El barrio, la inseguridad

Opinión
/ 2 octubre 2015
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La colecta anual de la Benemérita Cruz Roja está activa en Saltillo, sólo que ya no se ve en las calles ni a colaboradores ni a los estudiantes de la escuela de enfermería de la delegación Coahuila de esa institución. Otros años, parvadas de jóvenes vestidos con sus uniformes blancos y la insignia de la Cruz Roja hacían suyos los cruceros para recibir en sus alcancías la colaboración de los automovilistas. Y todavía más atrás, cuando la ciudad se extendía prácticamente hasta antes del Ateneo Fuente por el norte y al Ojo de Agua por el sur, alumnos de los colegios católicos recorrían a pie las calles, puerta a puerta, en apoyo a la colecta de la benemérita fundación. Hoy es de otro modo, los planteles educativos hacen la colecta al interior, y empresas como Telmex aceptan donativos por teléfono con cargo a los recibos del servicio telefónico.

¡Cómo ha cambiado la inseguridad la vida saltillense! Otrora calificada de tranquila y pacífica, la ciudad va perdiendo esas cualidades por las que muchos la tachaban, mientras otros la alababan, de provinciana y recatada. En cierto modo consecuencia del crecimiento acelerado, pero indudablemente más por la inseguridad reinante, se ha perdido hasta la sencillez y bondad de sus habitantes. Muy a su pesar, la vida continúa, trastocada en momentos por hechos de violencia que no debieran suceder y por motivos que hacen hasta casi prohibidas las relaciones entre los vecinos viejos y los nuevos de una misma calle, cuando antes la vecindad hacía al barrio, y la amistad y el aprecio entre sus moradores hacían la característica particular del vecindario.

Lo anterior nos remonta a los antiguos barrios de Saltillo. En cierta medida correspondían al moderno concepto de colonia, pero establecidos anárquicamente, a veces en torno a alguna industria o taller, sin ninguna planeación urbanística. De los más notables es el barrio del Ojo de Agua, muy populoso y renombrado por sus costumbres y tradiciones que hoy guarda todavía, como su nombre. Existían, a principios del siglo 20, entre otros, el barrio del Andrajo, el del Calvario, el del Barrial, el Molino de Belén, La Huilota, el Topo Chico y el barrio de Guanajuato.

Hoy nos quedan las descripciones y remembranzas de algunos escritores saltillenses. Al barrio de Guanajuato, Manuel Neira Barragán y Celedonio Mireles dedicaron un capítulo de su bello fascículo "El Santo Cristo de la Capilla de Saltillo", obra que en 300 ejemplares publicaron en su taller de imprenta en la ciudad de Monterrey en 1948, y cuyo producto de la venta sería destinado al culto del Santo Cristo: "El barrio de Guanajuato, nuestro querido barrio, que es la parte sureste de la ciudad [.] se encuentran todavía casas cargadas de la pátina del tiempo; casas de adobe con ventanas de madera y barrotes torneados rudimentariamente [.] viejos portones que nos hablan de la magnificencia de la ebanistería de otros tiempos [.] Ahora, cuando recorremos esos lugares, ¡qué enjambre de recuerdos desfilan por nuestras mentes! ¡Barrios por donde cruzó nuestra niñez y en donde se esfumó nuestra juventud, y los que hoy miran nuestras sienes nimbadas por cabellos de plata! [.] había en las esquinas un modesto farol con una débil lámpara de petróleo y en las grandes fiestas la iluminación `feérica' de las cazuelejas (cazuelas con cebo y pabilo) [.] Barrios que evocan al Saltillo de siglos pretéritos; nido de gentes humildes y religiosas, que siempre tienen a flor de labio, a todas horas, esta sublime exclamación que es luz y confianza en los corazones: ¡Válgame el Santo Cristo de la Capilla!". Así era la profunda devoción de los saltillenses, por su barrio y por su Santo Cristo de la Capilla.

edsota@yahoo.com.mx


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