El atole y el dedo

Opinión
/ 2 octubre 2015

Todos conocen la expresión popular que hace referencia al dulce placer del engaño. Y se resume como dar atole con el dedo, pariente cercano de jugar el dedo en la boca. En los dos casos se trata de prácticas comunes en la política y entre los políticos. Sin embargo, en lo cotidiano las víctimas son los ciudadanos.

Y en el caso del proyecto de Ley Reglamentaria de la reforma constitucional en materia de telecomunicaciones, el atolito con el dedo apareció de nueva cuenta y —como era de esperar—, la estrategia engañabobos resultó redonda para el PRI, para el gobierno de Enrique Peña y para los fines políticos del régimen. Y es que fueron muchos los ingenuos que se tragaron sin digerir y sin paladear el atole y el dedo que les jugó en la boca una magistral maniobra del PRI. ¿Y cuál fue esa jugada?

Empezamos por un ejemplo. Seguramente todos recuerdan que en la Reforma Fiscal que aprobaron PRI, PAN y PRD en 2013, el dictamen enviado por el gobierno federal al Congreso incluía —entre muchas otras cosas—, despropósitos como gravar con IVA la venta y renta de inmuebles, además de imponer ese gravamen a las colegiaturas en escuelas privadas. ¿Recuerdan qué pasó?



El PAN puso el grito en el cielo, los empresarios de la construcción se tiraron de la lámpara, mientras las confesionales asociaciones de padres de familia se desgarraron las vestiduras. Un escándalo mediático que duró lo suficiente para que el PRI colocara como monedas de cambio el retiro de esas propuestas, a cambio del acompañamiento del PAN y el PRD. Y al final el PRI retiró el IVA en rentas, venta y colegiaturas y sus legisladores quedaron convertidos en sensatos y comprensivos políticos.

Ese juego del dedo y el atole se emplea con frecuencia en las negociaciones legislativas. Y el de la ley de telecomunicaciones no es la excepción. Lo curioso es que en este caso el engaño se lo tragaron hasta los más duchos. Y es que las leyes reglamentarias de la reforma en telecomunicaciones incluyen muchas propuestas que, en realidad, son fichas de negociación. Y uno de ellos es buena parte de la supuesta censura, que se incluye en los artículos 145, 190, 192 y 197 del proyecto de ley.

Más aun, tan era parte de la negociación el tema, que desde antes de las vacaciones de Semana Santa el PRI ya había aceptado retirar las palabras filosas en cuanto a Internet y a la redes, a cambio de incluir una reglamentación que sancione el uso de la red para fines criminales. Sin embargo, el atolito se hizo engrudo cuando el PAN y el PRD disputaron la paternidad de los cambios a las reformas.

Para entender lo anterior vale recordar que la reforma constitucional en materia de telecomunicaciones fue una concesión que entregó el PRI a sus aliados del PRD y PAN, respectivamente, así como al PAN se le entregó la reforma político electoral. Por eso, en el corazón de la discusión y dictamen de la citada ley participan el panista más priísta, Javier Lozano y el panista más perredista, Javier Corral.

Sin embargo, y a pesar de que tanto Lozano como Corral pertenecen al establo político de Ernesto Cordero, resulta que los señores Lozano y Corral tienen sus propias agendas. Y en las últimas horas esas agendas no sólo chocaron sino que desbarrancaron las prioridades del PAN y del PRD en las telecomunicaciones.

Y es que a pesar de que el senador Javier Lozano había negociado con el PRI y con un sector del PRD un dictamen que casi todos habían aceptado —y que eliminaba los fantasmas de la censura—, el senador Javier Corral echó a caminar su agenda personal no sólo contra la reforma de telecomunicaciones, no sólo su fobia contra una de las televisoras, sino su conflicto con la vida.

Así, Corral echó a caminar el andamiaje interesado de las redes, a partir de la mentira de la supuesta censura, y el cuento se lo tragaron hasta los más duchos que —en el delirio—, salieron con el espantajo de que gracias a las redes la reforma ya no incluirá censura. Y mientras que el PRI mira divertido que el grupo de Ernesto Cordero se fractura y hace el ridículo al no poder con el dictamen respectivo, el escándalo de la censura se convierte en la coartada perfecta para distraer a los ciudadanos de la verdadera letra chiquita de las leyes de telecomunicaciones.

Es decir, que mientras los políticos pelean y defienden sus agendas e intereses; mientras se reparten el pastel del poder, a nadie le importan los ciudadanos. O si se quiere, los ciudadanos sólo sirven para el circo mediático. No habrá censura y sí habrá reforma. Al tiempo.

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