Café Montaigne 292: para saber de todo, ‘La divina comedia’

Opinión
/ 16 mayo 2024

¿Cuál es su definición de un libro clásico?, ¿cuál es su definición de escuchar una pieza de música clásica?, ¿cuál es o sería su definición al citar que tal o cual autor es un autor clásico? En palabras de Jorge Luis Borges, “clásico no es un libro que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con misteriosa lealtad”.

Los clásicos, ha escrito por su parte Ítalo Calvino, constituyen una riqueza para quienes los ha leído y amado, pero también una no menor para quien se reserva la suerte de leerlos por primera vez en las mejores condiciones para saborearlos. Los dos ases aquí citados, son eso, autores clásicos. Tanto Jorge Luis Borges, ese divino ciego socarrón, como Calvino, un erudito al nivel de Umberto Eco, pero menos leído desgraciadamente, son autores clásicos y sin ellos nos faltaría proteína en el alma y pensamiento.

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Pero, como en todo meto mis propias palabras, aquí voy con mi definición de un libro o autor clásico. Va mi primera definición, un libro clásico es aquel libro que todo mundo cita... pero nadie ha leído. Otra más, idea la cual la tuvo el escritor Armando Oviedo Romero, pero aquí la hacemos nuestra con alguna variante. Dijo Oviedo: “Un libro clásico maestro Cedillo, es aquel libro que todo mundo carga en el Metro, pero nadie lo lee o no termina por completo jamás”. Es decir, un libro clásico es aquel que todo mundo alguna vez hemos cargado bajo el brazo (libros “sobaqueros”) para presumir de ser lectores, pero libro el cual jamás leemos.

Lo anterior viene a cuento por lo siguiente: en texto pretérito le platiqué de una grata tertulia donde coincidimos el sabio Carlos Alberto Arredondo y el chef de sabor huracanado, Juan Ramón Cárdenas. Como en las buenas tertulias de siempre, brincamos de un tema a otro sin red de protección. Con ese par de caballeros, no hay silencio posible ni letra muerta. El verbo y las palabras son vivas y son fuego. Alguien soltó en la mesa, como se tira la mano y jugada de un cubilete, la exploración sobre eso llamado “dolor”. El dolor de los humanos. Eso llamado dolor. Sí, puede ser físico, pero no menos doloroso el sufrimiento del alma y el espíritu.

Fue cuando Arredondo Sibaja contó en la mesa de una escultura que a él lo cautivó en un viaje a Nueva York. Es “Ugolino y sus hijos”, conjunto de inspiración dantesca creada por Jean Baptiste Carpeaux (1865). Dijo Carlos, cuando la vio, no hay otra cosa por hacer que llorar. Así de simple. Sí, es el famoso “Síndrome Stendhal”. Ese temblor, ese lloro, ese sentimiento que nos desatan las buenas y tremendas obras de arte. La historia, luego la recrearemos aquí con todo detalle, es la siguiente en varias letras: el Conde Ugolino della Gherardeseca de la ciudad de Pisa (el episodio es de 1288), fue condenado a morir de hambre por haber sido acusado de traición. Fue encarcelado con sus hijos y nietos. Ante la desesperación del padre, del Conde, sus hijos y nietos se ofrecen... para que los devore y él pueda seguir vivo.

Si en fotografía aquello es impresionante, ya me imagino la impresión al estar en vivo y de frente a semejante conjunto escultórico. Y aquí es donde entran precisamente los libros clásicos y mi deficiencia al respecto. Lo confieso. Esta escultura de Jean Baptiste Carpeaux está inspirada en un Canto, específicamente en “El infierno” de la obra cumbre de Dante Alighieri, “La Divina Comedia”. Y lo confieso de nuevo... nunca la he leído completamente. Qué dolor, qué grave omisión de mi parte.

ESQUINA-BAJAN

La escultura me ha movido tanto, que he dejado todo de lado, busqué una edición comercial (no tan comercial, pero está traducida en prosa y no en verso. Es la edición clásica de Francisco Montes de Oca) y justo cuando usted lea estas notas, acometo el proyecto de leer de corridito y de un jalón “La Divina Comedia”, para encontrar la cita exacta, las palabras y versos justos que hicieron al escultor Jean Baptiste Carpeaux, crear tan bella y perturbadora obra maestra.

Le tengo otro comentario: me estoy tardando harto en leerla. No puedo pasar de pocos capítulos porque... regreso a ellos una y otra vez. ¡Gran obra! La cual zumba en mi cabeza. Obra total y monumental la cual la estoy anotando al margen con lápiz de color rojo, amarillo, verde, morado... ¿Quiere usted saber de política? Lea “La Divina Comedia”, quiere saber de literatura clásica, lea “La Divina...”. Quiere saber de poesía, lea “La Divina...”. Quiere saber de teología y arte, lea “La Divina...”.

Sí, todo está aquí. Un rápido fragmento sobre política. Es apenas en el Canto Sexto de “El infierno”: “... ¿en qué pararán los habitantes de esa ciudad tan dividida en facciones?, ¿hay algún justo entre ellos? Dime por qué razón se ha introducido en ella la discordia... (Contesta Ciacco, literal la traducción: puerco)... Después de grandes debates, llegarán a verter su sangre, y el partido salvaje arrojará al otro causándole grandes pérdidas. Luego será preciso que el partido vencedor sucumba al cabo de tres años, y que el vencido se eleve...”. ¿Lo nota? “partido salvaje” (Morena de Andrés Manuel López Obrador) en contra del PRI, vencido hoy, pero no extintos por o para siempre.

LETRAS MINÚSCULAS

Lea esto otro del gran Dante Alighieri: “No hay mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en la miseria”. Puf.

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