Tremebundo cuento

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Miss Penny Senvy, encendida feminista, tomó la palabra y dijo que el dolor más grande que podía sentir un ser humano era el que la mujer sentía en el parto. Le respondió el señor Mach, que en vano trataba siempre de ocultar su misoginia. Dijo: "La señora tiene razón, pero no mucha, y la poca que tiene vale nada. El dolor más grande que se puede sentir es el que siente un hombre cuando le dan una patada en los éstos. Y puedo demostrar mi afirmación". Inquirió con hosquedad miss Penny: "¿Cómo la puede usted probar?". "Mire -razonó Mach-. Sé de muchas mujeres que han dado a luz y que dicen después de un año o dos: `Me gustaría tener otro bebé'. Nunca, sin embargo, he sabido de un hombre que haya recibido una patada en los éstos y que después de un tiempo diga: `Me gustaría recibir otra patada ahí'". El señor y la señora que se habían divorciado se encontraron por casualidad. El hombre le invitó una copa a su ex mujer. Tres o cuatro o más se tomaron, y decidieron recordar los viejos tiempos en un discreto motelito. En medio del trance connubial ella recapacita y dice preocupada: "Lo que estamos haciendo no está bien, Exdulio. ¡Tenemos que salvar nuestro divorcio!". El próximo domingo aparecerá aquí el tremendo chascarrillo intitulado "La pe muda". La juez -o jueza, que de las dos maneras se puede decir- negó la suspensión definitiva a doña Tebaida Tridua, quien se oponía a la publicación de ese relato, pero al mismo tiempo me ordenó camuflar el cuento. Salomónica parece esa decisión, pero en verdad carece de basamento lógico y jurídico. Por principio de cuentas las personas que en ese cuento salen participaron en una diligencia pública que mucha gente vio, y que yo me limité a registrar. No invadí, pues, su intimidad, ni atenté contra su vida privada. Otros medios le dieron difusión al caso en su momento, y nadie interpuso entonces recurso alguno, o protestó. En segundo lugar, técnicamente es casi imposible camuflar el cuento, eso sin mencionar el costo altísimo que supondría hacer tal cosa. Tampoco se puede camuflar la libertad, de modo que recurriré su decisión. Toda proporción guardada, mi caso se parece al de "Presunto culpable", ese brillante documental que deberían ver todos los mexicanos interesados en que México sea un mejor país. Gracias a las desatinadas acciones emprendidas por quienes quieren una tajada del pastel, ese film está recibiendo una publicidad que hará que se abarroten las salas cinematográficas donde la cinta es exhibida. Ahí veremos el terrible daño que hacen los encargados de impartir justicia cuando no cumplen su función con eficiencia, honestidad y apego a la ley. Pero ésa es harina de otro costal. Lean aquí mis cuatro lectores, el próximo domingo, aquel tremebundo cuento que antes dije: "La pe muda"... Sor Bette, dulce monjita perteneciente al convento de la Reverberación, asistió a la fiesta que ofreció la Curia con motivo del onomástico del señor Obispo. Después de la cena los invitados empezaron a contar chistes, blancos todos, y por tanto ñoños. Dijo sor Bette, ruborizándose: "Yo sé uno muy bueno, pero me da pena contarlo, pues contiene palabras malsonantes". "Nárrelo usted -autorizó el obispo-, suavizando, si puede, tales términos. Recuerde lo que Tíbulo escribió en su Elegía segunda: `Dicamus bona verba'. Hablemos sólo con palabras buenas". "Muy bien -respondió sor Bette tímidamente-. La primera de esas palabras malas, con perdón de Su Excelencia, empieza con ca- y termina con -brón. Para sustituirla yo diré `camión'. La segunda palabra, con permiso de Su Señoría, empieza con pu- y acaba con -ta. En su lugar yo diré `ruta'. Y la tercera comienza con pen- y acaba con -dejo. Si el Excelentísimo Señor me lo permite, yo diré `conejo'. ¿Les parece bien?". "Todos entenderemos -se dignó contestar el jerarca-. Empiece usted su narración". "Gracias, Su Excelencia -respondió con dulzura la monjita-. Empiezo, entonces. Una vez, hace un chingamadral de años.". FIN.