Biden vs. Biden: Los demócratas no retendrán la presidencia si se cruzan de brazos y fingen que todo está ‘ok’
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¿Dónde estabas el jueves 27 de junio? No quiero sonar muy dramático, pero pocas veces he visto que comentaristas, analistas, reporteros, políticos y gente de todo tipo de ocupaciones y estratos sociales estén tan alineados respecto a algo como a la necesidad de que el Partido Demócrata de Estados Unidos haga algo respecto al tema Joe Biden y su candidatura de reelección. Lo anterior aplica incluso a quienes son votantes duros del partido de Biden; ellos entraron especialmente en un estado de pánico después de ver a un presidente que batallaba para hilar y vocalizar palabras, por más que se notara que su cerebro quería ir más rápido y bien que su boca y su semblante, y el hecho de que se atreviera, innecesaria y ridículamente, a decir que su handicap en el golf es de 6, tendría que ser la prueba final e inequívoca de que el señor no está bien (de todas las mentiras dichas por presidentes y expresidentes de cualquier país en los últimos 10 años, esa tiene que ser una de las más claras).
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Tengo cerca de 15 años viviendo en Estados Unidos y casi el mismo tiempo tratando de entender cómo es que el votante de ese país actúa, cómo los medios cubren campañas, sus sesgos, el impacto de la posverdad o fake news, el lamentable impacto que tuvo Trump en la política de su país, moviendo a todo un partido al extremo, y la inexplicable forma en que el expresidente Trump parece tener una cubierta de dos o tres capas de teflón; no hay mentira, exageración, actitud, dicho, acción o crimen suficiente para que sus votantes duros duden de él.
Por otro lado, para haber sido la democracia modelo del mundo, el sistema americano está lleno de contradicciones y fallas. Los grandes donadores de dinero y grupos de intereses especiales parecen controlar a los políticos de una forma descarada. Congresistas, senadores, políticos en los estados, dependen de y se venden por los recursos de organizaciones relacionadas con fabricantes de armas, productos y servicios médicos, banca, seguros, petróleo, entre otros. No hay cabida para más de dos partidos en la ecuación, por más que sí existan y se registren otros. Las posibilidades de que un candidato independiente, o que no sea demócrata o republicano, gane algo relevante son mínimas.
Tal vez el caso más famoso y reciente fue el del exluchador profesional Jesse “the Body” Ventura, que en 1998 ganó la gubernatura del estado de Minnesota representando a un tercer partido (Reform Party) al que eventualmente abandonó para gobernar como independiente. Es difícil entender las dinámicas del poder político en un país de 340 millones de habitantes que se reparten entre grandes ciudades y el medio rural, de todos los niveles socioeconómicos, con una gran variedad de perfiles raciales, nacionalismo orgulloso y tóxico, posturas sobre temas que van desde el control de armas o drogas hasta las políticas ambientales que el país debe seguir y con una diversidad religiosa (incluso entre los mismos cristianos) exageradamente fundada en un cristianismo protestante que ha ganado tanto poder que en ocasiones podría hacer ver a los fundamentalistas del medio oriente como dulces personajes de caricatura de Disney.
Sin embargo, lo que se vivió el jueves 27, o lo que debería bautizarse como el “6/27” (six-twenty-seven), es algo histórico. Y no, en esta ocasión no se le puede echar la culpa a Rusia. Mientras a Trump se le resbala y perdona todo, como a cualquier jefe de culto, a Joe Biden lo atropelló el tren de la realidad cuando decidió a caminar por en medio de las vías. Se le vio demasiado viejo, demasiado lento, incapaz de meter las manos e hilar al menos un par de puntos coherentes. Amaneció el viernes no sólo con Trump como oponente, sino también con lo que vio en el espejo al levantarse. Es él mismo su principal enemigo y es necesario que él, con la lucidez, decencia y sentido de responsabilidad que seguro conserva, convoque a sus principales asesores y personal de confianza para tomar decisiones lo antes posible.
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No, la vicepresidenta Kamala no será suficiente; se podría decir que sería peor candidata que Xóchitl. Tal vez tengan que voltear a Michigan y ver los puntos a favor y en contra que tendría la gobernadora Gretchen Whitmer (incluyendo que ella pudiera garantizar Michigan, estado clave) o al secretario del transporte Pete Buttigieg. No, el gobernador de California, Gavin Newsom, no parece ser buena idea; muchos en Estados Unidos ven a California como el noveno planeta. Idealmente, la decisión de un Plan B (que no sea B de Biden) debería tomarse para cuando estas líneas se publiquen el domingo 30 de junio, pero difícilmente pasará.
Mientras tanto, todos alrededor del candidato Biden deberán actuar como que nada pasa, incluso doblando la apuesta por el patrón actual y hablando del siguiente debate, minimizando ridículamente el papelón del jueves, pero conscientes de que entre más tarden en pedir el cambio, sus opciones se reducirán a una cama de hospital (real o fingida) o un ataúd, lo que sólo los dejaría con menos y menos tiempo para reaccionar. Tal vez exista un sector demócrata que piense que lo que proyectó Biden el 6/27 pudiera apelar a que el votante sienta lástima por él y miedo por Trump, suficientes como para generar una avalancha de votos por el viejo conocido. Aun así, no sólo la elección de Biden está en riesgo, sino la de cada candidato demócrata, incluso los que deberían ganar fácilmente.