Inestabilidad, ¿quién gana?

Opinión
/ 2 octubre 2015

En este tipo de acontecimientos hay ganadores y perdedores, aunque no necesariamente son los que ve la opinión pública.

Decenas de personas tomaron el Zócalo de la ciudad de México para protestar, afirman, en contra de la Reforma Educativa. En su campamento de toldos multicolores, muchas de las tiendas son nuevas, y tienen alimentos y provisiones suficientes para aguantar varios días. En el Zócalo está el Palacio Nacional, donde despacha el Presidente dos veces por semana, y la Secretaría de Hacienda, cuyo titular trabaja a más de cinco kilómetros de ahí. Es decir, el gobierno federal tiene actividad limitada en la zona, en donde sólo la Secretaría de Educación, que se encuentra a unos 100 metros, tiene a diario a su responsable. También está la sede del gobierno del Distrito Federal, que sí trabaja todo el tiempo ahí, en todos sus niveles.

El Zócalo está ocupado por maestros disidentes de Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Chiapas y el Distrito Federal, que en los últimos meses lograron concesiones políticas y económicas, con desembolsos significativos de recursos por fuera del presupuesto en negociaciones directas con la Secretaría de Gobernación. A los maestros se les han sumado  otras organizaciones sociales -reconocidas por ellos sin precisar cuáles son-, rechazados de la UNAM y anarquistas diletantes. Como la guerrilla y Los Caballeros Templarios en otras partes del país, tiene a mujeres y niños como escudo contra la policía. 

La litis de la protesta es de orden federal, pero el estrangulamiento lo resiente el gobierno capitalino. Los maestros disidentes y las organizaciones afines se desplegaron por varias zonas de la capital. 

Sitiaron la Cámara de Diputados, bloquearon el Senado, y rompieron la vida cotidiana en el Centro Histórico. Pero no fueron a Los Pinos para manifestar su repudio ante el autor intelectual de las medidas que tanto dicen les molestan, ni como otras ocasiones, a la Secretaría de Gobernación. El impacto negativo del desorden cayó sobre el jefe de gobierno del Distrito Federal, Miguel Angel Mancera.

En este tipo de acontecimientos hay ganadores y perdedores, aunque no necesariamente son los que ve la opinión pública. En este caso, entre los ganadores están el Presidente y el gobierno federal, que sacaron las leyes reglamentarias de la Reforma Educativa en los plazos legales. 

También los maestros de la Coordinadora, pues su presión callejera doblegó gobiernos, sometió al Congreso, y le sacó dinero al gobierno federal. Entre los perdedores -sin contar con la dislocación de la vida cotidiana en la ciudad de México-, está Mancera. Sin ser un tema detonado por él, se le acusa de permitir la toma del Centro Histórico de la ciudad de México, el estrangulamiento de su vialidad y que no impidiera el sitio de San Lázaro, que le genera descrédito en la opinión pública. En lo político, Mancera pierde credibilidad y legitimidad como gobernante, en el momento en que se acerca el conflicto madre de la reforma madre: la energética.

Los maestros disidentes han escalado sus objetivos. Ya anunciaron que irán contra la Reforma Energética, con cuyo radicalismo crucificarán a la izquierda moderada y reformista, que se encuentra en el Pacto por México, en la mayoría de las curules y escaños en las cámaras, y en los gobiernos locales. Al agrupar a los perdedores, uno se pregunta ¿por qué si la ciudad de México ha sido gobernada desde 1997 por la izquierda, es a la que desacredita y deslegitima la izquierda radical? ¿A quién beneficia esta inestabilidad? Se puede argumentar que el gran beneficiario es quien está en la misma línea de acción de los maestros y sus acompañantes, Andrés Manuel López Obrador, jefe de la izquierda social, que toma de ellos el combustible para impulsar su agenda. 

Hay otros ganadores, menos visibles, la guerrilla y el narcotráfico. La beligerancia de los maestros disidentes en Guerrero y Michoacán se ha cruzado con ellos, vestida de policía comunitaria y grupos de autodefensa civil, y encontrado eco en los anarquistas, los más violentos y decididos a entregar una de sus vidas a cambio de una causa que no está claro cuál es. El plazo que se dan para seguir en las calles corazón de la ciudad de México es el 15 de septiembre. No comen lumbre: el 16 de septiembre es el desfile militar, y su interlocutor, en la lucha de fuerzas, no tendría el cuello blanco sino el uniforme verde.

Sigue la pregunta, si el gobierno federal no es el objetivo político ulterior, ¿quién realmente es el objetivo?

Para el 15 ya arrancó la movilización de López Obrador contra la Reforma Energética, y ayudará como catalizador de inconformes y detonador potencial de violencia. Estallará en donde administran gobiernos de izquierda: el Distrito Federal, Oaxaca y Guerrero; en Michoacán gobierna el narcotráfico. Los grupos ilegales y los frentes de masa de los extremistas, tienen en López Obrador su coartada, y él, el impulso para retomar el liderazgo de las izquierdas. La negativa retórica de que esto no sea no basta. Se necesitaría que López Obrador condenara las acciones de fuerza en la capital porque lastiman a gobiernos de izquierda. Pero no lo hará. A López Obrador le acomoda esta inestabilidad porque lo beneficia a él y a su proyecto de nación.

rrivapalacio@ejecentral.com.mx

twitter: @rivapa

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