Coahuila: Primer debate, un ejercicio fútil aunque inusitadamente ameno
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Debo reconocer con toda la humildad de que soy capaz (que no es mucha) que el debate superó cualquier expectativa que yo me “hubiere” forjado.
No solo fue inocentemente divertido como episodio de “Friends”, sino que ya al final a nada estuvo Javier Solórzano de despedir la transmisión hablando a la cámara: “Si ustedes quieren saber cómo termina esta historia... no se pierdan este programa, la próxima semana, a esta misma hora y por este mismo canal”.
Y enseguida, apagando las luces del Teatro Nazas de Torreón que hizo las veces de estudio televisivo, nos quedamos con las siluetas de los participantes que entre ovaciones y rechiflas agradecen triunfales al respetable.
Corren créditos: “Dirección: Enrique Segoviano”.
Pero aún y con la agradable sorpresa de que la cosa no estuvo, como suele ser, soporífera de tan acartonada, lo cierto es que poca novedad revistió. Cada candidato se desempeñó como era de esperarse de acuerdo con su posición en la tabla de preferencias.
Ocurre en estos casos lo que sucede en los torneos de “fuchibol”, en donde los equipos con una marcada ventaja en la tabla general salen a tocar el balón apenas y hacen todo (es decir, nada) con tal de que el resultado sea un tozudo marcador de 0 a 0.
Mientras que las escuadras que buscan con desesperación clasificar a la liguilla o subir algunas posiciones para no ser candidatos al descenso, salen a dejarlo todo en la cancha, buscan frenéticamente crear jugadas y oportunidades de gol, pues no tienen ya nada que perder y todo por ganar.
Así ni más ni menos nuestros contendientes a la gubernatura coahuilense: tenemos a nuestro puntero en las encuestas, Manolo Jiménez Salinas, quien como abanderado del partido oficial en el Estado ostenta una clara ventaja que no puede darse el lujo de arriesgar con malabares retóricos discursivos. Evitó caer en provocaciones y jugó echado pa’atrás, pese a que su slogan diga lo contrario.
Hacerse bolita y aguantar los chingazos (¿o se dice “chingadazos”? Hágame saber en los comentarios, por favor). Aguantarse, decía, era lo de esperarse, porque si ser el candidato del partido hegemónico en Coahuila le otorga toda clase de ventajas, cierto es también que ello precisamente lo vuelve el contendiente más impugnable. Es el mejor posicionado, pero tiene pies de papel... es decir, no está para cuestionamientos (ya analizaremos esto en la siguiente entrega).
En cambio, sus rivales salieron a darse gusto y a comerse el mundo a puños, pues son menos vulnerables entre menos territorio tienen qué defender. Eso es lo lógico y lo acostumbrado.
Dicen que los debates no se ganan ni se pierden. ¡Mentira podrida! Ganó la comedia, encarnada en la estrafalaria figura de Armando Guadiana, ese viejo ricachón que es la respuesta a la pregunta: ¿Qué habría pasado si “Clavillazo” y el “Piporro” hubieran tenido un hijo?
Sus disparates y ocurrencias hicieron las delicias de chicos y grandes, de propios y extraños. Gracias al “Inge” hasta conocimos la risa del abanderado del PT, Ricardo Mejía Berdeja, quien hacia el final no pudo disimular que se estaba divirtiendo.
Sí fue el más beligerante y pendenciero, pero entre su desacato a las reglas y su urgencia urinaria, era difícil tomárselo en serio. No obstante, hay que reconocer que el debate no habría sido ni la mitad de lo que fue sin la presencia de don Armando. Por el regalo de la risa: ¡Gracias, senador!
El autoproclamado “Tigre”, Mejía Berdeja, salió armado con “la vieja confiable”, es decir, la megadeuda, que aunque es muy real y una calamidad vigente que pesa sobre la suerte de Coahuila y sus habitantes, solo parece ser preocupación de nuestros políticos en víspera de elecciones y es todavía más propensa a caer en la desmemoria cuando dichos políticos alcanzan una posición de poder que les permita hacer algo a ese respecto.
Entiendo que el eterno candidato, Lenin Pérez, también afianzó algunas simpatías gracias a su desempeño en el debate, pero es que cuando no estás en posición de ganar, te encuentras tan lejos de cualquier compromiso que puedes prometer materialmente lo que sea, incluso una nueva estación espacial o recuperar Texas, Nuevo México y California, da lo mismo.
Sin embargo, cualquiera que esté realmente en la jugada, en posición de llegar a un cargo de relevancia, sabe que el camino está plagado de condicionantes, pactos y compromisos con los diversos poderes fácticos y con la propia élite política. Por eso, reiteradamente, llegada la hora, resulta con que “siempre no se va a poder”. Y si no me cree, pregúntele a AMLO.
A propósito de nuestro apergaminado mandatario federal, el gran ausente durante el debate del domingo fue precisamente el licenciado López Obrador y esa fue otra de mis sorpresas.
Mi apuesta era que el candidato por la alianza PRI, PAN, PRD (esa combinación debe saber peor que las aguas locas), es decir, Jiménez Salinas, señalara en forma recurrente los fallos del gobierno de López “Obradiurs” para desacreditar su movimiento como una real opción de cambio.
Y aunque los afines al Presidente, tanto Guadiana como su hijo descarriado, Mejía Berdeja, sí ondearon la bandera de la Transformación y se declararon comprometidos con dicha causa, tampoco fue la constante.
Es que estamos tan acostumbrados a la omnipresencia del macuspano en toda expresión política, en todo discurso, en todo pronunciamiento, ya sea a favor o en contra, que la verdad me asombró mucho que el domingo no apelaran a su nívea imagen para apuntalarse, ya sea como soldados de la Cuatro T o como opositores a ésta. Lo cual también, en teoría, se agradece...
Peeeero, como soy bien “remalpensadote”, la casi completa ausencia de la sombra de AMLO en el debate me hace suponer que todo es un evento bien coreografiado y que, a pesar de que el candidato por Morena se metió hasta con la familia de sus contrincantes aparentemente en pie de guerra, el PRI retendrá la gubernatura con la total anuencia y hasta colaboración del rey chiquito del Palacio Nacional.
Manolo Jiménez bien podría declinar estratégicamente los siguientes debates, argumentando que solo hay descalificaciones y evitando así los cuestionamientos incómodos sobre su linaje político, y fuera de algunos reproches del respetable, conservaría su ventaja sin problemas. Los debates no cambian la intención electoral de nadie (quizás influyen en la de un minúsculo segmento de indecisos), pero el grueso de la votación está determinado por convicciones más fuertes que los ideales, por el voto cautivo y por las políticas clientelares de siempre.
Aun así, veo a mucha gente que hizo catarsis durante el debate. Y qué bueno, disfrútenlo, pero también búsquense una serie que ver en Netflix o Prime, porque otro par de pleitos como el del domingo será, a lo sumo, toda la gratificación que obtendremos de estos comicios.