Primero, después y al último yo. Ahora sí, ¿quién necesita mi apoyo?
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Entre mejor cubro mis necesidades, más feliz y lleno de energía vital me siento; estado que me da el incentivo y energía para ocuparme de los demás.
Apenas tuve unos minutos para calmar los nervios después de que despegó el avión, cuando el piloto hizo un giro brusco a la derecha y empezó a descender rápidamente en espiral; los pasajeros nos volteamos a ver con cara de “¿estamos bajando?”. Se activaron las señales de abrochar el cinturón de seguridad varias veces y el piloto finalmente anunció que regresaríamos a tierra porque una puerta del avión estaba mal cerrada.
Por si acaso y como sé nada de aeronáutica, más que rezar un padre nuestro, me concentré en recordar la instrucción de los sobrecargos: “En caso de ocurrir una pérdida de presión en la cabina, las mascarillas de oxígeno caerán frente a usted; jale la más cercana para accionar el flujo de oxígeno, colóquela sobre nariz y boca –ajustando la banda elástica– y respire normalmente.
Y todavía más me enfoqué en recordar las palabras: “Es muy importante que coloque primero su propia mascarilla, antes de ayudar a otros”; porque iban dos niñas a bordo, y a veces –por instinto de proteger a los más débiles– uno le quiere hacer a la Santa Teresa de Calcuta, olvidándose de sí.
Afortunadamente, el percance fue menor y no pasó de un susto; pero, a propósito de quién tendría que colocarse primero la máscara de oxígeno: un padre de familia a sí mismo, a su hijo, o a un adulto mayor –si tuviera que apoyarlo–, hay una sencilla razón por la que esta instrucción de seguridad en vuelo se resume en colocarme bien la mascarilla primero yo: sobrevivencia colectiva.
En caso de una despresurización en la cabina de un avión, toda persona debe ponerse la máscara de oxígeno antes de intentar ayudar a otros –incluso a sus hijos–; debido a que de no hacerlo, es muy posible que en segundos pierda el conocimiento por una hipoxia y ni siquiera alcance a auxiliar a alguien más.
La hipoxia es un estado de falta de oxígeno en la sangre, células y tejidos del organismo; que en el caso de una emergencia aérea, se combate con el uso de la máscara de oxígeno. Cuando una persona cae en hipoxia su cuerpo se adormece, sus músculos responden cada vez menos y su visión se vuelve borrosa; incluso, puede perder el conocimiento o, en el peor de los casos, morir.
Igual puede pasarnos en el trabajo y en casa: podemos desmayarnos o morir (quedar desmotivados, cansados, sin rumbo ni metas) si intentamos resolver los conflictos y cubrir las necesidades de otros sin atendernos primero a nosotros. Si bien, hace unos días hablamos de la filosofía ganar-ganar, que promueve el interés por el bienestar del prójimo, esta solo es posible si antes me cercioro de tener todas mis necesidades cubiertas.
De acuerdo con Abraham Maslow, nuestras acciones nacen de la motivación dirigida hacia el objetivo de cubrir ciertas necesidades; y conforme se satisfacen las más básicas, los seres humanos desarrollamos necesidades y deseos más elevados e incluso el interés genuino por el bien común. En otras palabras, entre mejor cubro mis necesidades, más feliz y lleno de energía vital me siento; estado que me da el incentivo y energía para ocuparme de los demás.
Planteemos qué necesitamos, de qué carecemos; qué debemos atender en nosotros con el objetivo de sentirnos satisfechos, plenos, seguros y en equilibrio; para poder –entonces sí– brindarles a familiares, amigos, colegas y a todo aquel con el que coexistimos nuestro tiempo, apoyo, compañía…
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