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Entre las grandes figuras de la educación en Coahuila destaca el profesor Rubén Moreira Cobos. Era hombre de formidables ocurrencias; su anecdotario es tan profuso como el de otro gran maestro, el inolvidable “Chato” Severiano.
Rubén Moreira Cobos nació en la ciudad de Zacatecas el año de 1875. Su papá se llamaba Concepción -don Concho-, y su mamá Daría. Vino a Saltillo a estudiar en el Ateneo Fuente, pero pasó luego a la Normal, y ahí se recibió de profesor cuando tenía 21 años. Igual que otros notables normalistas fue a Estados Unidos a continuar su formación de maestro, y a su regreso lo fue de la Escuela Anexa a la Normal. Por más de medio siglo enseñó en su alma mater, y durante cuatro décadas profesó cátedra en el Ateneo. Falleció aquí, en Saltillo, el Día de Muertos de 1954. Sus restos fueron depositados en la rotonda de los Coahuilenses Distinguidos del Panteón de Santiago.
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A don Rubén Moreira Cobos se le recuerda por su ingenio travieso y decidor. Era irónico sin ser mordaz; su palabra, libérrima palabra, ponía a veces rubor en las mejillas de sus jóvenes alumnas. En aquel tiempo las chicas todavía se ruborizaban. Ahora ni con 40 grados de temperatura.
No tuve yo la fortuna de ser alumno del profesor Moreira. Tampoco lo fui del Chato Severiano. Y es que no cursé la secundaria en el Ateneo, donde ambos enseñaban. La hice en la Normal. Cuando pasé al glorioso Colegio a estudiar los dos años del bachillerato ya ambos se habían jubilado. Recuerdo, sí, la ceremonia en que el Ateneo dijo adiós al Chato Severiano. Pronunció él un discurso con resonancias clásicas del cual me quedó en la memoria una expresión: dijo El Chato que estaba ya con un pie en el estribo, como Cervantes.
En el mismo acto terminó su vida de maestro en el Ateneo el licenciado Margarito Arizpe, otro gran señor de feliz recordación. Don Margarito era finísimo poeta; la despedida que leyó estaba en verso. Yo le pedí una copia, pero el licenciado era muy humilde. Me dijo que había escrito de prisa aquellos versos; no valía la pena que nadie los guardara. No era así, pero ya no insistí en mi petición, por respeto a su voluntad.
Del profesor Moreira se narran anécdotas sabrosas. Diré una que me contó un gran ateneísta, Leonardo Valdez Carbajal, quien fue presidente de la sociedad de alumnos del Ateneo.
Aquella mañana hacía un frío de esos que llegan hasta el alma. Era un día de enero, y en aquellos años -mediados del pasado siglo- los inviernos de Saltillo eran como para dejar sin viejitos la ciudad. Ya no hacen fríos como los que hacían antes.
En un corredor del Ateneo los muchachillos de tercero de secundaria esperaban la llegada del profesor Moreira. Todos tiritaban, y todos tenían las manos en los bolsillos del pantalón. Llegó el maestro, los vio así y les dijo sin más ni más:
-A la edad de ustedes no sabe uno si están con las manos en las bolsas o con las bolsas en las manos.