Del mensajero a la selfie: iconografía angélica en el Munal

Opinión
/ 27 mayo 2024

Los ángeles, figuras que han fascinado a través de los siglos por su supuesta naturaleza etérea y su cercanía a lo divino, se han convertido en un tema de estudio apasionante en el mundo del arte virreinal (y contemporáneo). Estos seres alados, capaces de elevarse en vuelo o de observar desde las alturas, simbolizan una conexión entre lo terrenal y lo celestial, en una lógica donde arriba y abajo son igual que diestra y siniestra, el mundo de los cielos y el de los infiernos, los elegidos y los condenados respectivamente, una dualidad que ha sido explorada en diferentes tradiciones religiosas y culturales. Hoy en día, la iconografía angelical se ha secularizado e integrado en la vida cotidiana a través de diversos medios, como los dispositivos móviles.

En la tradición, los ángeles y arcángeles no solo acompañan a seres sagrados, también son compañeros de seres terrenales –como la casi desaparecida “dulce compañía” del ángel guardián–; representan las últimas dos jerarquías en los nueve coros angélicos que incluyen serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, principados y potestades. Han desempeñado roles de guerreros, emisarios, intermediarios y custodios, particularmente en las religiones monoteístas como el judeocristianismo y el islam.

Este fascinante tema se puede explorar en “Ángeles: Las Huestes Celestiales en la Tierra”, en el Museo Nacional de Arte de la Ciudad de México, que se exhibe hasta el 8 de septiembre. La muestra ofrece una visión transhistórica del arte, desde el siglo XVI hasta el XXI, a través de 200 obras de artistas virreinales, europeos y mexicanos, con pinturas, tallas, estofados, marfiles, fotografías, ilustraciones de calendarios de la Fábrica Galas de México, e incluso elementos interactivos digitales.

A lo largo de cuatro núcleos temáticos, Ángeles Marianos, Santos y Ángeles, El Jefe de los Ejércitos Celestiales y Ángeles Alegóricos, se encuentran obras de artistas como Cristóbal de Villalpando, Luis Juárez, Miguel Cabrera, Juan Correa, Francesco Podesti, Manuel Ocaranza, Félix Parra, Chucho Reyes, Juan Soriano, Mathias Goeritz, Manuel Álvarez Bravo, Mariana Yampolsky, Carmen Parra, Javier Marín y Miguel de Madariaga. Además, se presentan piezas creadas especialmente para la exposición, como la de Humberto Morales que invita a los visitantes a tomarse una selfie con alas duales.

Dio origen a la muestra la alucinante pintura del Museo de Guadalupe Zacatecas, la Anunciación de Cristóbal de Villalpando, que dispone a manera de estantes librescos semicirculares una visión de coros angélicos al fondo de las monumentales y exquisitas figuras del arcángel Gabriel y la Virgen María, coronadas por el sol, el espíritu santo y dios padre celestial. Verla es recordar el sobrecogimiento que podemos experimentar frente a la pintura virreinal y el papel preponderante que daba a la imaginación. No obstante, la obra más antigua de la muestra es la recién restaurada “Santa Cecilia” de Andrés de Concha, una pintura sobre tabla que data de 1590 y representa a la patrona de los músicos coronada por un ángel con una guirnalda de rosas blancas.

De gran interés para quien no la haya visto, también se exhibe la monumental cabeza original de Niké o la Victoria Alada del mal llamado Ángel de la Independencia, escultura del italiano Enrique Alciati, ruina estrujante tras su caída desde los 45 metros de altura de la columna de la Independencia en el Paseo de la Reforma durante el sismo de 1957.

En lo personal, una de las piezas más hermosas y llamativas de la muestra es la pintura “Ángeles de la Noche” de Cordelia Urueta, artista exquisita cuya obra todavía no ha sido valorada lo suficiente. Urueta nació en una familia de intelectuales; su tutor fue su tío Justo Sierra, era prima de David Alfaro Siqueiros y tiene una carrera fascinante que podemos comentar en otra ocasión. Por ahora, pongamos los ojos en esta obra, con ecos tamayescos, cubistas, incluso expresionistas, donde se representa y confunde en una danza el bien y el mal a través de dos figuras aladas que cruzan el firmamento en un engañoso atardecer o quizá amanecer, todo simbolizando la dualidad –a la manera prehispánica, donde se tocan y comunican constantemente el mundo de los vivos y los muertos– mediante una gestualidad en movimiento presente en este universo angelical y su presencia terrenal.

Si andan por Ciudad de México, no se pierdan esta exposición y las actividades de Munal+Educa, que ofrecen experiencias inmersivas en sus salas.

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