Don Catarino. Perdón: Don Caritino.

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Todos recordamos con afecto a don Raúl Madero.
Cuando fue gobernador del Estado afrontaba burletas y chocarrerías, pues la gente lo consideraba de muy mayor edad. Se hacían chistes sobre su falta de memoria.
En aquellos años la Constitución local decía que el gobernador debía presentar al Congreso "una memoria". Tomando en cuenta eso, los puristas señalaban que el documento que se presentaba a la consideración de los diputados no era informe, sino memoria. Y decía alguien:
-Si al general Madero no se le puede pedir informe, menos aún se le puede pedir memoria.
Por aquel tiempo era senador de la República, representando al Estado de Guerrero, el profesor Caritino Maldonado. Vino a Coahuila invitado por el general Raúl Madero.
El gobernante lo atendió muy bien. Tuvo para don Caritino aquel afable trato que daba por igual a los humildes y a los encumbrados. Una sola cosa molestaba a don Caritino: el general Madero parecía no ser capaz de aprenderse bien el nombre de su huésped, y le decía "don Catarino", en lugar de "don Caritino".
-Mi nombre es Caritino, general -le corregía el senador una y otra vez.
El general Madero se daba una gran palmada en la frente y ofrecía profusión de disculpas por el imperdonable error. Pero pocos minutos después volvía a decir:
-Oiga, don Catarino...
Viendo la inutilidad de sus rectificaciones, Caritino Maldonado optó por dejar así las cosas. Sólo volvía la vista al cielo discretamente, como pidiendo paciencia a las potencias celestiales, cada vez que don Raúl lo catarineaba. Y así continuó la visita: don Catarino por aquí, don Catarino por acá; el general Madero muy atento con su invitado, el senador guerrerense resignado ya a su nuevo bautizo, y pensando quizá -siempre hay que ver el lado bueno de las cosas- que después de todo quizás salía ganando, pues como quiera que sea Catarino es un poco mejor que Caritino.
Posiblemente en eso estaba pensando el visitante, rodeado de un grupo de personas, cuando se le acercó el general Madero.
-Perdone, señor senador -le preguntó con mucha cortesía-. ¿Cómo me dijo usted que se llama?
-Caritino, señor Gobernador -repuso el guerrerense muy esperanzado en que por fin se le devolvería su nombre original.
-Caritino, Caritino -repitió por dos veces don Raúl como pensando muy bien en aquel nombre-. Luego le dio unas palmadas consoladoras en la espalda al senador, y le dijo con acento de profunda comprensión:
 -No se apure, don Caritino. Para el tiempo que le queda por vivir.