Ayotzinapa y Tezcatlipoca

Opinión
/ 2 octubre 2015

Cuando intentamos entender el origen sanguinario de nuestra conducta como nación y los procesos de integración de nuestra idiosincrasia, resulta imperativo echar mano de la historia para poder entender nuestra conducta cotidiana.

Para tal efecto, resulta imprescindible no perder de vista las ofrendas sagradas, mejor conocidas como sacrificios humanos —según las calificaron los españoles invasores de Mesoamérica—, en el Siglo 16. Es imposible ignorar, asimismo, algunos aspectos sustanciales del México precolombino, como el hecho de que un sacerdote azteca pudiera asestar un tremendo golpe con un afilado cuchillo de obsidiana en el pecho de un guerrero o de una doncella, para extraerle el corazón en la piedra de los sacrificios mientras observaba en brevísimos instantes, su corazón todavía palpitante en las manos de su verdugo antes de perder la conciencia.  En este orden de ideas, no puedo omitir el momento histórico en que Cortés descendió al Templo Mayor para encontrar enormes zompantles llenos de corazones humanos, descubrimiento que lo condujo inmediatamente el vómito.  Las escaleras ensangrentadas de dicho templo no pudieron parecerles menos siniestras y escabrosas a los invasores hispanos. Las ofrendas sangrientas se produjeron fundamentalmente como obsequios a los dioses para ganar su simpatía, aprobación o perdón, pero carecían, en términos absolutos, de cualquier contenido sádico que pudiera implicar castigo alguno.

Cuando finalmente, en razón de la peste importada de Europa por los españoles, Tenochtitlán se derrumbó, es entonces cuando cambiamos la piedra de los sacrificios por la santa pira de la Inquisición, en donde se incineraban vivos a los herejes, a los infieles o a los pecadores. Le pregunto al amable lector que pasa su mirada distraída por estas líneas, ¿cómo preferiría perecer, si en la piedra de los sacrificios o en la pira de la Inquisición? Pero hay más, mucho más, para tratar de explicar los acontecimientos macabros sucedidos en Ayotzinapa, Guerrero. La Inquisición, la institución creada por Satanás para consolidar el poder omnímodo del clero católico colonial no sólo echaba mano de la pira para escarmentar a los infieles, sino que en los sótanos saliginosos de estos siniestros palacios clericales católicos, se atormentaba ferozmente a las personas haciéndolas reventar por dentro al inyectarles, con embudos, litros de agua por la boca o los desconyuntaban amarrando las extremidades de la víctima a cuatro caballos que salían corriendo despavoridos cuando los verdugos golpeaban, furiosos, sus ancas con látigos de fuego, entre otras terribles torturas más.

¿Cómo no explicarnos los horrores vividos durante los años cruentos de la Independencia de México cuando las autoridades coloniales y el clero católico mandaron decapitar a los líderes de la Independencia mexicana dejando sus cabezas expuestas, durante once años, en las cuatro esquinas de la Alhóndiga de Granaditas?

¿Cómo no entender la existencia siniestra del pozolero que hervía en tinajas los cadáveres de sus víctimas si no perdemos de vista las muertes masivas que se comprobaban al contemplar los cadáveres de miles de mexicanos colgados de los postes telegráficos durante la Revolución o a lo largo de la rebelión cristera, cuando volvimos a despertar al México bronco?

Los mexicanos seguimos contemplándonos reflejados en el espejo negro de Tezcatlipoca cuando comprobamos la desaparición horrorosa de más de 40 jóvenes estudiantes destinados a educar a nuestros hijos. La matanza de Iguala constituye, por un lado, una vergüenza nacional, por otro lado, la inexistencia del Estado de Derecho y, finalmente, la ineficacia rotunda del sistema de impartición de justicia ante la indigerible indolencia de la autoridad que no ha exhibido ante la sociedad a los responsables de este crimen que humilla a la nación mexicana y nos exhibe como una cáfila de caníbales ante el mundo entero.

Bravo por las marchas ciudadanas. Bravo por las protestas. Bravo por el coraje y bravo, mil veces bravo, por no permitir que esto se olvide ni que se pase por alto, por el bien de todos nosotros.

@fmartinmoreno


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