obliga a usar mascarillas. Los centros comerciales siguen abiertos en Singapur.
Dieciocho meses después de que recién apareció el coronavirus, los gobiernos en Asia, Europa y América animan a sus poblaciones a volver a su ritmo cotidiano habitual e instalarse en una nueva normalidad en la que el metro, las oficinas, los restaurantes y los aeropuertos vuelven a estar llenos de gente. El mantra se escucha cada vez más al unísono: debemos aprender a vivir con el virus.
Sin embargo, los científicos advierten que las estrategias de salida de la pandemia podrían ser prematuras. El surgimiento de variantes más transmisibles significa que incluso los países adinerados donde hay vacunas en abundancia, entre ellos Estados Unidos, siguen siendo vulnerables. Lugares como Australia, que cerraron sus fronteras, están dándose cuenta de que no pueden mantener el virus fuera.
Así que en lugar de abandonar sus hojas de ruta, los funcionarios han empezado a admitir que para la recuperación será necesario implementar restricciones y confinamientos escalonados. A las personas se les está alentando a cambiar su mentalidad pandémica y concentrarse en evitar caer gravemente enfermas y morir en lugar de contagiarse, algo que es inevitable. Y los países con ambiciones de COVID-cero están reformulando esas políticas.
“Hay que decirle a la gente: vamos a tener muchos casos”, dijo Dale Fisher, profesor de medicina en la Universidad Nacional de Singapur que lidera el Comité Nacional de Infección y Prevención del Ministerio de Salud de Singapur. “Y eso es parte del plan: tenemos que asumirlo”.
Durante meses, muchos habitantes de Singapur, esa pequeña ciudad-Estado del sudeste asiático, estuvieron obsesionados con los detalles de cada nuevo caso de COVID-19. Había una sensación patente de temor cuando el número de infecciones superó la decena por primera vez. Y con el cierre de fronteras, también hubo una sensación de derrota, ya que incluso las medidas más diligentes no habían sido suficientes para prevenir el contagio.
“Nuestra gente está cansada de la batalla”, escribió un grupo de ministros de Singapur en un ensayo de opinión publicado en el diario Strait Times en junio. “Todos preguntan: ¿cuándo y cómo terminará la pandemia?”.
Las autoridades de Singapur anunciaron planes para relajar gradualmente las restricciones y trazar un camino para superar la pandemia. Los planes incluyen concentrarse en monitorear la cantidad de personas que se enferman gravemente, cuántas requieren cuidados intensivos y cuántas deben ser intubadas, en lugar de dedicarse a las infecciones.
Algunas de esas medidas ya están siendo puestas a prueba. Los brotes se han originado a través de varios lugares de karaoke y un gran puerto pesquero y el martes Singapur anunció que pondría medidas más duras, entre ellas la prohibición del servicio de restaurante en interiores. El ministro de comercio, Gan Jim Yong, dijo que el país estaba de todos modos en el camino correcto y comparó las restricciones recientes a “controles en la carretera” de camino a la meta final.
Singapur ha vacunado con esquema completo al 49 por ciento de su población y ha dicho que toma como modelo a Israel, que va por delante con 58 por ciento. Israel ha empezado a enfocarse en los casos graves, una táctica que los funcionarios han llamado “supresión suave”. También se enfrenta a cientos de nuevos casos diarios. El país ha vuelto a imponer el mandato de usar cubrebocas en interiores.
“Es importante, pero es bastante molesto”, dijo Danny Levy, un empleado público israelí de 56 años que estaba esperando para entrar a ver una película en un complejo de salas de cine en Jerusalén la semana pasada. Levy dijo que llevaría cubrebocas dentro del cine, pero que le parecía frustrante que volvieran a imponerse las restricciones mientras al país ingresaban nuevas variantes debido a que se hacían pocas pruebas y no se supervisaba suficientemente a los pasajeros entrantes.
Michael Baker, epidemiólogo de la Universidad de Otago en Nueva Zelanda, dijo que los países que toman atajos en su camino hacia la reapertura están poniendo en riesgo a las personas no vacunadas y dejando sus vidas al azar.
“En este preciso momento, me parece de hecho bastante sorprendente que los gobiernos decidan que saben suficiente sobre cómo se comporta el virus en las poblaciones como para elegir que ‘Sí, vamos a vivir con él’”, dijo Baker, quien ayudó a diseñar la estrategia de eliminación de COVID-19 de Nueva Zelanda.
Los neozelandeses parecen haber aceptado la posibilidad de que haya restricciones de más largo plazo. En una encuesta comisionada recientemente por el gobierno entre más de mil 800 personas, el 90 por ciento de los participantes dijeron que no esperaban que la vida volviera a la normalidad después de la vacunación, en parte debido a que existen dudas persistentes sobre el virus.
Los científicos aún no comprenden por completo la “covid prolongada”, los síntomas de largo plazo que cientos de miles de pacientes que se infectaron previamente aún padecen. Dicen que la COVID-19 no debería tratarse como una gripe porque es mucho más peligrosa. Tampoco tienen mucha certeza sobre la duración de la inmunidad que brindan las vacunas ni de cuánto protegen contra las variantes.
Gran parte del mundo en desarrollo también sigue enfrentando un aumento de las infecciones, lo que le da al virus una mayor oportunidad de replicarse rápidamente, lo que luego aumenta los riesgos de más mutaciones y propagación. Solo el 1 por ciento de las personas en países de bajos ingresos ha recibido una dosis de alguna vacuna, según el proyecto Our World in Data.
En Estados Unidos, donde los gobiernos estatales y locales toman gran parte de las decisiones, las condiciones varían mucho de un lugar a otro. Estados como California y Nueva York tienen altas tasas de vacunación, pero exigen que las personas no vacunadas lleven mascarilla en los espacios cerrados, mientras que otros, como Alabama e Idaho, tienen bajas tasas de vacunación pero no tienen obligación de llevar mascarilla. Algunas escuelas y universidades tienen previsto exigir la vacunación a los alumnos del campus, pero varios estados han prohibido a las instituciones públicas imponer tales restricciones.
En Australia, varios congresistas estatales sugirieron este mes que el país se encontraba en una encrucijada en la que debía decidir entre las restricciones duraderas y aprender a vivir con los contagios. Dijeron que Australia tal vez necesitaba renunciar a su enfoque de cero covid y empezar a imitar a gran parte del mundo.
Gladys Berejiklian, líder del estado australiano de Nueva Gales del Sur, rechazó de inmediato la propuesta. “Ningún estado, nación o país del planeta puede vivir con la variante delta cuando nuestras tasas de vacunación son tan bajas”, dijo. Solo alrededor del 11 por ciento de los australianos mayores de 16 años están completamente vacunados contra la COVID-19.
El primer ministro, Scott Morrison, también se distanció de los pedidos de cambiar los protocolos de covid del país. Luego de anunciar un plan de cuatro etapas para volver a la vida regular el 2 de julio, ha insistido en que la fuerza de la variante delta exige un aplazamiento indefinido.
En los lugares en los que las vacunas han estado ampliamente disponibles desde hace meses, como Europa, los países han apostado fuertemente en sus programas de inoculación como un boleto para salir de la pandemia y la clave para mantener bajas las hospitalizaciones y muertes.
Los alemanes que han tenido esquema completo de inmunización en los últimos seis meses pueden cenar en interiores en los restaurantes sin tener que mostrar una prueba rápida negativa. Se les permite reunirse en privado sin restricciones y pueden viajar sin hacer una cuarentena de 14 días.
En Italia solo se exige llevar cubrebocas al ingresar a los comercios o las zonas concurridas, pero muchos siguen usándolos aunque sea como protección en la barbilla. “Mis hijas me regañan. Dicen que ya estoy vacunada y que no necesito llevar mascarilla, pero me he acostumbrado a ella”, dijo Marina Castro, quien vive en Roma.
Inglaterra, que ha vacunado a casi todos sus habitantes vulnerables, ha tomado un enfoque más drástico. El lunes, el país eliminó prácticamente todas las restricciones de la COVID-19 a pesar de que las infecciones de la variante delta van en aumento, en particular entre los jóvenes.
Durante lo que los tabloides llamaron como “Día de la Libertad”, los pubs, restaurantes y clubes nocturnos abrieron sus puertas de par en par. Se quitaron los límites a las reuniones y las exigencias de llevar mascarilla. Se vio a la gente tomando el sol, cenando al aire libre codo a codo.
Sin la mayoría de las reglas, los gobiernos están alentando a las personas a mantener la seguridad a través de la “responsabilidad individual”. El secretario de Salud del Reino Unido, Sajid Javid —quien dio positivo al coronavirus la semana pasada—, dijo el mes pasado que el país necesitaba “aprender a vivir” con el virus. Eso a pesar de que las encuestas sugieren que el pueblo inglés prefiere un enfoque más gradual a la reapertura.
Las autoridades de Singapur, que el martes reportaron un récord anual de 182 casos de transmisión local, dicen que es probable que la cifra de infecciones aumente en los próximos días. El brote parece haber retrasado pero no frustrado los planes para una reapertura gradual.
“Se le da a la gente una sensación de progreso”, dijo el mes pasado Ong Ye Kung, titular del ministerio de Salud de Singapur, “en lugar de esperar ese gran día en que todo abra y entonces te vuelvas loco”. c. 2021 The New York Times Company
Colaboraron con la reportería Damien Cave desde Sídney, Isabel Kershner desde Jerusalén, Melissa Eddy desde Berlín, Natasha Frost desde Auckland, Nueva Zelanda, Benjamin Mueller desde Londres y Richard Pérez-Peña desde New York.
*Sui-Lee Wee es corresponsal de The New York Times en China. Ha cubierto ese país desde 2010, centrándose en la atención médica, los temas de género y la demografía.