De los mitos griegos a las autobiografías
COMPARTIR
El teatro, en sus inicios griegos, contaba las peripecias de los grandes héroes, personajes que pertenecían a la mitología de esa cultura. Poco tenían de cotidiano aquellas historias, lo que interesaba era la incapacidad de Edipo de escapar del destino o la venganza de la hechicera Medea ante la traición de Jasón.
Quizás la comedia fuera un poco más cercana a la realidad de los griegos, sin embargo, tampoco llegaba a ser reflejo de lo que sucedía en la época y se centraba en lo inverosímil, a veces con un poco de crítica política. En la Grecia Antigua real, ideas tales como mujeres tomando el poder político no eran más que parte del ingenio de autores como Aristófanes.
Muchos siglos después, con la llegada del realismo y el naturalismo, el teatro comienza a abandonar los hechos majestuosos y/o extremadamente adornados para proponer personajes con los pies en la tierra, personas que tal vez podrían existir. Eso significó una revolución en la forma de pensar y hacer teatro, pero aun así podemos decir que seguía tratándose de ficción. Nadie puede comprobar la existencia de la Nora de Casa de Muñecas, a pesar de que podamos pensar en muchas mujeres que nos recuerden a la Nora de Casa de Muñecas.
Esa capacidad de conectar con múltiples personas a través de la senda particular de un personaje es una de las cualidades que dan potencia al teatro. Para ello, los creadores colocan extremo cuidado en la construcción de los personajes, a fin de que sean lo suficientemente específicos para ser complejos, pero lo suficientemente abiertos como para permitir la identificación con el otro. Luego, en algún momento del desarrollo de este arte que nunca para de evolucionar, los artistas tuvieron la inquietud de hablar de sí mismos.
La verdad es que los artistas siempre hablaron un poco de sí mismos y de lo que conocían, sin embargo, esto se hizo durante mucho tiempo de manera velada, poniendo características propias en la piel de otros, protegidos por el velo de ficción que no permite distinguir lo biográfico a ciencia cierta. Hoy, por otro lado, vemos múltiples proyectos que se aproximan a diversos temas desde la experiencia personal, dejando claro que se trata de lo real, de lo que le sucedió al artista o a algunos otros que aportan sus testimonios.
Esta manera de hacer las cosas – como todas las nuevas formas en sus propios tiempos – hace surgir preguntas acerca de su efectividad y pertinencia. Algunos dirían que al teatro se va a ver lo extraordinario, no a conocer la historia del vecino. Personalmente, me parece que siempre hay una buena y una mala forma de hacer las cosas y que tiene mucho más que ver con la profundidad y complejidad que propone el artista, más allá de la técnica utilizada. A fin de cuentas, no creo que el objetivo del teatro haya cambiado tanto como podríamos pensar: seguimos buscando lo que hay de universal o comunitario en las historias particulares que contamos.
Es más fácil, por cierto, trabajar con un mito que ya es un tanto universal desde su concepción que trabajar con una historia que viene de la vida cotidiana para tratar de darle un significado más allá de ella. Más difícil, pero no imposible. Es trabajo del creador el preguntarse por qué quiere contar esa historia y si es relevante para los otros, es trabajo del creador salir del narcicismo y colocarse en una posición crítica que le permita ver qué partes de su propia experiencia son o no importantes para el mensaje, es trabajo del creador escoger el formato que permita al público identificarse, reflexionar o reflejarse en la experiencia en vez de sentir que asiste a una auto-exposición que bien podría suceder en un café en lugar de un escenario.
No siempre somos tan relevantes como creemos que somos, y eso hay que aceptarlo. Al mismo tiempo, todos tenemos en nuestra vida historias que, por su dolor, por su comicidad, por sus aprendizajes y des-aprendizajes merecen ser contadas. Cuando se trata de proyectos bien logrados, el teatro que parte de la propia biografía hace a todos sentir menos solos y más humanos, cosa que – hay que aceptarlo – puede no ser tan fácil de lograr si eres una Electra o un Jerjes.