Justicia Canina

Opinión
/ 2 octubre 2015

Carolina Rocha Menocal


Lugares insospechados en los que le da a uno por filosofar. La inquietud platónica cogió a esta Adelita a miles de pies de altura, en un vuelo de México a Culiacán, de mal humor vale agregar -quien no lo está cuando lidia con aerolíneas- y versaba sobre la inutilidad de la palabra justicia.
Ajá: J-u-s-t-i-c-i-a deletreaba yo al aire y de paso entre las nubes que cruzaba nuestra nave.
Letra por letra, me convencí, desenmarañaría los laberintos de nuestro sistema judicial que gracias a San Antonio (de Zuñiga, alias el presunto) nunca será visto igual.
"¡A ver! ¿tú crees que la vida es justa?" o cavando más hondo dentro de mí: "¿ tendría que serlo?"
"¡Chin. chimpancéces!" musité. Quizás ni el mundo ni el cosmos estén para hacerle justicia a nadie y uno tan exigente clamando justicia ABC, justicia revolucionaria, justicia divina; en fin demasiado ánimo justiciero en medio de la metralla de guerra.
En el campo de batalla de su Adelita reina la impunidad. De hecho, ha erigido un imperio y cuando pensé que la vida me compensaría con el milagro de la justicia me topé en vez, con justicia canina.
La JJ, jode-jode y de nombre real Canuta, probó una sopa de su propio chocolate pero no pagó los platos.
Ya había externado antes mi tremenda inclinación por esa perra MALA. Así con sus cuatro letras: Manipuladora, Avariciosa, Loba, Astuta. Llamarle traviesa sería un eufemismo similar al de vamos ganando la guerra y yo no quiero jalar (sin albur) tanto la cuerda.
Mi Canutina es más rebelde que el Peje, más destructiva que Fernández Noroña y más maquiavélica que Salinas. Uno no puede distraerse un instante porque ya se robó la comida, ya se aporreó a la hermana -es confesa y reincidente- o de plano ya rompió, vandalizó y orinó una plaza más del sureño hogar.
Por más que la castigo -¡cadena perpetua en tu kenel!- simple y sencillo: no cambia.
"Hay un dios" la amedrento "y el que te juzga ¡es perro!".
Y, efectivamente, una tarde de lunes ese dios canino hizo su arribo. La que escribe se encontraba en pleno curso de sociología -la nover-lita de la noche- cuando un aullido desgarrador rompió con la escena candente de arrumacos que se dispensaba el par de protagonistas.
Tardé más yo en voltear e intentar dilucidar el motivo de semejante chillido que los instantes que ocupó la Canuta para huir despavorida por el largo pasillo, correr con los pelos del lomo erizados cual guacamaya africana y perderse en el patio mientras se quejaba con alaridos felinos -sí, engateció de miedo.
Confundida y aterrada brinqué de mi tv-diván.
Tenía que escoger: o ella en el jardín o al origen del alarido.
Me paré y barrí la zona. La puerta de mi recámara estaba abierta por lo que deduje que la JJ había entrado y claro; su operación había sido al más puro estilo gringo de "rápida y furiosa" porque así como entró, salió, pero desperdigando la tragedia por todos lados.
El resto de la perrada, observé, seguía absorta en la siesta vespertina, por lo que un enfrentamiento entre bandas (las niñas vs Bruno) fue inmediatamente descartado.
Tomé un bat de goma de la canasta de juguetes caninos y con el corazón literalmente en la boca entré a la habitación.
Si decidió correr de esa forma es porque un tejón se encuentra ahí dentro, me dije.
Miré la cama y sus patitas caninas aún estaban perfectamente impresas sobre el edredón. "¡Maldita!" rezongué.
Y de pronto, la evidencia: ahí en la cama estaban las piezas del rompecabezas detrás del berrinche canuto. Sobre el colchón el cargador de mi Mac-dita (con ella ahora mismo escribo), a un lado un charco modesto de saliva y centímetros más lejos la extensión a medio morder.
"¡Bingo! ¡¡Dios existe!! y como mensaje divino te agarró con los dientes en la corriente" grité extasiada ante la divina venganza.
A la mañana siguiente pasé a los placeres del horóscopo.
"Leo" decía el hombre en la tv "hoy pagarás deudas de tus hijos". Ayajaaaá, reí, "yo ni tengo".
Canuta respondió a mi exclamación con un lamido tímido pues aún temblaba por la electrocutada de la noche previa.
Procedí a cargar la batería de Mac-dita e iniciar una Fábula sobre el amor a las mascotas.
Pero mi máquina estaba muerta. Ni una rayita de energía había acumulado durante la noche.
Horas más tarde me encontré desembolsando dinero en la compra de un nuevo cargador. Su Adelita trinaba de rabia: no era justo: ni milagro divino, ni venganza, ni mal karma; todo lo contrario a pagar los platos rotos de la muy perra. Así de simple uno rompe y el otro paga: justicia canina.

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