Cultura y Pop: De Historias y Deportes
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Las telenovelas, por ejemplo, suelen ser una variación de un arquetipo específico
En una entrevista con la revista The Paris Review, el escritor estadounidense Tobias Wolff —si tiene la oportunidad, lea sus memorias de la guerra de Vietnam, “En el Ejército del Faraón”— hizo notar que nuestra existencia es un flujo interminable de tiempo, acontecimientos y personas. Para darle significado, los seres humanos imaginamos principios y finales, realzamos algunos hechos y disminuimos otros, organizamos lo sucedido para encontrar consecuencias y razones.
A esto le llamamos historias, y son el principio por el cual organizamos nuestra experiencia, y derivamos nuestro sentido de quiénes somos. Por eso nos fascinan las telenovelas, las películas, las series de televisión, y los libros: nos ofrecen un vistazo a lo que otros seres humanos experimentan, y nos dan modelos para construir nuestras propias narrativas.
Las telenovelas, por ejemplo, suelen ser una variación de un arquetipo específico. Una joven de origen humilde y alma pura es objeto de escarnio y lleva una vida llena de tribulaciones, pero conoce a un hombre rico que no debería enamorarse de ella, pero lo hará — a pesar de la oposición de su familia y (gulp) de su actual novia.
La relación hará justicia a la belleza, nobleza, e inteligencia de la chica.
Este arquetipo, conocido en inglés como rags to riches (de miseria a riqueza), resuena en muchos seres humanos porque prácticamente todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos sentido despreciados y poco valorados, patitos feos que sin embargo, en las debidas condiciones, floreceríamos en cisnes.
¿Alguna vez ha escuchado decir que los deportes son a los hombres lo que las telenovelas a las mujeres?
Los deportes no son solo entretenimiento, sino que constantemente nos cuentan historias también. Rags to riches es el jugador que nació en condiciones terribles y venció todo tipo de obstáculos para convertirse en uno de los mejores. La historia opuesta es la tragedia del jugador que tenía las condiciones para convertirse en estrella, pero que, deslumbrado por su recién adquirida fama, sale de fiesta a menudo, se ve rodeado de buitres, descuida su preparación, y termina desperdiciando su talento.
Tragedia también es la del gran jugador que, sin embargo, falla el penalti final o comete el error que cuesta el campeonato a su equipo. Nos puede causar angustia y desesperación, pero también consuelo, incluso satisfacción: todo el mundo tiene días malos y dramas en su vida, por muy estrellas que sean.
Lo contrario es la historia del deportista jornalero que se convierte en el héroe inesperado que da el triunfo a su equipo, situación que nos da aliento. Igual que la historia del jugador que se lesiona pero, después de mucho dolor y sufrimiento, consigue volver a jugar.
Mirando deportes, aprendemos a admirar al deportista que hace lo lo correcto —consolar al rival que perdió— y amamos odiar al villano que hace lo que sea por ganar.
Para la mayoría de las personas, la vida es agotadora y los éxitos, si los tenemos, esporádicos. Nuestro trabajo es repetitivo, frecuentemente frustrante, y carece de distinción: podrían hacerlo muchas otras personas, quizá mejor que nosotros. Nuestros jefes son con frecuencia ineptos o tiranos, y nuestro sueldo casi siempre insuficiente y probablemente injusto. Nos levantamos temprano, desperdiciarmos nuestra salud trabajando para otros, y tenemos poco tiempo libre. Soñamos con viajar y detestamos los lunes.
Los deportes nos ofrecen historias que nos permiten establecer puntos de contacto entre nuestra propia vida y lo que experimentan seres humanos que han seguido otras trayectorias. Nos dan el consuelo de que todos experimentamos gozos y tristezas, y de que la vida, a su manera, es dura para todos, pero a todos les da alegrías y satisfacciones, así que nuestro esfuerzo tiene sentido.
Pero al igual que el arte, los deportes ofrecen algo más de vez en cuando.
La semana pasada fue el décimo aniversario de una jugada de fútbol americano que quedó grabada en la mente de los aficionados. El entonces receptor novato Ordell Beckham Junior, jugando para los Gigantes de Nueva York, atrapó un pase de touchdown con una mano, el cuerpo arqueado de manera inverosímil, y a pesar de que el defensor le estaba cometiendo falta.
Aún hoy, ver la fotografía del instante preciso en el que hace contacto con el balón pone la piel china. Parece un delirio de Dall-E.
El locutor americano del juego se quedó atónito, y reconoció que, por tan sólo la segunda vez en su carrera, tuvo que hacer una pausa para procesar lo que acababa de ver. “Me alegro de que esta recepción haya sucedido,” dijo después. “Me alegra que haya Odell Beckhams en el mundo que puedan hacer cosas que los simples mortales no pueden.”
Es por esto que los escritores miran pinturas, los pintores leen poesía, los poetas ven esculturas, los dramaturgos van al ballet, y todos ellos —y también los empresarios y los profesores y los investigadores— miran deportes, o frecuentan el teatro, o van a exhibiciones y conciertos: saben que ver a otro ser humano alcanzar una cima impensable en cualquier actividad —lo que conocemos como conseguir lo sublime— agitará algo en su espíritu, y les hará sentir la necesidad de volver inmediatamente a la novela que están escribiendo, la pintura que están haciendo, o el proyecto que están desarrollando, para intentar conseguirlo ellos también.