La Asunción

Opinión
/ 30 marzo 2016

Hay un cuerpo en el Cielo. Un cuerpo humano, de carne, sangre y huesos como el nuestro. Es el cuerpo de la Virgen María. Por virtud del dogma llamado de la Asunción los cristianos católicos creemos que la Madre de Dios fue llevada al Cielo en cuerpo y alma.

Murió María, sí, igual que nosotros moriremos, pero su muerte no fue la misma muerte de los demás mortales. La suya fue como es un sueño. Una dormición, dicen los ortodoxos griegos al hablar del tránsito de la Virgen. Una salida, escribió Gonzalo de Berceo.

Ni el Nuevo Testamento ni los escritos de los primeros padres de la Iglesia dicen algo acerca de la forma en que murió la madre de Jesús. Ya los primeros cristianos, sin embargo, creían que la Virgen subió al Cielo en materia y espíritu. En el siglo quinto apareció en Oriente —como la estrella de Belén— una tradición que luego fue adquiriendo modos de teología. Un arcángel se presentó a la Virgen y le habló igual que en el claro día la Anunciación: Ven. Tu hijo te espera. Y otra vez respondió la Virgen con las humildes palabras de sumisión y gratitud: He aquí la esclava del Señor. Mi alma lo magnifica. Y diciendo eso cayó en un sueño tranquilo. Era la muerte.

Pasó por la muerte —dijo San Agustín— pero no se quedó en ella. Cuando los apóstoles llevaban el cuerpo de la Virgen para sepultarlo llegaron ángeles del Cielo y con ellos subió la Madre de Dios a reunirse con su Hijo. Añade la leyenda que, en amoroso gesto, María se quitó la cinta que le ceñía la túnica y la dejó caer entre los discípulos de Jesús como prenda de que ella seguiría entre ellos igual que sigue entre sus hijos una madre muerta.

Hay belleza de poesía en esta antiquísima leyenda, pero tiene también un hálito de humanidad. En María han visto algunos teólogos la rica dimensión femenina del amor de Dios. Por ella, por su amor, podemos acercarnos a Cristo, quien a su vez nos lleva al Padre.

El primero de noviembre de 1950 el papa Pío XII declaró con solemnidad el dogma de la Asunción. En la bula Munificentissimus Deus se lee que la Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, fue tomada en cuerpo y alma cuando acabó su paso por la vida terrena y llevada a la gloria celestial. No era posible que el cuerpo que llevó a Cristo y le dio su materia terrenal fuera consumido por gusanos. Jesús recogió a su Madre en cuerpo y alma y la llevó con él. Voluit, potuit, fecit. Quiso hacerlo; pudo hacerlo; entonces lo hizo.

El 15 de agosto se celebra esa gran fiesta del catolicismo, la Asunción. Sin merecer tal sentimiento yo amo a la Virgen con humilde amor. Y hoy le digo las palabras de la bella oración que escribió en las primeras décadas del siglo 19 el sacerdote mexicano José Manuel Sartorio: A ti, celestial princesa, / virgen sagrada María, / yo te ofrezco en este día / alma, vida y corazón. / Mírame con compasión; / no me dejes, Madre mía.

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