Cuarto Reich o Cuarta Transformación. Su trascendencia histórica

Opinión
/ 4 abril 2023
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El Primer Reich Alemán o Sacro Imperio Romano Germánico fue instaurado en el año 962 y se prolongó por ocho siglos. El Segundo Imperio Alemán o Segundo Reich fue considerablemente más breve, de menos de cinco décadas: Inició en 1871 y concluyó en 1918 con el final de la Primera Guerra Mundial.

Y el Tercer Reich, es decir, el régimen nazi, pese a que el tío Adolph les prometió que se prolongaría por al menos mil años, duró nomás doce (el PRI nomás ya duró varias veces más que eso).

Alguien hizo un cálculo para ilustrar que, a esta tasa de decrecimiento, un hipotético Cuarto Reich duraría algo así como dos semanas y un Quinto apenas unas horas.

Los caudillos siempre parecen muy seguros de la trascendencia de su obra, legado y movimiento, pero al final la historia les viene estrellando toda la realidad en la cara.

Ahora, si me dispensa este pequeño reductio ad Hitlerum, tenemos que hablar de ese Reich de Petate y Garnachas que resultó ser la Cuarta Transformación. Ya usted sabe, lo que el caudillo macuspano vendió al inicio de su gestión como un movimiento renovador y que derivó en las cuatro desgracias que yo identifico como principales: uno, enquistamiento de la corrupción y la violencia; dos, polarización de la sociedad; tres, peligrosa intromisión del Ejército en la vida pública y cuatro, desmantelamiento de las instituciones (especialmente del órgano electoral) para ponerlas al servicio de un partido de Estado.

Por más que el presidente López Obrador insista en su discurso e iconografía que su movimiento es el paso evolutivo natural y continuación directa de la Guerra de Independencia, la Reforma y la Revolución; y que no tenga empachos en presentarse él mismo como un estadista de la estatura de los protagonistas de uno de estos episodios de nuestra historia (Hidalgo, Juárez, Madero y de pilón el Tata Cárdenas), nada de esto podría estar más lejos de la realidad. Es más, ya constituye una broma que se torna macabra cuando nos topamos con alguien que se la toma como verdad.

El fin último y razón de ser del Gobierno de AMLO y de todas sus acciones emprendidas es precisamente el colocarse en un pedestal junto a nuestros hombres insignes arriba citados y a los cuales, no dudo, les profesa el Presidente la más rendida, plena y sincera admiración (yo creo que hasta envidia les ha de tener), pero ni con mucho puede presumir de haber instrumentado una sola medida relevante, ni una sola digna de destacarse, como no sea su propio arribo a la Presidencia con una votación avasalladora y márgenes de aprobación histórica. Eso nadie se lo va a regatear, pero es un logro partidista alcanzado en su calidad civil y como oposición. Ya como Jefe de Estado, no hay nada que pueda presumir, por más que su secta, la llamada chairiza, argumente que hay un nuevo estado de bienestar sin que sepan bien hacia dónde exactamente deben apuntar para poder identificarlo.

Pero, igual que cuando se discuten asuntos de fe, es inútil tratar de convencer a alguien que ha decidido creer. No vale presentarle cifras, argumentos o razones, ni siquiera la Ley porque su convicción se basa en la idolatría, no en una suma de hechos comprobables.

Y ello está bien para el señor López, pues es justo lo que deseaba si, como ya dijimos, su gran meta es colarse al Panteón de Patria y ser recordado como el redentor de los pobres.

De allí que haya debilitado cualquier presupuesto destinado la salud, la ciencia, la educación, las artes −vaya− hasta el fondo para atender desastres desapareció. Es prescindible todo lo que no esté en función de sus dos líneas de acción concretas: sostener el sistema de becas y pensiones que es el fundamento de la pleitesía que se le rinde y... Asegurar la sucesión presidencial en favor de su partido, para así garantizar la supervivencia de su movimiento y culminar su gran objetivo: escribir su leyenda, concretar su ideología y erigir su monumento en vida.

Como el puro sexenio no le será suficiente, necesita al menos otros seis años para terminar de confeccionarse una imagen que le permita codearse con los héroes de Ligas Mayores.

Y si bien tiene casi asegurado el triunfo de cualquiera de sus corcholatas, ya que la que sea que resulte tocada por su imperial dedo marchará sobre los hombros del Tabasqueño, es muy poco probable que cualquiera de éstas pueda o quiera realmente invertir su sexenio en el pulido y cromado de la efigie de su predecesor.

Su corcholata más leal, la doctora Sheinbaum, es por mucho la menos capaz de cualquier iniciativa o proyecto propio. Es una marioneta y como tal no puede disentir con quien la maneja. Su aprobación depende directamente de estar en sintonía con el Mandatario y es tan peligrosamente incompetente que como presidenta se pasaría más tiempo apagando infiernos que cristalizando los húmedos sueños de su Mesías.

El canciller Ebrard se intuye que se la ha pasado tragando cantidades absurdas de camote, arreglando entuertos, asumiendo culpas y disculpas diplomáticas; haciendo de patiño de un rey zafio, todo con tal de seguir en la planilla de corcholatas del Presidente. Pero pese a su estoicismo, no puede disimular que más tardaría en colocarse la banda presidencial que en romper con AMLO y con todo lo que su movimiento representa. Sus posibilidades de llegar a la Silla dependen de qué tanto lo puedan comprometer a seguir venerando la figura del prócer de la 4T.

Y el menos probable de los tres, el Conde del Palacio de Bucareli, Adán Augusto López, quien más que amigo es mascabrother y coterráneo del Presidente, resulta tan siniestro y oscuro que de potencial electoral no tiene nada, aunque en el remoto caso de llegar a la Presidencia, muy poco me extrañaría que le aplicase un AMLO al mismísimo AMLO y comenzará él mismo a trabajar en su propio paso a la trascendencia y la inmortalidad, olvidándose de los anhelos, los apuros y los afanes de quien lo llevó al poder.

Hace unos días leí que la Cuarta Transformación está condenada, que tiene sus días contados y creo que nada podría ser tan cierto. Dado que la 4T es un proyecto personal, al servicio sólo de una sola persona; misma persona que desde la más alta investidura vigila que su plan de trascendencia se ejecute como lo tiene concebido, no hay manera de que un sucesor vaya a malgastar su oportunidad única en el poder en seguir edificando el mito de un personaje que es tan desechable como cualquiera de los que han desfilado en Palacio Nacional en décadas recientes.

Y aunque se presumió como una transformación de largos alcances y de una trascendencia histórica, la 4T será a la postre apenas un suspiro en la inmensidad del tiempo y apenas nada en la memoria nacional, igual que un hipotético Cuarto Reich.

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