El Naufragio

Opinión
/ 30 marzo 2016

Ayer seguí por internet el Tercer Informe de Enrique Peña Nieto. No me gustó. Quizá sigo filtrando todo lo que dice el Presidente bajo el lente severo del escándalo de la Casa Blanca. Quizá aún estoy sorprendido por la impericia mostrada por su gobierno en torno a la fuga del “Chapo”. Quizá me duele la devaluación del Peso. A pesar de todo, seguí el informe esperando sorpresas que nunca llegaron.

El Presidente reconoció el desánimo popular y la desconfianza hacia su gobierno, pero no dio argumentos ni presentó estrategias capaces de revertirlas. La avalancha de datos, muchos dignos de celebrarse, terminó por aturdirme. El ejercicio sirvió para confirmar que yo ya soy parte de esa mayoría que retratan las encuestas. Mi opinión de este Gobierno ha pasado de la esperanza (¿ingenua?) a la duda razonada, y de esa duda al hartazgo y enojo.

Es evidente que el presidente Peña ha tenido mala suerte. Ni la caída del precio internacional del petróleo, ni la lenta recuperación de la economía norteamericana pueden atribuirse al Presidente. Sin embargo, Zedillo, Fox y Calderón enfrentaron rachas de mala suerte similares, y el País no parecía tan perdido a la mitad de sus sexenios.

Hay mucho que este Presidente podría hacer para enderezar el barco, pero poco de lo anunciado en el Informe permite albergar grandes esperanzas. La situación es tan grave, que muchos de los actores políticos en este País, incluido el propio Peña, parecen estar más concentrados en el 2018 que en el 2015.

El reacomodo del gabinete, anunciado hace unos días, obedeció más a la necesidad de abrir la baraja frente a un escenario sucesorio complicado, que a la urgencia de ajustar la marcha de la administración. El caso de Sedatu es quizá el más paradigmático. La titularidad de esta Secretaría, creada por el propio Peña para implementar una ambiciosa política de desarrollo urbano, ha quedado transformada en una puerta giratoria donde entran y salen secretarios. Mientras tanto, el Informe de Gobierno, una oportunidad para hacer grandes anuncios de política pública, sirvió principalmente para revivir la retórica calderonista del “peligro para México.” Según advirtió Peña en su mensaje, “en este ambiente de incertidumbre, el riesgo es que en su afán de encontrar salidas rápidas, las sociedades opten por salidas falsas. Me refiero al riesgo de creer que la intolerancia, la demagogia o el populismo, son verdaderas soluciones”. Comparto la preocupación del Presidente, pero la estrategia del espantapájaros no le sirve al granjero que no riega sus propias plantas.

En el 2012, el presidente Peña prometió que 15 millones de mexicanos saldrían de la pobreza en su gobierno. Ayer, el propio Peña reconoció que en sus tres primeros años, el número de pobres en México incrementó en dos millones. En su campaña, el Presidente prometió bajar la tasa de homicidios en 50 por ciento, y sin embargo, la tendencia a la baja en los homicidios dolosos se detuvo en julio del 2014 y existe una preocupante trayectoria a la alza en los últimos meses del 2015.

El Presidente se comprometió a triplicar el crecimiento económico de la última década y a generar un millón de empleos por año. Tres años después, tanto la Secretaría de Hacienda como el Banco de México nos han acostumbrado a frecuentes revisiones (siempre a la baja) a sus expectativas de crecimiento, y el millón de empleos por año está lejos de cumplirse. Si este gobierno no ha cumplido en el combate a la pobreza, ni en el combate a la delincuencia, ni en la generación de empleo, con qué cara nos pide el Presidente Peña a los mexicanos no considerar otras propuestas políticas?

La aprobación del Presidente está cayendo en picada. Es claro que el País pide a gritos a un Presidente humilde, que escuche más a más gente, que sepa reconocer errores, y que esté dispuesto a replantear profundamente el rumbo actual del Gobierno. Ese Presidente todavía puede ser Peña, y ojalá lo sea, porque tres años es demasiado tiempo para esperar pacientemente la llegada de un relevo. Lamentablemente el carpetazo dado al asunto de la Casa Blanca, el entorno de corrupción que permitió la fuga del “Chapo”, y el contenido del Informe de ayer, me dejan poco optimista de que el presidente Peña tenga ganas de evitar el naufragio.

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