Decirlo con un voto
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No exhorto. No predico. No amonesto. Simple y sencillamente digo lo que haré este domingo. Soy respetuoso de todas las opiniones. Incluso de la mía, pese a todo. Vivimos en un país libre. Todavía. Que cada uno haga entonces lo que su conciencia o su estómago le dicten. Una cosa sabemos sin lugar a dudas: México está mal gobernado. Veamos. Eso de que “la ley es la ley” es, efectivamente, un cuento. Algunos de los principales encargados de hacerla respetar la han convertido en eso. La delincuencia organizada prevalece sobre la desorganizada autoridad, y los criminales reciben mejor trato que los científicos y los académicos. El narcotráfico impera en vastas extensiones del territorio nacional. Ahí el gobierno y sus instituciones, incluso las armadas, no pueden ya entrar. El número de pobres ha crecido considerablemente, según información de las mismas dependencias oficiales, y la tasa de inflación reinante es la mayor desde hace una veintena de años. El aumento en el precio de las gasolinas, que el Presidente dijo jamás sucedería, ha provocado un alza general de precios que ha disminuido el poder adquisitivo de los mexicanos. Nuestra moneda no está flotando: se va hundiendo. Hay escasez de medicamentos, y los centros oficiales de atención a la salud se declaran incapaces, por falta de recursos, de atender a sus asegurados. Nuestras relaciones internacionales andan desquiciadas; nos hemos enemistado, por motivos ridículos y baladíes, con países con los que antes estábamos en armonía y con los cuales nos conviene llevar buenas relaciones. Quienes tienen en las manos el poder hacen caso omiso de la Constitución; la tuercen a su antojo, o de plano la violan en forma descarada. No se gobierna desde la razón, sino con ocurrencias surgidas ex abrupto ante las cámaras y los micrófonos de las cotidianas y nocivas comparecencias mañaneras. Todo se vuelve apariencia, simulación, mentira: la venta, rifa o alquiler del avión presidencial; el falso cheque entregado por Gertz al Presidente; la inauguración de un aeropuerto donde hay tlayudas, pero no hay vuelos. Instituciones que antes eran merecedoras de aprecio, y aun de aplauso por el bien que hacían a la Nación y por el respeto que guardaban y hacían guardar a la legalidad son ahora dependencias al servicio del Ejecutivo, quien las ha desvirtuado y hecho suyas a base de dádivas, concesiones y atribuciones contrarias a su naturaleza y a su espíritu. La corrupción no ha desaparecido; el nepotismo y amiguismo son visibles. La libre expresión es objeto de constante hostigamiento; aquel que ejerce la crítica es visto como enemigo del gobierno y conspirador o golpista para derrocarlo. La democracia está amenazada; el órgano creado por los ciudadanos para realizar y calificar las elecciones ha sido sitiado por el régimen. En materias de economía y política el Caudillo de la 4T se empecina en llevarnos al estado en que vivíamos hace 50 años. Se suprimen por capricho proyectos ya avanzados cuyo costo se debe pagar luego con dinero de los contribuyentes, y se emprenden en su lugar obras fastuosas de difícil o imposible viabilidad. En todos los aspectos hemos retrocedido; en ninguno se ve avance. Ante eso no puedo volver la vista a otra parte ni abstenerme con este o aquel argumento de mostrar mi protesta de ciudadano. Hay quienes dicen que tenemos el peor Presidente en la historia moderna de México, y aun así se abstendrán de decirlo hoy con su voto. Yo lo diré. Y cuando las cosas se pongan peor –peor se pondrán, eso es seguro– sentiré al menos la satisfacción de haber pedido con mi voto que se fuera a su casa el que está arruinando la nuestra... FIN.