Jesús Peña

Opinión
/ 2 octubre 2015

Lo recuerdo sentado en el salón de clase de la todavía Escuela de Ciencias de la Comunicación. Atento, seguía los lineamientos que para los trabajos ofrecía el maestro Javier Villarreal Lozano, y era de verse que en esos momentos fortalecía su vocación dentro del oficio más bello del mundo, con las palabras del gran Gabriel García Márquez: el periodismo.

Jesús Peña, recientemente nombrado Premio Nacional de Periodismo, trabaja para VANGUARDIA desde hace años. Aquellos que pasó en el aula vieron en él a un joven de talento que desde el primer momento tenía la fibra, la sensibilidad y el gusto por la reporteada.

Lector voraz, su vocabulario hablaba ya de una larga lista de títulos leídos. Labraba su camino hacia un estilo que lo empezaba a identificar. La claridad, que diría Alex Grijelmo, primera condición del buen reportero, era en su caso la particularidad de sus textos.

Pero ¿qué más había en Jesús que se siguió desarrollando y que veríamos a lo largo de los años, volviéndolo merecedor de reconocimientos y premios? La profundidad. Jesús, en un tono a ratos sarcástico, a ratos irónico, a ratos humorístico, pretendía llegar al fondo de las cosas. Como se dice al penetrar en las albercas: se metía "a lo hondo".  

Esa es la característica que lo define. El sello de la casa. No se queda en la epidermis de los asuntos que toca al explorar en la memoria de la gente, al recuperar escenarios perdidos o darle brillantez a los que vemos todos los días pero que no observamos, y que sin él no captaríamos. 

Su profundo y genuino interés en los temas lo lleva a encontrar la veta inexplorada. Sin estar a su lado a la hora de escribir o de reportear, se le puede imaginar estableciendo las rutas a seguir. ¿Qué es lo que hace diferente al tema? ¿De dónde el interés para el lector?  Si a mí me interesa, seguro interesa a la gente y le será de utilidad.

Y ese es el fin último del periodismo, el servicio que ofrezca al ciudadano común la información que se publica. ¿En qué le afecta? ¿Cómo le influye? ¿Cuáles son las implicaciones y cuál la trascendencia de un hecho noticioso? Eso Jesús lo comprende bien y se lanza a la aventura del trabajo de reportaje, el más completo de todos los géneros por llevar en su vientre a todos los demás. Él los aborda como si fuese el primer día: sintiendo el pálpito sobrenatural de la noticia, para volver con el admirado García Márquez.  

Jesús monta bellas piezas en el trabajo de la crónica. La descripción de los personajes, el ambiente, la atmósfera, los escenarios, el colorido, el lenguaje, un estilo desenfadado y lenguaje coloquial que, de estreno, pone ante nuestros ojos. Todo eso lo hace muy bien. Pero ha preferido agregar la crónica a sus reportajes, como ocurrió con el que recién recibirá el merecimiento del Premio Nacional: "La Laguna: los sobrevivientes del arsénico".

El género más complicado de todos, el reportaje, a diferencia de sus hermanos la noticia, la crónica, la entrevista, el artículo, exige aunque la misma responsabilidad y compromiso, una muy buena dosis de trabajo extra en esfuerzo, dedicación y horas y horas de andar en la calle, de asomarse a cualquier rincón. 

El reto es fuerte, porque además debe quedar en él inscrita la objetividad que demanda la información. Cosa que no ocurre ni en la crónica ni en la entrevista, donde participan de manera mucho más flexible bagaje, ideología, idiosincrasia, cultura. 

Mutatis mutandis, el reportaje es al periodismo como el mundo de Ciro Alegría: ancho y ajeno. Infinitas sus variantes, infinitas sus posibilidades. Y es en él donde Jesús Peña, orgulloso producto de la Universidad Autónoma de Coahuila y de su casa de trabajo, VANGUARDIA, ha logrado reconocimiento estatal y nacional.

Enhorabuena, Jesús, y que sigan muchos éxitos más. Éxitos que vas cosechando con la sencillez y la bonhomía que te han acompañado siempre.

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