Cultura y Pop: Instrucciones Para Ver Plátanos
La segunda forma de ver una pieza de arte consiste en preguntarnos dos cosas. Primero, “¿Qué estaba tratando de conseguir el artista?” Segundo, “¿Lo logró?”
En 2019 el artista italiano Maurizio Cattelan presentó “Comediante,” su nueva pieza de arte: un plátano pegado a la pared con cinta gris.
La pieza se vendió por 120 mil dólares, lo que originó una cadena de ataques de apoplejía: “¡Qué disparate!” “¿Quién decide que semejante chorrada es arte?” “¡Si yo hubiera hecho lo mismo nadie habría pagado nada!” Etcétera.
El furor amainó, cinco años pasaron, y el plátano desapareció del horizonte pop hasta la semana pasada, cuando fue subastado y vendido de nuevo.
Antes de discutir el precio que alcanzó, conviene dar más detalles.
El plátano ya no era el plátano original —no hay plátano que aguante cinco años fresco— sino otro plátano común y corriente, que había sido comprado esa misma mañana en un puesto callejero por treinta y cinco centavos (debido a que cualquier plátano eventualmente se pudrirá, Cattelan incluyó instrucciones específicas sobre cómo reemplazarlo.) El mismo día, docenas de personas compraron plátanos en ese puesto, y se los comieron sin detenerse a pensar que, en las condiciones adecuadas, podrían haberlo vendido por un dineral.
¿O no?
Hay dos formas de ver arte. Alrededor de los quince años normalmente experimentamos la primera, cuando nuestra escuela secundaria nos lleva a un museo y un profesor bien intencionado pero igual de perdido que nosotros los alumnos nos pone delante de un cuadro y nos pregunta, “¿Qué te dice?” o “¿Qué ves en él?”
Esta actitud equivale a ir al museo como quien va a la pradera a cortar margaritas, y nos deja vacunados de por vida contra todo lo que sea arte: en el mejor de los casos pensamos que es algo un poco ridículo pero probablemente inocuo, y en el peor, que es sólo para personas especiales y seguramente un poco extravagantes, pero a nosotros siempre nos hará rascarnos la cabeza.
La segunda forma de ver una pieza de arte consiste en preguntarnos dos cosas. Primero, “¿Qué estaba tratando de conseguir el artista?” Segundo, “¿Lo logró?”
Para responder a estas preguntas, es necesario tener una idea del contexto: ¿qué estaba sucediendo en el arte en general, y en la vida del artista en particular? También ayuda entender cómo era la sociedad en la cual esa pieza fue creada.
Esta segunda aproximación requiere esfuerzo y paciencia. Leer sobre arte, visitar cuanto museo se nos ponga enfrente, rentar siempre la audioguía, y darle tiempo a nuestros ojos para que aprendan. Poco a poco, pero inmediatamente, se empieza a ser recompensado, porque el arte nos da acceso a una belleza e información diferentes a las que se expresan con palabras, y a una fuente de rebeldía de ideas, formas, y maneras de estar en este mundo.
Cattelan no exhibió el plátano en la sala de su suegra, sino en el Art Basel en Miami Beach. Para entonces ya era apreciado (o denostado) como un artista que hacía obras donde nunca estaba claro si estaba tomándole el pelo al mundo del arte en general o a los coleccionistas en particular. Una mostraba al Papa derribado por un meteorito, pero todavía aferrado al poder que la Iglesia le confería. Otra, justo enfrente de la Bolsa de Valores Italiana, era una mano gigantesca con el dedo de en medio levantado: Cattelan se mostró asombrado cuando alguien le preguntó si era un monumental “fuck you,” y recordó que la obra se llamaba “L.O.V.E.” Años más tarde hizo un inodoro de oro macizo, lo llamó “America,” y lo montó en el museo Guggenheim — pero no en una sala de exhibición, sino en un baño, donde cien mil personas hicieron fila para usarlo como a cualquier otro inodoro.
Cattelan no se sacó el plátano de la manga, porque el arte no ocurre en el vacío, sino en una sociedad, y en relación al arte que han hecho otros. Un plátano pegado a la pared en el contexto de una exhibición de arte recuerda inmediatamente el arte ready-made de Duchamp, y el plátano que Warhol dibujó para la portada de un disco de The Velvet Underground.
Ahora bien, es muy probable que Cattelan mismo se planteara su pieza con curiosidad: ¿De verdad, alguien va a comprar esto?
En realidad, estaba dándole vueltas a cómo nuestra sociedad asigna valor a las cosas. La pieza de arte no es el plátano en sí, sino la idea de pegarlo en la pared, y observar los que sucede a continuación: cómo el plátano se vuelve viral, los críticos tienen problemas para justificar su veredicto, los nuevos ricos se confunden, los crypto-millonarios tienen que comprarlo, los posers se emocionan, los influencers lo aman, los haters hacen memes, otros artistas lo parodian, se lo comen, o acusan a Cattelan de plagio, y al final, es necesario dejar de exhibirlo porque la aglomeración de gente que quiere verlo es inmanejable.
De aquella edición de Art Basel, el plátano es la única obra recordada por nuestra cultura pop. La semana pasado lo compró por cinco millones de dólares más comisiones un crypto-millonario de origen chino que pagó con dinero digital, por supuesto, y que fuera de su industria era hasta entonces un completo desconocido, pero ahora aparece en todos los periódicos.
Un estudiante de secundaria que vea el plátano probablemente no sabrá qué decir; pero dentro de cien años, será un buen punto de partida para que un sociólogo haga un fascinante retrato de nuestro mundo.