- 23 julio 2024
Cinturón de seguridad, obligación y salvación
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Mi padre es un gran demócrata, pero al subirse a su camioneta se convierte en un dictador de la talla de Hugo Chávez o de Augusto Pinochet. “Quien se sube a este vehículo debe abrocharse el cinturón de seguridad”. No hay consenso sobre si debe acatarse esa orden o no, simplemente se tiene que obedecer.
Debo confesar que al principio creía que mi padre exageraba, pues no veía la importancia de utilizar el cinturón de seguridad al circular por la ciudad, sin embargo, bastó que leyera un día la nota roja del periódico para darme cuenta que los grandes accidentes automovilísticos no son exclusivos de las carreteras.
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Para ser sincero, de joven no utilizaba el cinturón de seguridad. Me aferraba a una estúpida comodidad, y digo estúpida porque estaba convencido, al igual que mucha gente, que el cinturón me incomodaba de tal manera que ni siquiera podía manejar bien. Pero ahora todo es distinto, pues me doy cuenta que es más incómodo viajar con la certidumbre de que si chocas tienes muchas más posibilidades de sufrir daños físicos que si trajeras el cinturón puesto.
La actual administración municipal dispuso en el Reglamento de Seguridad Pública, Tránsito y Vialidad de Saltillo, que no sólo los conductores, sino que también todos sus acompañantes deberán utilizar el cinturón de seguridad, es decir, los pasajeros de la fila delantera y posterior del vehículo. Gran acierto tuvo el alcalde José María Fraustro Siller al implementar este reglamento, pues con ello demuestra que le interesa disminuir los riesgos que sufren los automovilistas.
Nada perdemos al utilizar el cinturón de seguridad y, en cambio, tenemos mucho por ganar. Cuando en el año 2000 el exalcalde Óscar Pimentel emitió por vez primera dicho reglamento que otorgaba el carácter de obligatoriedad, muchos pensaron que era una medida recaudatoria por las multas a quienes no utilizaban el cinturón, sin embargo, una fuerte campaña de concientización nos llevó a adoptar convencidos esa nueva rutina cada vez que ingresábamos a nuestros automóviles.
Cuántas personas han dicho: “De no ser por el cinturón de seguridad me hubiera matado”, o “si mi amigo hubiera traído el cinturón ahorita estuviera con nosotros”.
Gracias a mi papá me acostumbré a usar siempre el cinturón de seguridad y no sólo para evitar ser multado, sino por mi propio bien y, sobre todo, de mi familia.
No puede negarse que en Saltillo existen las condiciones óptimas para sufrir un accidente. En primer lugar, el estado de muchas calles es deplorable. En una ocasión, por tratar de esquivar un enorme bache, casi me impacto con un coche que venía a mi lado. Desde ese momento acepté resignado sacrificar la transmisión de mi automóvil con tal de no sufrir un accidente. En segundo lugar, siempre se tiene que sufrir por la presencia amenazante de los microbuses, camiones de ruta y, sobre todo, los camiones de transporte de personal que recorren las calles de la ciudad sembrando a su paso el terror. Es increíble, pero hasta el momento no ha existido un Alcalde capaz de frenar los ímpetus bestiales de cientos de choferes que día a día ponen en peligro a los saltillenses con su forma de manejar.
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Me comprometo a utilizar el cinturón de seguridad y hacer que todos quienes me acompañen lo usen también. Todo se aprende. Ahora, como lo hizo mi padre, cada vez que alguien se sube a mi coche deberá abrochar su cinturón, pues de lo contrario tendrá que ir caminando a la escuela, a la fiesta o al entrenamiento. Todo pasajero que no utilice su cinturón de seguridad no sólo corre un gran riesgo, sino que se convierte en una amenaza para quienes lo acompañan, pues de haber un accidente, inmediatamente puede convertirse en un proyectil que ponga en peligro la vida de los demás.
Toda autoridad puede incurrir en prácticas que sean tachadas de recaudatorias, pero la obligatoriedad del uso del cinturón de seguridad no es una de ella, sino que en realidad se trata de una cuestión de vida o muerte.
aquientrenosvanguardia@gmail.com
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