Cultura y poder: un diálogo ineludible en el siglo XXI. El fracaso de Paseo Capital en Saltillo
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Dedazos, favoritismos, compadrazgos, corrupción, parecerían ser prácticas que, a pesar de los esfuerzos por erradicarlas, continúan vigentes y son denunciadas públicamente todos los días. ¿Y qué pasa con la cultura? Desgraciadamente, en la actuación de sus funcionarios siguen filtrándose este tipo de comportamientos, ya que la cultura es uno de los principales instrumentos –y ciertamente el más lucidor- de legitimación de los grupos en el poder.
La política la hacen los que tienen el dinero o el poder para decidir. Pero, ¿quién hace la cultura? ¿Los artistas, los museos, el mercado, las instituciones? Todo depende de cómo definamos cultura y su sistema. Este tema sería motivo de una larga disertación, por ello me reduciré a concebir la cultura como una construcción de prácticas y saberes simbólicos con una presencia relacional en todos los ámbitos del hacer y el pensar; esta construcción considera conveniente cierto desarrollo artístico e intelectual que –entre otras cosas- genera cohesión o identidad de grupo o de pertenencia a un ámbito mayor. A todo discurso le corresponde un ejercicio de poder, por eso la política necesariamente construye y se construye en la cultura.
Por tanto, la cultura es política. Pero no cualquier cultura: a los mandatarios les interesan los marginados sólo en la medida en que evidencien ciertas políticas de gobierno y sirvan a su lucimiento; y si hablamos de cultura legitimada, entonces estamos en el corazón de lo que llamamos política cultural. Nos referimos a cuestiones de patrimonio y de tradiciones, de la cultura institucionalizada, pero también a la separación entre lo público y lo privado, a las organizaciones que la regulan, producen y distribuyen, al derecho a la cultura, a la identidad y a la diversidad. Aunque las fronteras de estas categorías cada vez son más conflictivas y cuestionadas, tantos terrenos obligan a pensar que no podemos hablar de política cultural, sino de políticas culturales, y a abordar sus asuntos desde la multidimensionalidad.
Dos pre-supuestos que han determinado la cultura posrevolucionaria en nuestro país se han resquebrajado; no obstante, la triada antidemocrática política, dinero y poder (OEA, FCE, 2011) sigue dando patadas de ahogado: el primero es que cultura es igual a cultura oficial, es decir, el Estado tiene la obligación de garantizar su salvaguarda, producción y promoción; el segundo se ha generado a partir de ciclos presidenciales y estatales sexenales, con sus euforias, privilegios y derrotas. Esto nos ha llevado a praxis lamentables, y seguimos viviendo todavía sus resabios de contentillos frente a expresiones de la contracultura, la cultura popular y la diversidad que cada vez cobran más fuerza.
No es que el no Estado tenga la obligación de salvaguardar y promover lo cultural; es que la praxis de la política (cultural), en especial la local, sigue muchas veces apostando por la herencia cultural egoica, por el populismo y la gentrificación privilegiada, y no por la consolidación de proyectos (salvo algunas excepciones) y el bienestar de la ciudadanía. Vayamos al ejemplo reciente más claro: Paseo Capital en Saltillo. Vergonzoso el despilfarro y la ineficiencia, la falta de planeación, la improvisación y, por qué no decirlo, la falta de estética. ¡Tanto que anhelábamos un espacio donde pudiéramos transitar libremente, donde la calle realmente fuera de todos, todas y todes, y nos tenemos que conformar con rodillas adoloridas en ese irregular piso con jardineras sin imaginación ni respeto por el entorno! ¡Cómo nos hubiera encantado un mobiliario urbano creativo, funcional, duradero (ya veremos cuán poco duran esos materiales de pacotilla) y que mostrara el mosaico multicultural en el que se ha convertido la ciudad a partir de su crecimiento industrial! ¿A eso le llaman convivencia?
¿Cuántas denuncias de agentes y gestores culturales, empresarios, académicos hacen falta para hacernos oír? ¿Qué se necesita para que los gobiernos paren el derroche y apuesten por proyectos culturales necesarios para las comunidades artísticas y culturales en servicio de la ciudadanía, como la recuperación del edificio del antiguo Icocult en el Centro Histórico de Saltillo? Y más allá, ¿cuándo vamos a empezar a construir ciudadanía en nuestra ciudad, un derecho que cada día se nos niega, con la plaza de armas cerrada y la oligarquía hegemónica usando el financiamiento público de estas maneras? Tú, ¿qué opinas?