Y tú, ¿intenseas?

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La caracterización, según las cuidadosas observaciones realizadas por acá, su charro negro, suele dar en el blanco, es decir, la persona en contra de quien se endereza el calificativo lo merece.
Lo importante, sin embargo, no es eso. Lo importante es determinar si el hecho de ser considerado una persona intensa constituye un atributo positivo o negativo. Personalmente no lo tengo muy claro aún.
Porque el asunto tiene sus defensores y tiene sus detractores. Todo depende.
Depende, ¿de qué?, preguntaría de inmediato el Huevo Bongó.
Pues de varias cosas, mire usted:
La primera es de las circunstancias específicas de la personas a la cual se le ha detectado propensión por la intensidad. Mi querido amigo Borsalino -joven y brillante abogado él, avecindado por estos días en la capital chiapaneca- me comentó alguna vez sobre una antigua pareja suya con quien le resultaba compleja la relación en determinados momentos. Particularmente cuando comenzaba a intensear.
En ese contexto, sin duda el ser intenso no está bien visto Aunque, debo confesarlo, nunca me quedó muy claro a cuáles conductas específicas se refería el buen Borsa con eso de intensear. Por lo demás, él mismo, de acuerdo con la calificada opinión de varios de sus amigos, puede ser calificado de intenso.
Su esposa, Dewi, seguro pensaba en él cuando planteó su definición particular de una persona intensa: alguien que le saca hasta la última gota de vida exprimiendo el chiste, una idea, un tema, una imagen, etcétera ¡Esa es una buena descripción de Borsa!
Entonces, si en las relaciones de pareja no está bien intensear, ¿podría estar bien en otras actividades?
Según mi buena amiga Yaya Cárdenas -compañera ella de aventuras gastronómicas- la respuesta es un rotundo sí, pues el ser intenso es una virtud. Tal característica, de acuerdo con su calificada opinión, implica imprimirle energías extras a toda tarea emprendida. Si todos intenseáramos el mundo sería diferente, asegura ella. Y sería diferente para mejor, supongo.
Sin embargo, desde la perspectiva de La Chiskis -como le gusta ser identificada a mi querida amiga Claudia-, no necesariamente son así las cosas pues, para ella, a la persona intensa se le debe ubicar más cerca de la critica y más lejos del halago: tiende a apasionarse en exceso con las cosas, personas o circunstancias y en algunas ocasiones llegan a caer en la exageración, conceptualiza sin asomo de duda.
La Bere -quien por estos días hace maletas para mudarse a Chihuahua, tierra de todos sus quereres- tiene una perspectiva distinta: en su opinión, lo intenso es más un acto íntimo al cual pueden identificársele algunas exteriorizaciones: ser intenso es sentir hasta el cogote mismo del alma; sentir el enojo, la alegría y la pasión de manera fuerte y ruda; hablar manoteando, haciendo gestos, usando énfasis y expresiones varias.
Y eso, ¿es bueno o es malo? No le pregunté, pero seguro me habría contestado -una vez más- como el Huevo Bongó: pues depende
En una órbita diferente, mi querido David García -hombre de talentos varios, entre ellos la sonrisa siempre a flor de labios- no duda en responder afirmativamente al cuestionamiento sobre si la palabra intensear debiera ser considerada un verbo: Yo intenseo, tú intenseas, él intensea, escribió en el muro virtual en el cual solicité opiniones para emprender la escritura.
Otro aspecto del cual depende si el ser intenso es bueno o malo es la perspectiva del individuo en cuestión: si las consecuencias ulteriores de su intensidad le resultan negativas, pues no ha de ser tan bueno eso de la intenseada. Si, por el contrario, le acarrea beneficios, pues entonces la intensidad debe ser elevada a la categoría de virtud.
Hay personas, por ejemplo, a quienes les da por intensear en las fiestas luego de brindar repetidamente. A esos, difícilmente les puede resultar benéfica -en forma alguna- su intensidad.
A otros les da por lanzarse intensamente a la práctica de alguna actividad, al grado de transmutar en auténticos catequistas de tiempo completo, y a la menor provocación -o sin ella- inician el asedio para convertirnos a su credo particular, sea éste una religión, sea una inclinación política, sea un estilo particular de vida Tampoco son los reyes de la aceptación.
Entonces, ¿en cuáles circunstancias puede resultar benéfico -para sí y para los demás- el ser un individuo intenso?
No lo tengo muy claro aún -y estoy estudiando intensamente el tema- pero luego de comentarlo con algunos amigos y analizar diversos materiales, he llegado a una primera conclusión preliminar: si eres intenso (o intensa) puede resultar muy útil que los demás no lo noten.
¿Cómo se logra eso? Una buena receta es dejar de ser intenso Volveremos al tema.
¡Feliz fin de semana!
carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter: @sibaja3