Tercer debate. Tenemos una cita pendiente con la realidad
La vida es una broma cruel y el tiempo le procura sus mejores carcajadas.
Cuando somos niños, nos da a probar la Navidad, una época de ilusiones durante la cual éramos bombardeados 24/7 con publicidad de juguetes, figuras de acción, equipos deportivos y toda suerte de artículos coleccionables, algunos de los cuales llegaban a convertirse en una verdadera obsesión (hay quienes no superan el no haber tenido el mini Hornito Mágico Lili Ledy).
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Pero lo cierto es que ni siquiera había que poseer para participar de la excitación de la temporada. Lo emocionante era esperar con optimismo y ver con qué chingadera nos salía Santa el mero día.
Ya como adultos, la Navidad resulta un fastidio y lo que nos da la vida a cambio son campañas electorales, un año sí, otro también. Entre elecciones federales y locales, es rarísimo el año que no nos toca ir a las urnas.
Y en lugar de la publicidad de nuestros más anhelados juguetes, lo que no cesa es la publicidad de candidatos, cada uno más virtuoso: guapo, honesto y talentoso que el anterior. Y ni qué decir de las candidatas: Todas mujeres valientes, capaces, incorruptibles, comprometidas, aguerridas, chingonas, luchonas, emprendedoras; independientes y empoderadas; pero eso sí, sensibles de las causas de los grupos vulnerables.
Como agravio adicional, el algoritmo de YouTube se debe pensar que vivo en San Pedro Garza García, Nuevo León, porque no me deja de atosigar con la publicidad de los candidatos de Movimiento Ciudadano en el vecino Estado. Y ya conoce usted el tono festivo de las campañas de MC, todo es música, diversión, orgullo norteño, carnita asada, lo cual está muy bien, pero como que desentona un poco con la amargura propia de mi edad.
Alguien de mi generación ya ha visto y vivido demasiados procesos como para no haber acumulado suficiente rencor contra los partidos políticos.
Sólo hay algo peor que un domingo y es un domingo de debate. Y lo único que puede empeorar un domingo de debate es la pobre calidad política de los participantes.
Asistimos antenoche a la última confrontación que sostendrán nuestros aspirantes presidenciales (las aspirantes y el suspirante Máynez) y no sé si coincida usted conmigo, pero yo no había visto una tercera entrega tan guanga e innecesaria desde la saga de Terminator, con la enorme diferencia de que al menos las dos primeras entregas de Terminator estuvieron buenas; mientras que la saga de debates 2024 estuvo completita pa’ llorar.
Es lo que hay: De allí saldrá la Presidente de México. (Sigo sin aceptar el vocablo “presidenta” y me pienso oponer a éste con fiereza y con firmeza durante todo el próximo sexenio, le advierto. Alguna victoria me habré de llevar, aunque sea gramatical, porque en el ámbito democrático o social, no creo que se pueda revertir todo el menoscabo que la presente administración ha significado).
De regreso con los debates, el único que salió realmente beneficiado de estos ejercicios fue el candidato Máynez, quien goza del Síndrome del Candidato Imposible, es decir, está tan lejos de ganar que su posición es la más cómoda: puede prometer cosas tan progresistas como la mariguanización de la legaliguana. Ni siquiera se ve afectado por los nervios porque lo que está en juego para él es mínimo (el registro de su partido está asegurado) y gozará sin duda del favor del régimen durante los siguientes seis años por haber desempeñado hoy a cabalidad su papel de comparsa en la presente campaña para la candidata del oficialismo. Eso sí, su nombre quedará apestado ad vitam, pero seguro le apuesta a la desmemoria popular.
Las damas, en cambio, sí sostienen una contienda verdadera (una contienda muy desigual, pero verdadera). Ellas sí tienen que cuidar lo que dicen porque no sólo se están jugando la Presidencia, sino la superioridad legislativa o, como yo le llamo, el “clutch” o embrague para meter los cambios que demanda el Ejecutivo, además de algunas entidades y un montón de alcaldías.
Ellas no pueden ni siquiera reconocer el estado real de las cosas porque es imputable a los gobiernos del pasado o a la actual administración y ello les representa sendos balazos en sus respectivos “piéceses”.
A mí me parece especialmente cobarde y preocupante de parte de ambas candidatas el no abordar asuntos vitales como la militarización (o mejor dicho, la imperiosa urgencia de desmilitarizar la función pública), o el cómo piensan debilitar la estructura del crimen organizado.
Otro asunto al que no le entran con todo el valor que presumen es el de los programas sociales. Cuando lo que se necesita es una revisión y rectificación de los mismos, las candidatas entran en una ridícula competencia, como si fueran colcheros de la feria.
-¡Nosotros inventamos los programas sociales y somos los únicos capaces de continuarlos!
-¿Ah, sí? Pues nosotros no sólo los vamos a continuar, sino que le vamos a dar pensión a todos los adultos mayores desde el primer día en que les dé por quedarse con el centro de mesa de las bodas.
Lo cierto es que los programas sociales son necesarios, pero no pueden aplicarse de manera indiscriminada. Bien dijo alguien por ahí que presumir de una amplia cobertura de programas sociales es presumir de una sociedad menesterosa.
Los programas sociales deben tratar medio de emparejar las oportunidades entre las clases más pudientes y las menos favorecidas. Pero dar una pensión universal en muchos casos no mejora en absoluto la calidad de vida de quien la recibe (gente de clase media y media alta que sin chistar estira la mano porque a fin de cuentas nadie va a despreciar el efectivo que les regala el Gobierno). En cambio, para la gente más empobrecida puede significar una gran diferencia; a veces es la diferencia entre la mendicidad y vivir con un mínimo de dignidad.
Pero repartir el dinero sin criterio, de manera indiscriminada, sólo es populismo; no genera movilidad social, crea dependencia y redes clientelares para el partido en el poder, además de que es sencillamente insostenible: cualquier país que reparta su dinero a lo pendejo como México durante este sexenio, en vez de invertirlo en proyectos productivos (no en caprichos faraónicos), está destinado a la ruina.
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Pero ni la candidata de la oposición y ciertamente tampoco la del oficialismo, están dispuestas a asumir el costo de hablar sobre la necesidad de poner a la asistencia social bajo la lupa y bajo control, porque sienten que el electorado va a sentirse amenazado en su ministración bimestral y entonces las repudiará en las urnas.
Hay necesidad de hablarle con franqueza al pueblo de México, de apelar a su madurez y hacerle entrar en razón. Regalar el dinero es una fórmula para el fracaso. La asistencia es sólo para los más, más, más menesterosos y tiene que arrojar algún resultado medible al cabo de un tiempo razonable.
Y si no nos lo quiere decir temprano algún candidato o candidata, ya nos lo hará entender un poco más adelante el descalabro de la más dura, cruda y despiadada realidad.