Bomba atómica: El 6 de agosto en Japón
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El 6 de agosto de 1945, Paul Tibbets, teniente coronel del ejército norteamericano y piloto del superbombardero B-29 Enola Gay, lanzó a “Little Boy” (nombre de la bomba atómica) sobre Hiroshima, la séptima ciudad más grande de Japón. A pesar de que en mayo de ese mismo año la Alemania nazi se había rendido ante el ejército rojo, la guerra continuó en el Pacífico y su sangrienta prolongación provocó que el presidente de Estados Unidos, Harry Truman, ordenara el ataque a Japón.
Era la segunda bomba atómica que estallaba en la historia, la primera recién se había hecho explotar en el desierto de Los Álamos, Nuevo México. La historia dice que cuando Oppenheimer, atestiguó la prueba Trinity, el científico citó el Bhagavad Gita, un antiguo texto sagrado hinduista, que dice: “Ahora me he convertido en la muerte, destructora de mundos”.
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Al invocar la leyenda griega de Prometeo, quien fue castigado por los dioses por dar fuego al hombre, los autores relatan los elementos heroicos y trágicos de la vida y la carrera de Oppenheimer en una investigación que se alargó por 30 años, retratan al físico como un torpe prodigio que se convirtió en el líder pragmático de 6 mil hombres y mujeres, científicos, ingenieros y tecnólogos reunidos en un sólo lugar, en el proyecto más grande de la historia: La construcción de la bomba atómica, el poder del sol.
Y tenía razón, pues ese 6 de agosto de hace casi ochenta años, en punto de las 9:15 de la mañana, se arrojó la bomba atómica sobre Hiroshima en una explosión donde se produjeron temperaturas de decenas de millones de grados, con una luz emitida diez veces más brillante que el sol. Durante la explosión, diversos tipos de radiaciones, como los rayos gamma y las partículas alfa y beta, se desprendieron y estas partículas radioactivas le dieron a la bomba atómica su mayor letalidad.
Así que en unos cuantos minutos la mitad de la ciudad desapareció. Según las estimaciones, alrededor de 70 mil personas murieron o desaparecieron al instante y 140 mil fueron heridas. Las quemaduras de las olas de calor causaron la mayoría de las muertes. Otros murieron quemados cuando sus hogares estallaron en llamas. Una tormenta de fuego siguió a la explosión en Hiroshima cuando el aire retrocedió al centro de la zona en llamas. Los árboles fueron arrancados de raíz.
Al terminar, el escenario era aterrador y en la ciudad todo era devastación. De sus 90 mil edificios, más de 60 mil fueron demolidos. Luego vinieron los efectos de la radiación que significaba una muerte segura en un corto periodo de tiempo.
Aun así, los japoneses parecían dispuestos a luchar hasta la muerte y así lo intentaron hasta que, tres días después, Estados Unidos, el único país que ha ordenado un ataque nuclear, lanzó otra bomba, esta vez sobre Nagasaki. El número de víctimas causadas se estima en 50 mil personas y 30 mil heridos de una población de 195 mil habitantes. Aún hoy, los habitantes de ambas ciudades y de los alrededores muestran en sus cuerpos las horribles secuelas de esa terrible decisión.
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El 15 agosto de 1945, la radio NHK, la emisora nacional del Japón, anunciaba que el emperador Hirohito se dirigiría a su pueblo. Era la primera vez que japoneses lo escucharían y en su discurso por radio señalo: “Yo, el emperador, después de reflexionar profundamente sobre la situación mundial y el estado actual del Imperio japonés, he decidido adoptar como solución a la presente situación el recurso a una medida extraordinaria. Con la intención de comunicarlo me dirijo a ustedes, mis buenos y leales súbditos. He ordenado al Gobierno del Imperio que comunique a los países aliados la aceptación de su Declaración Conjunta”.
Orgullosos, los japoneses se alegraban de que en el discurso de Hirohito jamás aparecieran palabras como “rendición” ni “derrota”. Al final, el único aprendizaje es que una guerra nunca resuelve problema alguno, sino que plantea otros nuevos. Ahí siguen presentes, acechantes, el racismo, las tensiones comerciales y la megalomanía de gobernantes que, al igual que hace 80 años, provocaron una guerra y la muerte 20 millones de soldados y de 47 millones de civiles.