De Trump para México: Viene otra andanada de chingazos

Opinión
/ 4 marzo 2025

Hoy basqueará Donald Trump uno más de sus mensajes. Preparémonos los mexicanos...

Obra en mi poder −así se decía antes− una pésima película: “Red Sun”. La compré porque fue dirigida por un muy buen cineasta, Terence Young, y porque en ella actúan tres íconos del cine internacional: Charles Bronson, Toshiro Mifune y Alain Delon. El tal “Sol Rojo” resultó ser un reverendo bodrio. Su trama excede los límites de lo risible. Un samurái japonés y un pistolero americano se unen para rescatar la espada de oro que el primer embajador de Japón en Estados Unidos llevaba de regalo al Presidente norteamericano, y que se robó un bandolero francés. Una buena película sólo puede hacerse a partir de un buen guion, y éste se parece al de “Los Charros contra la Momia Azteca”. El film tiene una escena en la cual el pistolero gringo se queja de los mosquitos que lo asedian en el sitio donde se dispone a dormir aquella oscura noche. “Hay uno nada más” –decreta en medio de las sombras el samurái nipón–. Saca su espada y da con ella un golpe en la tiniebla. “Ya no hay ninguno” –anuncia–. Eso me hizo recordar dos cosas. La primera, unos versos que improvisó el poeta Marcelino Dávalos cuando visitó Saltillo, mi ciudad, y sufrió en su cama el acoso de los que llamamos por acá “zancudos”. Escribió el bardo dirigiéndose al zumbador insecto: “Haz como piojos o chinches, / que tienen educación. / Pícame hasta que te hinches / ¡pero no chifles, cabrón!”. Otra cosa rememoré al ver aquella película: el cuento de los tres espadachines, un alemán de Heidelberg, un samurái de Japón y Pancho el mexicano. Estaban conversando y pasó volando un zancudo. El espadachín teutón sacó su espada y lo partió en dos. Siguió la charla y pasó otro zancudo. El samurái lo partió en cuatro con dos golpes de su arma. Continuaron la plática y pasó un tercer zancudo. Pancho sacó su espada –era más bien machete– y le tiró un golpe. El zancudo siguió volando. Los otros iban a burlarse del mexicano por haber fallado. Él se anticipó a las burlas. Dijo calmosamente soplando el filo de su machete: “A mí no me gusta matar a los zancudos, pero ése no podrá ya engendrar hijos”. Razones diversas ha aducido el segundo piso de la 4T para justificar la entrega de 29 reos a los Estados Unidos. Sin duda esa acción fue claramente violatoria de la legislación mexicana, atentó contra los derechos de los presos y abolló la soberanía nacional, tan cantada y decantada por nuestra Presidenta. Pero bien dice el antiguo refrán castellano: “Allá van leyes do quieren reyes”. Lo que pidió Trump lo entregó Sheinbaum. Pocos serán quienes le reclamen a la mandataria ese obsecuente obsequio, pues lo hizo pensando en el interés nacional. Escasos habrán de ser también quienes protesten si a uno o varios de los delincuentes la justicia americana les aplica la máxima pena. Influirá en esa indiferencia la nula calidad moral de los criminales y la gravedad de sus actos, como el secuestro, tortura y asesinato de Enrique “Kiki” Camarena, tremendo delito que muy posiblemente Caro Quintero pagará con su vida. Allá no se perdona el homicidio cometido en la persona de un agente de la autoridad. Hoy basqueará Trump uno más de sus mensajes. Preparémonos los mexicanos a recibir otra andanada de chingazos venidos del arbitrio demencial del mastodonte gringo... “El columpio del amor”. Tal era el nombre del congal del pueblo. Sucedió que la casa de enfrente se cayó, y en el derrumbe perecieron sus dos ancianos moradores. Una reportera venida de la ciudad entrevistó a las sexoservidoras: “¿Qué impresión les causó la tragedia?”. Contestó una: “Estamos sobrecogidas”. “Sí –replicó la periodista–, pero ¿qué impresión les causó la tragedia?”... FIN.

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