Plaza de San Francisco
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Las plazas públicas son el termómetro perfecto para medir la seguridad de un barrio. Las ubicadas en el centro histórico de Saltillo, por ser las más antiguas y pobladas parecen ser las más peligrosas, porque se han vuelto coto de vagos y malvivientes, y hacienda fructífera para los comerciantes informales, desde los que venden golosinas y fritangas hasta los que ofrecen drogas y servicios sexuales.
Tal sucedía con la emblemática Plaza de San Francisco. Esta columnista escribió sobre el tema hace cinco años, y finalmente, un reciente reportaje del Semanario de VANGUARDIA puso en alerta a las autoridades municipales. Esta semana, el alcalde Jericó Abramo Masso echó a andar oficialmente el programa de rescate de ese socorrido paseo público, con una importante inversión para la remodelación, que incluirá la rehabilitación de la fuente, la reposición del piso en corredores y banquetas con concreto estampado, el arreglo total de los jardines, que contarán con un sistema automático de riego, y una nueva instalación eléctrica subterránea. Respecto a los comerciantes, sólo uno permanecerá en sus banquetas y unos cuantos podrán instalarse únicamente los fines de semana.
La Plaza de San Francisco fue de gran tradición para los saltillenses. Su nombre oficial es Plaza Zaragoza. El de San Francisco se lo dio la antigua iglesia frente a la que está ubicada y en cuyos terrenos se habilitó el jardín público cuando por las leyes de Reforma las propiedades religiosas pasaron a ser de la nación. A principios del siglo pasado, la llamaban familiarmente "de San Quiquito", y todavía más atrás, Plaza de Santiago, por ser ése el nombre que llevaba la calle de General Cepeda.
La historia de la plaza es larga y las transformaciones sufridas también. Las calles que la rodean, General Cepeda, Ateneo y Juárez, son de las más antiguas de Saltillo, y la iglesia de San Francisco y el templo Bautista que la flanquean por el lado oriente, pertenecen también a los edificios religiosos más antiguos de la ciudad, aunque con el tiempo ambos perdieron sus características originales por remodelaciones, sobre todo el de San Francisco, cuya portada en nada se parece a la que tenía hasta mediados de los años cincuenta. El barrio es de los muy pocos del primer cuadro poblados todavía por numerosas familias, amén de las oficinas públicas y escuelas que alberga.
Gran parte de la tradición de la placita se la dio el Ateneo Fuente, que desde 1867 hasta 1933 funcionó en el antiguo convento franciscano que se levantaba en lo que hoy es el abandonado Edificio Coahuila. Con la presencia de los ateneístas, la vida de la placita se enriqueció notablemente. Maestros y estudiantes hicieron de ella su lugar de reunión, y muchos escritores saltillenses, como José García de Letona y Artemio de Valle Arizpe, dejaron en sus escritos simpáticas anécdotas de la plaza y de la gente que a ella concurría.
La plaza gozaba de la efervescencia de la vida cotidiana. Había serenatas los jueves y en las noches se reunían las familias; los señores hacían su tertulia en la Farmacia de Guadalupe y las señoras platicaban sentadas en las bancas. Los niños disfrutaban la gran fuente, que presidida por un Neptuno, se levantaba en el centro donde convergen sus jardines, o el kiosco que la sustituyó posteriormente.
Esperemos que ahora, con las acciones emprendidas por Jericó Abramo, las familias del barrio y los jóvenes que estudian en las instituciones aledañas, puedan disfrutar su plaza, como lo hicieron durante 66 años los estudiantes y maestros del Ateneo y muchas generaciones de saltillenses que crecimos a la sombra de sus árboles.
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