La estrecha victoria de Obama

Opinión
/ 2 octubre 2015

Ross Douthat

Por el simple hecho de aparecer energizado, por recurrir menos a muletillas y por ir contra Mitt Romney más directamente, el presidente Barack Obama se aseguró mejores resultados que el desastre que soportó hace dos semanas en Denver. Pero la estrecha victoria que obtuvo en el segundo debate presidencial también se debe en parte a la actuación de Romney quien, aunque muy efectivo en algunos segmentos, también mostró más deficiencias, a la vez como polemista y como candidato.

La primera deficiencia fue de estilo. Romney es muy hábil para los golpes y las paradas en el escenario, pero tiene puntos débiles y los veteranos de la prolongada campaña de las primarias republicanas recuerdan dos de ellas particularmente bien. Una es su tendencia a discutir inútilmente con el moderador y sus oponentes sobre las reglas y procedimientos. La otra es su costumbre de hacer valer su ventaja, buscando un momento que lo haga aparecer como el macho dominante. Pero en lugar de verse fuerte, simplemente parece un bravucón. (Su propuesta de apostar 10 mil dólares con el gobernador de Texas Rick Perry es el ejemplo clásico.)

En esta ocasión, Romney cedió a esas dos tentaciones. Los dos candidatos discutieron con la moderadora, Candy Crowley de CNN, por sus turnos y la asignación de tiempo, pero Romney empezó y lo hizo con más frecuencia. A veces justificadamente pero nunca con éxito. También se esforzó demasiado por evitar la creciente agresión del Presidente con sus propias agresiones, lo que no funciona muy bien en un debate con formato de sesión pública, donde los candidatos daban vueltas uno en torno al otro, como tiburones. Invadir el espacio del rival puede hacer que parezcan más excitados que presidenciales.

Donde Romney efectivamente tiene una propuesta más detallada, como es el caso de la inmigración, sus refutaciones fueron más claras y convincentes. También ganó varios intercambios simplemente llevando la conversación nuevamente al tema del desempeño de la economía con Obama. (Él también tuvo que vérselas con lo que el analista liberal Jonathan Chait llamó adecuadamente una serie de "preguntas amigables de un público que obviamente se inclinaba a la izquierda".) Al Presidente tampoco le fue mejor esta vez al responder la pregunta que acosa a su candidatura: ¿Por qué sería diferente su segundo mandato?

En efecto, si el debate se hubiera concentrado solamente en la economía, Romney habría salido más lastimado que la última vez, pero de todos modos victorioso. Pero también hubo una incursión en política exterior, donde Romney exhibió sus verdaderas debilidades, convirtiendo en una fea chapuza lo que hubiera sido una importante oportunidad de anotarse puntos por la controversia de Libia.

Esa chapuza se vio peor porque Crowley intervino para corregir inapropiadamente las palabras de Romney respecto de si el Presidente había dicho desde un principio que el incidente de Bengasi fue un ataque terrorista. Inapropiadamente porque las palabras del Presidente de hecho estaban sujetas a interpretaciones contradictorias y también porque el argumento de Romney sobre las evasivas de la Casa Blanca claramente era correcto y la moderadora dio la impresión de tomar partido en su contra.

Por lo demás, no está claro que el asunto de Libia en particular, o la política exterior en general, realmente les resuene a los votantes indecisos. Probablemente esta sea la mejor esperanza que pueda tener Romney de este debate: que él fue débil en estilo y en los temas que no les importan mucho a los votantes, y que por machacar el historial del Presidente y proyectar un aire de ser competente en economía él obtuvo más beneficios que daños.

Las encuestas inmediatas, por dudosas que puedan ser, ofrecieron un poco de apoyo a esta interpretación en favor de Romney la noche de autos. El sondeo de CNN muestra una modesta victoria de Obama: 46 por ciento de los entrevistados calificaron de ganador al presidente, sobre 39 por ciento para Romney. Pero aun en un debate que él perdió en general, la encuesta de todos modos muestra a Romney acercándose poco a poco al presidente en los temas cruciales de quién maneja mejor la economía, los impuestos y la atención médica.

Para Obama y sus seguidores, en tanto, la esperanza debe ser que el repunte de Romney después de Denver sea sólo eso: un repunte temporal que puede despuntarse y revertirse simplemente repitiendo la narrativa de la Casa Blanca -que Romney es un plutócrata y extremista ideológico sin contacto con el pueblo, mientras que Obama es el paladín de la clase media- de manera más efectiva y elocuente de lo que hizo el Presidente en el primer debate.

Ahora la pregunta es si esas reiteraciones directas es lo único que necesita Obama o si la disposición popular después de Denver de considerar a Romney bajo una nueva luz cambió la dinámica de una competencia de tal manera que un debate librado muy de cerca no podría revertir del todo. Eso es algo que ninguna encuesta inmediata podría decirnos. La prueba la tendremos en los sondeos dentro de una semana.

Distributed by The New York Times Syndicate




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