El ateísmo pasó de ser la conclusión lógica de mi experiencia vital al requisito mínimo para cualquier persona con la que intente yo tener una relación profunda o significativa.
No es arrogancia ni pedantería, se lo aseguro. Es simplemente que no me puedo sentir verdaderamente acompañado por una persona que no comparta conmigo la certeza sobre la finitud de la existencia, la ausencia de cualquier entidad superior a la que le tengamos con el menor cuidado y la carencia total de algún propósito predeterminado para nuestras vidas.
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Quizás pueda tener algún intercambio ameno con gente que cree en la vida ulterior, en una divinidad creadora o que somos tan importantes como especie que vinimos al mundo a cumplir una misión, pero más allá de cierto punto, sólo siento que con dicha persona estoy perdiendo el tiempo y −al menos yo− soy consciente ya de que ese es un recurso finito.
Ojo, eso no significa que tenga que llevarme necesariamente bien con todos los ateos/escépticos del mundo. Como dije, eso es apenas una condición mínima para considerarlo posible.
Es quizás el ateísmo de la candidata oficial, Claudia Sheinbaum, el rasgo que pudiera encontrarle yo más atractivo o con el que pudiera identificarme mejor; a diferencia de la abanderada de oposición, Xóchitl Gálvez, a quien encuentro sosa e ingenua como resultado de su fe católica y mochipanismo.
Me emociona siempre conocer otras mentes escépticas porque −en teoría− es gente que argumenta basada en datos y hechos demostrables. Sin embargo, no existe ninguna garantía de que así sea. Aunque podríamos suponer que el ateísmo es resultado de una larga y sincera introspección junto con el más riguroso análisis de la realidad objetiva, cabe la posibilidad de que la persona simplemente no sea religiosa, sin que por ello domine el pensamiento crítico todos los demás aspectos de su vida.
De acuerdo con su biografía, Claudia Sheinbaum −“La Doctora” Sheinbaum− es una mujer de ciencia: es física, con una maestría en energía y un doctorado en medioambiente.
Pero si está tan familiarizada con la ciencia y por consiguiente con la metodología... ¿por qué su desempeño como gobernadora de la CDMX fue tan pobre y cuestionable durante la pandemia? ¿Por qué no fue capaz de establecer protocolos que redujeran la mortalidad por COVID durante la crisis sanitaria? ¿Por qué distribuyó Ivermectina (un medicamento de uso veterinario, no probado en humanos) entre la población capitalina para “paliar” los efectos de la enfermedad por coronavirus?
Igualmente cuestionable fue su desempeño como administradora de la Ciudad, pues un sistema de monitoreo y de control medianamente estructurado habría evitado la catástrofe de la Línea 12, tragedia que según ella ya fue aclarada y solventada. Y aunque sacar a relucir esto una y otra vez parece afán politiquero, el cuestionamiento es totalmente válido: ¿cómo alguien que se presume científica (e incluso Premio Nobel) es tan desaseada y descuidada en sus métodos y mecanismos de control?
Le voy a dar el beneficio de la duda (aunque sé que no le haré con ello ningún favor): Vamos a decir que, bajo el estricto control y autoritarismo del Presidente, Sheinbaum era incapaz de implementar protocolos para la pandemia que contradijesen la irresponsable postura del Jefe del Ejecutivo: “¡Salgan y abrácense!” (de hecho, me temo que fue el caso); y digamos que tampoco tuvo control del ejercicio del presupuesto en la CDMX, y que éste fue de hecho subejercido por el propio Presidente, mientras que la hoy candidata estaba obligada a recorrer permanentemente la República Mexicana (a imagen y semejanza del macuspano) en una pre-precampaña sin fin que ocupó todo el tiempo de su gestión como jefa de Gobierno.
Si tal es el caso, si la doctora Sheinbaum es una mente privilegiada, racional y científica, pero es incapaz de contravenir a una figura superior o de ir en contra de los intereses de su partido, es lo mismo que si tuviera una mente acrítica, atávica, cerril, obtusa e ignorante. El resultado de sus acciones será sencillamente deplorable.
Algunos analistas, de esos orgánicos al régimen, criticaron duramente que doña Xóchitl cuestionara −durante el debate− que Sheinbaum utilizara una prenda con la imagen de la Virgen durante la precampaña (curiosamente criticaban el cuestionamiento de Gálvez, pero no el uso proselitista del ícono religioso).
Si la doctora no es creyente y se coloca este símbolo... ¿lo hace para manipular al electorado a través de su fe?
A mí me parece que el cuestionamiento es totalmente válido (quizás no debería haber sido formulado por su contrincante y ciertamente no de esa manera acusatoria: “¿Le dijiste a Su Santidad que eres una apóstata hija de Belcebú?”). Pero la opinión pública y la prensa debe ser más implacable con este tipo de expresiones de parte de todos los candidatos.
Sin una respuesta a mano, Sheinbaum dijo que su equipo contestaría al respecto al día siguiente y así fue: la respuesta oficial fue que la gente le colocó dicha prenda y ella −aunque no profesa esta fe− es demasiado respetuosa de las creencias ajenas como para hacerles un desaire.
¿Es eso: que de tan respetuosa, Sheinbaum no se permite un mínimo de honestidad y apego a la razón y a sus principios?
¿Significa que, al igual que el Presidente López Obrador, no será capaz de cuestionar los usos y costumbres de los pueblos originarios y comunidades indígenas por más que sean costumbres bárbaras o prácticas contrarias a la salud y a la medicina científica?
Desde luego, querrá decir también que otras ceremonias de corte místico (como la entrega del ridículo fetiche que se inventó AMLO, el Bastón de Mando) no tienen ningún significado real para la mente racionalista de la próxima presidente de México, pero está dispuesta a lo que sea con tal de no conmocionar el orden ni incomodar las buenas conciencias. Está dispuesta a la mentira sobre la razón.
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¡Pues no, señor! ¡No, señora! No es posible asumirse científico y al mismo tiempo místico.
Presumir estudios y grados académicos es fútil si estamos dispuestos a supeditar la verdad a los caprichos del poder. De igual forma, las credenciales científicas y tecnológicas quedan en entredicho cuando se hace apología de la superstición y de la credulidad.
El único aspecto que encontraba atractivo en Sheinbaum, su ateísmo, no soporta la más somera revisión de su trayectoria como persona, como funcionaria y candidata.
Y es que no basta con proclamarse ateo, racional, crítico, científico y librepensador. También hay que tener el valor de vivir como tal.