Cuando la música cambia de ropaje: de la transcripción y sus bemoles

Opinión
/ 6 septiembre 2024

Cuentan que Maurice Ravel, ese dandi francés que manejó una camioneta de la cruz roja durante la Primera Guerra Mundial, no podía resistir la tentación de transcribir sus piezas para piano al plano orquestal. Un porcentaje considerable de sus obras fue sometido a semejante mudanza, del reino del teclado al imperio del sonido orquestal.

Valgan como ejemplo la mención de algunas de estas obras y sin obedecer a un orden cronológico: La Valse (1919), pieza originalmente escrita para dos pianos; Le Tombeau de Couperin (1914-1917), suite para piano en seis partes, posteriormente Ravel orquesta cuatro piezas de la suite; Valses nobles et sentimentales (1911), ciclo de ocho valses en un claro homenaje de Ravel al compositor austríaco Franz Schubert, que había escrito en 1823 dos volúmenes de valses para piano, Valses nobles y Valses sentimentales. No se sabe a ciencia cierta cuál era la motivación que impelía a Ravel a orquestar sus piezas para piano.

Se me ocurre pensar que la versión para piano era una suerte de ensayo, un tiento que aproximaba las texturas pianísticas a las de la orquesta, un período de algunos meses en los que Ravel pensaba en el nuevo molde sonoro en el que vaciaría las piezas concebidas originalmente para el instrumento invención de Cristófori.

Curiosamente la pieza orquestal más popular del compositor galo, además del celebérrimo Bolero (1928), es una obra que no compuso él, sino otro compositor muy alejado de los cánones estilísticos de éste. La pieza referida es Cuadros en una exposición, obra compuesta para piano por el ruso Modest Musorgski en 1874. Se trata de una suite de diez piezas de variada extensión y de considerable dificultad técnica en la mayoría de ellas. La obra la compuso Musorgski, inspirado en los cuadros de su amigo el artista y arquitecto Viktor Hartmann, que murió a los 39 años, la misma edad en la que falleció Chopin. El escritor y crítico musical Vladimir Stásov, organizó una exposición póstuma con los cuadros de Hartmann. Modest asistió a dicha muestra pictórica y quedó impresionado por las texturas, colores y temas de los cuadros de su amigo. El compositor ruso seleccionó diez de estos cuadros y los colocó en el molde maravilloso de la música programática. Cuarenta y ocho años después Ravel la orquesta. Seguramente la estudió en el piano antes de transcribirla para conjunto orquestal en 1922.

Las orquestaciones de Ravel son todo un tratado de orquestación, sin el texto explicativo y discursivo, por supuesto. Varias décadas antes otro compositor centroeuropeo hizo algo similar, pero en la dirección opuesta: transcribir de la orquesta al piano. El autor es Franz Liszt, amo y señor de la escena musical europea y dueño indiscutible de los principales teatros en las más cosmopolitas capitales de Europa. Su vida artística abarcó todas las facetas del músico total: pianista, director de orquesta, compositor, gestor, maestro, consejero, crítico, benefactor, mecenas, escritor, además de una vida social y amorosa de lo más agitada. Fue una especie de “fiel de la balanza”, un conciliador entre los compositores de la antigua guardia y los compositores de “la música del futuro”, como solía describirla. Éste, convencido de los nuevos derroteros de la música, se alió con este grupo de músicos futuristas y los alentó animadamente a desarrollar los nuevos postulados.

Liszt amó la ópera y nos legó una serie de piezas para piano basadas en arias de algunas de las óperas de Rosinni. Bellini, Donizetti, Meyerbeer, Mozart, Verdi y Wagner, además de transcribir para piano decenas de lieder de Schubert y Schumann. Sus transcripciones para piano a cuatro manos de las nueve sinfonías de Beethoven fueron muy celebradas en su momento. Con ello, Liszt contribuyó inmensamente a la difusión de la música operística y sinfónica, dando a conocer a los públicos extractos de las óperas que en ese momento se estaban escuchando en otros teatros. Hizo de la paráfrasis pianística todo un arte, tan complejo y refinado como sus obras de ciclos pianísticos.

CODA

“Para Liszt, tantas veces tachado de músico programático, la música era ante todo un medio de expresión poético y el piano el objeto de transformación, fuera ésta en una orquesta, en los elementos o en las esferas”. Alfred Brendel

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