A través del espejo y lo que Carroll encontró allí
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Ulalume González de León dice, en el libro “El riesgo del placer”, que Lewis Carroll fue el primer escritor en traspasar los espejos. En aquel mundo misterioso anduvo la mitad de la vida. De este lado era Charles Dodgson, un hombre un tanto tímido, apasionado de la lógica y paciente de males reumáticos. Al cruzar los cristales se convertía en Lewis Carroll, un mago de la palabra y de la fantasía. “Alicia en el país de las maravillas”, de 1864, gustó tanto que luego publicó “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí” y “Las aventuras de Alicia bajo tierra”. Las obras son de gran complejidad lingüística y presentan juegos semánticos. Este fue el sello de Carroll: el “nonsense”. Ya en otros libros había explorado las posibilidades extremas del lenguaje, pero fue en “A través del espejo...” en donde dejó uno de los poemas más controvertidos, indescifrables e intraducibles de la literatura: “Jabberwocky”. Para adentrarse en él hay que hacer como Alicia y poner la página frente a su reflejo.
Quienes leemos a Carroll quizá sentimos también esa fascinación por los espejos. Nos gusta soñar que allá somos otros, más vívidos y atrevidos. Cuenta Ulalume que nuestro escritor paseaba “a sus anchas por esa brecha abierta entre la razón y el delirio, sin perder de vista ninguna de sus dos orillas”. Por eso es tan grato en sus novelas burlarse de los que parecen cuerdos, porque no hay nada más loco en el país de las maravillas. González de León comparte un apunte muy bello que demuestra hasta qué punto el autor de “Alicia” jugó con las fronteras de esta dualidad: “En otras palabras, atravesaba el espejo rumbo a la orilla delirante, pero sin olvidar a Mr. Dodgson. Era ‘los dos’, como su pseudónimo lo indica, ya que está formado por los dos nombres que llevaba en la vida real: Charles y Lutwidge (los tradujo primero al latín: Carolus y Lodovico; invirtió su orden y volvió a traducirlos al inglés: Lewis y Carroll)”.
Encuentro todo esto en “El riesgo del placer”, libro firmado por Carroll y por Ulalume González de León. Su lectura es un acontecimiento que celebro y agradezco. La portada simula un espejo, pues las letras del título están invertidas y dentro de un cuadro color plata. En los márgenes tiene unos ornamentos de flores al estilo de los espejos mágicos de los cuentos de hadas. Carroll se buscaba en el reflejo de las palabras; Ulalume encuentra en Carroll un espejo en el que mira su mismo goce por el poema. En la cuarta de forros de la edición de Era hay un montaje de los dos en la biblioteca de la poeta, como si uno fuera la proyección del otro. Son anunciados como “el resultado de una simbiosis simpática”. Intento sin éxito mirarme en el libro. Después recordé el truco de Alicia y decidí copiarlo. En el reflejo, el título se leía al derecho y también me podía ver en él.
La poesía de Carroll siempre será para mí un misterio, una locura difícil y hermosa, tan indescifrable la primera vez como la última. La voz de Ulalume me ayuda a apreciar las acrobacias semánticas de los poemarios de este escritor victoriano. Sus versiones de “La caza del Snark” y la “Antología de canciones y nonsense” son un trabajo en verdad sorprendente. A veces, al leer las Alicias en español comparo los pasajes con el original y descubro que hay frases o fragmentos sencillamente omitidos, pues los traductores fueron incapaces de escribir una equivalencia. En “El riesgo del placer”, por supuesto que no sucede eso. La genialidad de Ulalume lleva los poemas a aquellos terrenos maravillosos que Carroll quería. Nos regala la grata experiencia de tener al “Jabberwocky” en español: “En la parrillhora y los flexiosos tovos / en el cesplejos giroscopiaban, vibrhoradaban. / Frivoserables estaban los borogovos / los verchinos telehogariados relinchinflaban”. Me quedo con una frase de la poeta: “La poesía altera la costumbre, obliga a pensar fuera de las categorías lógicas, es una amenaza para la seguridad. Y muchos prefieren la seguridad al riesgo del placer: prefieren entender”.