Crece población saltillense; son adultos mayores el 28 por ciento
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El mundo es de los jóvenes, dicen algunos, principalmente la población que apenas entra en la mayoría de edad y cree por eso que los mayores ya nada pueden hacer en este mundo, cuando son precisamente los mayores quienes han hecho el mundo que los jóvenes empiezan a vivir.
La población en Saltillo crece vertiginosamente. A medida que crece más su industria, crece el número de habitantes y la ciudad crece físicamente para dar cabida a todos. Saltillo alcanza ya un millón 31 mil 779 habitantes, un crecimiento exponencial, sin duda, pero no preocupante porque su pirámide poblacional es estacionaria, se aprecia equilibrio entre todos los grupos de edad y la natalidad y mortalidad se mantienen sin variaciones significativas. Ciertamente, la expectativa de vida ha aumentado en los últimos tiempos. La población joven crece en número mientras la población de adultos mayores vive más tiempo y permanece estable. De ese modo, ambas se emparejan.
Los adultos mayores son el equilibrio social, los que mantienen el árbol ligado a sus raíces, son los miembros adheridos a la raíz de la ciudad en que han vivido y los que a su vez le han dado vida en los años pasados. Dejarlos de lado sería renunciar a la experiencia que nadie tiene sin antes haber recorrido el camino que la da. Decir no a un anciano es decir no a la sabiduría que representa la visión de los años vividos, sin importar la circunstancia de vida.
Asombra estar tan cerca de lo que creemos tan lejano. Cada día que pasa nos acerca a la vejez y los más viejos nos parecen menos viejos porque estamos a unos cuantos pasos de entrar a su mundo. Ese mundo, nacido de las profundidades de la vida vivida, puede ser extraordinario si se vive con dignidad en el seno de una familia y una sociedad comprensiva, pero también puede ser enormemente triste si se le envuelve con el olvido, la indiferencia y el abandono. Igual sucede con los niños, los enfermos terminales y las personas afectadas mentalmente.
La senectud es un paso impostergable del destino humano. No es sólo una imagen que se inserta en la vida familiar y citadina. Es una presencia sensible y palpable que habla de los elementos que marcaron su existencia en la familia y en la sociedad que la cobijó. Como ser social, un anciano −como un niño o un enfermo mental− participa en la convivencia cotidiana de la ciudad. Como reminiscencia de su propio pasado individual y colectivo, todos los integrantes de una sociedad son una presencia y una responsabilidad que debe compartir en primer término la familia, y luego la sociedad y el Estado mismo.
Sectores de la población como el de la salud mental, los niños y las mujeres con cáncer, desamparados y sin medicamentos, son fracciones tanto o más vulnerables que la de los ancianos y requieren de atención urgente.
Por ello, los aspirantes a gobernar el estado debieran tocar el tema con profundidad y exponer su visión al respecto para que los electores sepan si el candidato posee un idealismo generoso para con la población y si tiene la capacidad de conjuntarlo con la búsqueda del bien común. Los hospitales públicos son en general edificaciones viejas, con mobiliarios y reglamentos obsoletos, incluso con personal viciado que impide su adecuado funcionamiento; requieren de atención urgente y recursos emergentes. La reciente pandemia demostró aún más la decadencia de instalaciones y edificios, así como la vulnerabilidad de ciertos sectores de la población. Se hace urgente la colaboración entre Gobierno y sociedad civil.
Deber del gobernante es no pasar sin huella ni consecuencia. Y para ello podría ser conveniente que el sector Salud integre y se apoye en organizaciones civiles y personas que por convencimiento y vocación han dedicado muchos años a atender las necesidades apremiantes de ancianos, niños y enfermos mentales, porque ellas son las poseedoras de la experiencia que ayudará a hacer vigentes en la sociedad coahuilense los más altos valores de la convivencia social.