Café Montaigne 334: El 8M y la invisibilidad de la mujer

Lot era el varón y tenía nombre. ¿Y su mujer? Pues no sabemos, no tenía nombre, era intrascendente
Estamos a días de “celebrar” (lo pongo entrecomillado porque para mí no es; lejos de ser una fiesta, es un rosario de quejas, derrotas, consignas hueras y, claro, pintarrajear al ciudad y dejarla en estado calamitoso) eso llamado 8M. Día para la mujer que la mayor parte del tiempo está en al oscuridad dé rienda suelta a su rencor acumulado y sea “visible”. Lo que eso signifique hoy.
Estamos a días del fatídico “8M” y nosotros, como varones heterosexuales, es mejor quedarnos encerrados en casa sin ni siquiera asomar las narices, so pena de ser decapitado. El año pasado, aquí le presenté una saga de textos con motivo de lo anterior, al ser quien esto escribe protagonista de un episodio singular cuando enfilaba mi pasos por la barda perimetral del Tecnológico de Saltillo y me dirigía a una cita de trabajo. No vale la pena repetirlo hoy, pero queda claro que ser varón y ser heterosexual es un peligro.
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Alguna vez y en París, le dijo Ernest Hemingway a mi amado Francis Scott Fitzgerald: “La diferencia entre ricos y pobres es que los ricos tienen más dinero”. En una de tantas cintas de Batman, cuando un joven aprendiz de superhéroe le pregunta a Bruce Wayne cuál es su superpoder, éste en su auto de colección le recita: “Soy millonario”.
El problema de estas “mujeres” es ese: no tienen inteligencia, no tienen discurso, no tienen dinero, no tienen voz, no tienen sustancia, no tienen ideas, no tienen libros... Sólo gritan. Usan la violencia, el aerosol (no son Banksy tampoco, no alcanzan a tener dicho talento. Y es hombre el grafitero inglés, no mujer) y sus grafitis son hueros, vacíos.
¿Amo a las mujeres? Por eso ellas me aman. Algunas, pues. ¿Por qué tolerar este tipo de marchas las cuales derivan en delincuencia organizada? No lo sé. Tal vez por eso mi padre Dios no me dio poder político: yo las hubiese encerrado y darles trabajo comunitario: a borrar sus pésimos grafitis con faltas de ortografía.
Las mujeres son la sal de la tierra. Son la sustancia, pero no ellas, las cuales son ell3s y no lo entienden. ¿Hombres, mujeres o cosas? Antes, cuando daba cursos y conferencias, siempre le platicaba al auditorio de algo eterno: la invisibilidad de la mujer desde siempre. Es algo histórico. Y ell3s no lo pueden ni lo van a cambiar, por más cacerolazos que hagan en el 8M: gritar un día y callar el resto del año.
Le decía de mi ejemplo eterno, el cual usted ya conoce: la cosa es eterna, el caso es bíblico: es la mujer de Lot, la cual se convirtió en estatua de sal y se desmoronó por eso, por desobedecer el mandato del guía, del varón. Vamos, usted conoce la historia.
Es la despersonalización de la mujer, su escasa identidad o, de plano, la nula identidad de ésta como tal, aquella vieja historia de la Biblia cuando se convierte en estatua de sal la famosa mujer de Lot (Génesis 19:26). Lot era el varón y tenía nombre. ¿Y su mujer? Pues no sabemos, no tenía nombre, era intrascendente: era su costilla, su costado (costado que luego rellenó con carne Dios en Adán).
ESQUINA-BAJAN
Era la mujer “de” Lot así de sencillo. Y las “feministas” no pueden y jamás van a cambiar lo anterior. Era su posesión, su mujer, su esclava, su sirvienta. Así ha sido desde siempre y así va a seguir. Seamos francos, no somos iguales los hombres y las mujeres. En los códigos de Israel y en todo el Oriente, la mujer es una menor de edad, su influencia queda invalidada a su función maternal. Pero ya luego, en el Nuevo Testamento, es protagonista al mismo nivel de cualquier rey, príncipe o apóstol. Y es través de Jesucristo que logra lo anterior.
Viejo socarrón y cínico el cual buceó en las profundidades del espíritu y la miseria humana; José Saramago conocía a la perfección la Biblia y sus múltiples libros y códigos. No es gratuito entonces lo siguiente: en su “Ensayo sobre la Ceguera” todos sus personajes son impersonales, no tienen nombre, son “no Name”. Al no tener nombre, sólo son cifras, datos... legión. No dudo, esta vez y como siempre, la ciudad va a ser “grafiteada” con consignas que nada van a cambiar en el mundo real. Desgraciadamente.
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Aquí ya le empecé a contar de los 125 años del nacimiento de la narradora mexicana Nellie Campobello. Uno de sus dos libros fundamentales es “Cartucho: Relatos de la Lucha en el Norte de México”, en un párrafo escribe: “... el general Tomas Urbina nació en Nieves, Durango, un día 18 de agosto del año de 1877. Caballerango antes de la revolución, tenía pistola, lazo y caballo. La sierra, el sotol, la acordada hicieron de él un hombre como era”. ¿Lo nota? La escritora deja un testimonio eterno en pocas líneas: para ser hombre en México, amén de tener facha de ello, en esos tiempos era necesario tener caballo, pistola... y beber sotol, harto trago de hombres.
Un personaje de cantina, de la tropa de Demetrio Macías, espeta mientras liban generosas tandas de cerveza y tequila: “Yo, en Torreón, maté a una vieja que no quiso venderme un plato de enchiladas...”.
LETRAS MINÚSCULAS
Mató a una “vieja” (no mujer, no empleada, no mesera, no dama, no, “vieja”) por no venderle un plato de enchiladas. Y los hombres beben sotol, cerveza, tequila, aguardiente. La virilidad aplastante.