Un tsunami propio: sálvese quien pueda

Opinión
/ 2 octubre 2015

José Carreño Carlón
Académico

La alta atención de los medios, de las audiencias y de los lectores mexicanos a la secuela de la catástrofe japonesa -y el seguimiento que hemos hecho de sus riesgos radiactivos para todos los habitantes del planeta- parecen ir más allá de una respuesta inercial al valor noticioso de lo trágico.
Con su número de víctimas en ascenso, sus todavía incuantificables daños y con la expectativa de adversidades aún mayores, el drama de los japoneses agrega cada día nuevos valores a las noticias que nos atrapan desde las pantallas de televisores y compus, desde las bocinas de las radios y desde las páginas de los diarios.
Del valor de la noticia espectáculo -esa emoción deshumanizada ante escenas de destrucción vistas como efectos especiales de alguna película o serie de televisión- muy pronto pasamos al valor de la sorpresa que hace contener el aliento. Y es que nadie se acomoda al hecho de verse expuesto de pronto a un escenario de muertos contados por miles; al paisaje yermo de poblaciones enteras arrasadas y de plantas industriales aniquiladas sin consideración a su alto desarrollo tecnológico, y a las crueles estampas de postración de uno de los pueblos mejor preparados y entrenados para enfrentar los fenómenos sísmicos.
Pero está también el valor informativo de la proximidad, que puede ser física, lo que hace que resulte más noticioso el accidente de mi ciudad que el del pueblo remoto. O puede ser cultural, lo que nos hace más valioso como noticia el Nobel para Vargas Llosa que el ganado por una escritora austriaca. O, en fin, esa proximidad puede ser simbólica, como es el caso del valor agregado para los mexicanos del terremoto y el tsunami de Japón, así nos separen unos 12 mil kilómetros de distancia física de las zonas devastadas.
- Nuestro tsunami
Lo que explica que este tema internacional domine ya por cinco días los temas de la agenda pública local, lo que le da esos altos "raitings" en radio y televisión y lo que hace que en los sitios electrónicos de los diarios esa información se mantenga entre lo más visto, leído y compartido en un intensa conversación pública no es sólo el atractivo de las imágenes del tsunami lanzando barcos a las carreteras, autos al mar y casas de la costa tierra adentro.
Por supuesto que eso vende. Pero hay algo más que la contemplación del espectáculo y es el involucramiento de la audiencia y de los lectores en el centro de la tragedia. He visto jóvenes, viejas y adultos que se estremecen ante la violencia del mar y se deprimen ante los seres humanos, las viviendas y los autos devorados por la ola, como si asistieran a las pérdidas y la destrucción de lo propio.
Los estudios de comunicación de contingencias han revelado la existencia de esa operación vicaria en la que nos asumimos en el lugar de las víctimas, en el centro del drama que vemos en la tele. Y allí vamos rodeados de centenares o miles de personas minúsculas, reducidas al tamaño de insectos, conla marejada gigante detrás de nosotros humedeciéndonos los talones, viendo al anciano o al niño que no pueden más y caen engullidos por la ola, o deteniéndonos a ayudarlos, y con la angustia atravesada porque no vemos a los seres más cercanos entre los que logran ponerse a salvo.
- Nuestro Fukushima
Ante la tragedia japonesa asistimos a nuestro propio tsunami. Nuestra proximidad a las noticias la da ciertamente nuestra familiaridad nacional con los desastres naturales en nuestras zonas sísmicas y nuestros territorios más expuestos a huracanes y ciclones. Más nuestras raíces religiosas, sus maldiciones bíblicas y sus imágenes apocalípticas.
Pero también asistimos, en términos más simbólicos, a nuestro propio Fukushima, la planta nuclear que desde allá amenaza al planeta con el sobrecalentamiento de sus reactores, mientras aquí el vertiginoso aumento de la temperatura política a 15 meses de la elección presidencial perfila también un escenario de sálvese quien pueda.

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