Del otoño: el comienzo de la estación de las hojas doradas

Opinión
/ 5 octubre 2021
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Vuelve ya el otoño / el fruto, los retornos / los cantos junto al hogar...

Mocedades.

Con la naciente luz del día, las flores de cempasúchil adquieren un brillo distintivo, belleza comparable a la del sol en el atardecer. Llegaron del sur y se apropian ahora del paisaje del norte. Sus delicados pétalos enriquecen nuestra atmósfera y se entremezclan con nuestros amarillos, en la tierra de nuestros mayores.

Comenzó el otoño y la ciudad se puebla de doradas imágenes. Los árboles inician el ritual de una danza que vendrá a tapizar los suelos en distintos, muy variados, colores ocre y marrón. Aquel canto de una muchachada entusiasta quedará registrado: recogen una y otra, con la juventud en los ojos, las hojas caídas. Entonan entrañables líneas de la infancia. Las golondrinas, las aves viajeras, las aves pasajeras, inician también su ritual. Adiós a las golondrinas que se pierden en las cimas, ¿de cuántas aquellas cosas que aquí vieron podrán dar aviso a lo largo de su fantástico periplo? Las azuladas sierras; el broncíneo colorido de las campanas: el dolorido tañer por una pérdida. Las frescas y sinceras risas de los niños. La vejez y el abandono de los hijos que no respetaron el cuarto mandamiento.

En el canto de Mocedades se promete el arribo del ser querido en cuanto las golondrinas anden su camino. También nos procura las imágenes de las comadres, aquellas de telares, donde tarde tras tarde las imaginamos “tejiendo una historia más”. Cuántas de nuestras historias luego de transcurrido un año del último otoño, al que calificaremos, con el poeta, como “inmensamente gris, inmensamente triste”.

La adormecida luz. La dulce tranquilidad. El tañer de las campanas en una plaza que se engalana. Es la fiesta del otoño que va a comenzar, siguiendo a Mocedades. La estación que da el adiós a las hojas se vuelve asimismo un festejo: recuerda que las cosas permanecerán dormidas y que el despuntar del nuevo día llegará al comienzo del verde tierno que de nuevo reivindicará a la vida: un ciclo, el ciclo completo, al que, con los años, nos acostumbramos. La magia que nace en cada brote y, pasados los días, las flores que marchitarán dejando delicados aromas grabados para siempre en la memoria de un corazón.

El otoño propicia el recogimiento del espíritu. Los aires nocturnos que vienen a aposentarse en las almas dispuestas a la meditación. El viajero por un tiempo en este mundo va llenando sus alforjas y deposita en ellas las primeras imágenes de este sueño que es la vida; las del horizonte al que camina y el transcurso en el diario vivir. Se cuentan, nos recuerda Mocedades, “las historias, de playas y de olas; de besos junto al mar. Con el otoño... vuelven los romances / Los niños y los parques / Vuelven los amigos/ Saludan los vecinos”.

Estación de adioses. Para algunos, la estación del recuerdo y la melancolía. Para otros, la potente sensación de una vuelta al ciclo vivo de la naturaleza. Los coloridos dorados de la flor de cempasúchil, que hemos adoptado como nuestros ojos se acostumbran al dorado de la tarde, toman vida en nuestro interior y se apropian del paisaje de nuestro norteño Saltillo. Pronto sus flores adornarán altares. Será en el inicio de noviembre cuando recordemos con el corazón a todos los que nos han dicho adiós, en la entonación de Bob Dylan: “Las hojas que caen a la deriva por la ventana / las hojas del otoño de rojo y oro”.

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