Una historia

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Bien dice el santo patrono de Aracata, Colombia, Gabriel García Márquez, `la vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla'
En sus años mozos y de plena madurez, mi hermano Alberto Cedillo Martínez tenía brazos y abdomen no de músculos, linfa y tendones, sino de roca. Mecánico de oficio, para todos era Beto. Don Beto. Parecía de roca. Muchos años así lo fue. Beto es uno de mis hermanos mayores. Hace días y aquejado por el asesino silencioso del siglo XX, la diabetes, murió. Es día de no asimilar del todo semejante noticia.
Más o menos chaparro, de tez morena curtido al sol y cabello más ensortijado y retorcido al mío, mi hermano Beto jamás le dio importancia a la enfermedad la cual se empezó a manifestar ya de adulto. No es en sí la maldita diabetes, sino todo lo aparejado como costal con lo cual llega. Eso llamado hoy calidad de vida, se empieza a desmoronar a pasos agigantados y es imposible detener la caída. Esto pasó. Un día se desplomó en el Seguro Social y a la diabetes se le agregó neumonía. El final fue inevitable.
Bien dice el santo patrono de Aracata, Colombia, Gabriel García Márquez, "la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla". De tantas anécdotas las cuales tengo y guardo de mi hermano, cuento atropelladamente dos las cuales lo retratan de cuerpo entero. Son de esas anécdotas e historias las cuales se quedan para la vida y uno las va usando por allí como si fuesen suyas. La primera es una estampa familiar; la otra tiene incidencia con una alegre borrachera la cual ya luego, el escritor defeño nacido en La Aurora, Coahuila, Armando Oviedo, ha replicado y reclamado como suya en todas partes del país. Por derecho la historia le pertenece.
Mi hermano era incansable, infatigable. Su oficio, mecánico de motores de combustión interna, lo obligaba a tener una salud codiciada y jamás, jamás se cansaba. Por un tiempo practicó el pugilato y el fisicoculturismo, de aquí entonces tenía cultivado un abdomen y brazos de roca. Un día y con diferencia de un año, murieron nuestros padres -alguna vez en este generoso espacio conté a vuela pluma de ambos-. ¿Cuándo? Pues la verdad jamás recuerdo estas fechas infaustas en el calendario. Pero murieron con diferencia de un año. Primero mi padre; luego y de tristeza, mi madre.
Beto se emborrachó y lloró y lloró y lloró y lloró y lloró. No recuerdo hombre y hermano más triste por aquellos días de tormenta. Todos tenemos diversas maneras de demostrar nuestra melancolía. Mi hermano Beto lloraba y su llanto era eterno. Marcado por el amor de mi madre, cuando ella se fue, él también murió un poco entonces.
Esquina-bajan
Una vez hace ya muchas lunas en el calendario, vinieron de paseo a Saltillo y Monterrey, el escritor Armando Oviedo Romero y toda su familia. Armamos fiestas diarias. Una de ellas la ofreció mi hermano Beto en su casa. Los invitó a comer. Como es debido, agarramos una buena borrachera. Cuando en la noche minaban los cigarros los cuales Armando Oviedo y mi hermano disfrutaban al calor del brandy y de la charla, Beto mandó a mi sobrino mayor a comprar una cajetilla a la tienda del barrio.
Cuando mi sobrino regresó con las manos vacías y espetó de no haber encontrado en la tienda los cigarrillos de la marca requerida, mi hermano lo fulminó con la siguiente frase célebre: "Bien, ¿y ya no hay cigarros en todo el mundo?" Armando Oviedo rió de buena gana y se apropió de la frase. Hoy, al contarle de la muerte de mi hermano, me ha dicho de este aforismo el cual él lo usa diario y continuo en sus charlas. La muletilla es la siguiente: "Como dice el gran Beto de Saltillo, ¿y no hay en todo el mundo?"
Cuando murieron mi padre y madre, cuando murió Héctor Cabello, cuando murió Reynaldo Ramírez, cuando murió mi hermano don Armando Sánchez, cuando murió Valentín Valdez, sentí morir un poco. Hoy, al marcharse mi hermano Alberto Cedillo Martínez, me siento como tuerto, cojo o manco. Eso todo.
Letras minúsculas
Y sí, me acerco ya a ese campo, a ese Paseo de los Muertos, al Elíseo. Mi hermano, el gran Beto, ya descansa.