8M: Reflexiones en torno al empoderamiento de las mujeres

No se trata sólo de un llamado a que las mujeres se empoderen, sino de que se proporcionen las condiciones necesarias para ello: acceso a la educación, a la salud, a la seguridad y a la igualdad de oportunidades
Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, es una fecha de lucha y reivindicación en la que resulta relevante reflexionar sobre el concepto de empoderamiento y su significado hoy en día, tanto para las mujeres y niñas como para las sociedades en general. Este término, que hace tiempo parecía ajeno, se ha convertido en un elemento clave no sólo para la libertad individual de las mujeres, sino también para la transformación cultural, social, jurídica y política de nuestras sociedades.
En palabras de Marcela Lagarde, académica, antropóloga e investigadora mexicana, el empoderamiento es el “proceso de transformación mediante el cual cada mujer, poco a poco o a pasos gigantes, deja de ser objeto de la historia, la política y la cultura, como ha sido entendida, y se convierte en protagonista y sujeta de su propia vida”.
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Así, el empoderamiento es un proceso de toma de conciencia y acción en el que cada mujer reafirma su poder, reconociendo su derecho a tener derechos y su capacidad para alcanzar sus metas, sueños y aspiraciones. A nivel individual, se trata de un cambio profundo que permite a las mujeres tomar las riendas de su vida. Este proceso no debe entenderse a la ligera: no llega por arte de magia ni de un día para otro. No es sencillo ni inmediato; más bien es un proceso difícil y desafiante que implica enfrentarse día a día a lo impuesto por la sociedad, a los obstáculos internos y a las barreras externas. Por ello, cada avance en la historia particular de cada mujer debe ser reconocido y valorado.
Varios elementos inciden en que las mujeres logren su empoderamiento. Se requiere voluntad, pero también de herramientas y condiciones proporcionadas por las instituciones que permitan a las mujeres alcanzar su autonomía y mejorar su calidad de vida.
Por otro lado, el empoderamiento no es sólo un proceso personal, sino también colectivo. Mujeres empoderadas, en conjunto, generan cambios en las estructuras sociales y políticas que históricamente han limitado el acceso de las mujeres a sus derechos fundamentales. En este sentido, el empoderamiento no sólo promueve la autonomía personal, sino también la creación de sociedades en las que las mujeres puedan participar activamente en la toma de decisiones políticas, económicas y sociales.
Gracias a este proceso de empoderamiento colectivo, hemos observado avances significativos en cuanto a los derechos de las mujeres. Hoy existen numerosas leyes nacionales e internacionales que buscan garantizar esos derechos, y el despertar colectivo ha permitido a las mujeres ocupar espacios antes considerados inaccesibles. Sin embargo, el camino hacia la plena igualdad sigue marcado por desafíos persistentes.
Uno de estos desafíos, y probablemente el más urgente, es la violencia de género. La violencia contra las mujeres sigue siendo una de las principales barreras para la igualdad y el ejercicio pleno de los derechos. A pesar de los esfuerzos normativos para prevenir y erradicarla, su carácter estructural, basado en elementos socioculturales profundamente arraigados, la mantiene presente.
El empoderamiento de las mujeres ha sido visto como una de las estrategias clave para enfrentar esta problemática. Sin duda, es una herramienta poderosa y fundamental para avanzar hacia la igualdad de género. No obstante, es importante reconocer que no es la solución completa. Si no se transforman también las estructuras de poder y las normas socioculturales que perpetúan la desigualdad, el empoderamiento por sí solo puede no ser suficiente.
La clave está en modificar tanto las estructuras institucionales que siguen favoreciendo la subordinación de las mujeres como en cuestionar y redefinir las nociones tradicionales de masculinidad que, a menudo, están ligadas a comportamientos dominantes y violentos. Involucrar a los hombres en este proceso, promoviendo una comprensión más equitativa de la masculinidad, es esencial para construir una sociedad más justa e igualitaria.
Es decir, la transformación debe darse a nivel individual, estructural y cultural, buscando un cambio integral que no sólo empodere a las mujeres, sino que también reformule las relaciones de poder y favorezca una verdadera igualdad entre géneros.
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Este 8 de marzo, el llamado es a recordar que el empoderamiento no es un concepto abstracto, sino una herramienta poderosa para la transformación social. Se encuentra en las innumerables acciones cotidianas que cada mujer lleva a cabo con valentía y resistencia. Por otro lado, es importante reflexionar que el empoderamiento no es únicamente responsabilidad de las mujeres, sino que también exige un compromiso activo de los Estados y las instituciones. No se trata sólo de un llamado a que las mujeres se empoderen, sino de que se proporcionen las condiciones necesarias para ello: acceso a la educación, a la salud, a la seguridad y a la igualdad de oportunidades.
El verdadero empoderamiento sólo puede ser alcanzado cuando se crean las condiciones sociales, políticas y económicas que permitan a las mujeres desarrollarse plenamente y tomar control sobre sus vidas y decisiones.
Este día no es una celebración, sino un recordatorio de la lucha histórica y del trabajo pendiente. Cada mujer empoderada es una voz que se alza contra la desigualdad, una pieza clave en la construcción de un futuro donde las mujeres no sólo tengan derechos, sino que puedan ejercerlos plenamente.
La autora es Investigadora del Centro de Educación para los Derechos Humanos de la Academia Interamericana de Derechos Humanos
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH