De cómo llegué al departamento de Wislawa Szymborska en Cracovia

Opinión
/ 16 junio 2024

Primera de cuatro entregas

Hace más de 20 años leí un poema que para mí resume conocimientos, saberes, supersticiones, la visión animista incluso, el mundo pues a través de las píldoras filosóficas que son sus versos. Fue el poema titulado “Una del montón” que escribiera la premio Nobel de Literatura Wislawa Szymborska.

Al ser Szymborska polaca, está claro que lo leí en otro idioma, el mío. Y al terminar de asombrarme con su lectura, no pude sino agradecer hondamente a un nombre en abstracto en ese momento; decía al final del poema: traducción al castellano de Gerardo Beltrán.

Gracias a ese nombre, Gerardo Beltrán, llegué sin escalas a la poesía de quien ha sido una de las influencias más significativas no solo en mi vida, sino en la vida de muchas otras personas. Lo más que averigüé en su momento fue que Gerardo era una poeta mexicano que salió de México a Polonia.

Pienso en Gerardo y en la tarea de traducir como un acto casi monástico y silencioso. Mucho tiempo en el misterio del cuenco humeante mientras se provoca la alquimia lingüística, días de observar las palabras como cuerpos sobre un manto blanco hasta que el traductor las hace migrar. Intercambios que implican el nacimiento de universos, un profundo acto de amor sin duda, ya que quien traduce se pone al servicio de alguien más; busca ser un medio, traducir es un acto de creación y también de humildad.

Este es el poema: “Soy la que soy. / Casualidad inconcebible / como todas las casualidades. / Otros antepasados / podrían haber sido los míos / y yo habría abandonado / otro nido, / o me habría arrastrado cubierta de escamas / de debajo de algún árbol. // En el vestuario de la naturaleza / hay muchos trajes. / Traje de araña, de gaviota, de ratón de monte. / Cada uno, como hecho a la medida, / se lleva dócilmente / hasta que se hace tiras. // Yo tampoco he elegido, / pero no me quejo. / Pude haber sido alguien / mucho menos individuo. / Parte de un banco de peces, de un hormiguero, de un enjambre, / partícula del paisaje sacudida por el viento. // Alguien mucho menos feliz, / criado para un abrigo de pieles / o para una mesa navideña, / algo que se mueve bajo un cristal de microscopio. // Árbol clavado en la tierra, / al que se aproxima un incendio. / Hierba arrollada / por el correr de incomprensibles sucesos. Un tipo de mala estrella / que para algunos brilla. // ¿Y si despertara miedo en la gente, / o sólo asco, / o sólo compasión? / ¿Y si hubiera nacido / no en la tribu debida / y se cerraran ante mí los caminos? // El destino, hasta ahora, / ha sido benévolo conmigo. / Pudo no haberme sido dado / recordar buenos momentos. / Se me pudo haber privado de la tendencia a comparar. // Pude haber sido yo misma, pero sin que me sorprendiera, / lo que habría significado / ser alguien completamente diferente.”

Luego me seguí, compré lo que se podía conseguir de su poesía. Wislawa tiene distintos registros todos lúcidos, transparentes y acuciosos. Nunca imaginé que en noviembre de 2023 conocería a Gerardo Beltrán, gracias al Encuentro Poesía y Naturaleza que organizara la Cátedra Octavio Paz, dirigida por María Baranda.

Allí me compartió que conocer a Wislawa, para traducir su poesía del polaco al castellano inició de la manera más cálida posible, impensable también. Viajó junto a Abel Murcia -con quien hizo mancuerna para traducirla-. Ambos viajaron en tren de Varsovia a Cracovia y los recibió en forma amable. Ambos, con el respeto que les imponía Wislawa, fueron respetuosos y serios. Fue ella quien les preguntó si querían algo para beber. Respondieron que un café tal vez estaría bien y agradecieron su gesto. Habían llegado a las 11 de la mañana a su departamento. Ella preguntó si en lugar de un café no les gustaría mejor un vodka. Aceptaron con asombro y regocijo. Ese acto ofrecía algo así como un pegamento de amistad. Así, ella les llevó las bebidas y entre el humo de su cigarro -Wislawa fumaba compulsivamente-, inició una reunión que parecía no terminar.

La palabra traducir proviene del latín traducere y significa “hacer pasar de un idioma a otro”. Se compone por el prefijo trans (de un lado a otro) y ducere (guiar).

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